A
Oswaldo Barreto
En una
época distraída e hipócrita donde la legitimidad de los
gobiernos se busca menos en el respeto a la ley que
revelen en su desempeño, y más en el apoyo popular que
simulan tener en las calles, las multitudes que desde el
viernes antepasado han tomado Teherán para protestar
contra la teocracia que por 30 años ha sumido a Irán en
la barbarie y el oscurantismo, no hay duda que
constituyen en sí mismas una revolución de naturaleza
metahistórica y de
consecuencias inmensurables.
Básicamente, porque corroboran la tesis surgida a raíz
de la caída del Muro de Berlín y del colapso del
comunismo soviético sobre la
inviabilidad que a la larga mina a las dictaduras
totalitarias aun en el caso de que cuenten con todas las
ventajas para imponerse y perdurar, haciéndolas, como al
resto de las dictaduras, pasto del progreso que siempre
es indesligable de la
libertad, la democracia y los avances tecnológicos.
La
revolución verde (que es como se ha bautizado a la que
en estos momentos rueda por las calles de Teherán) es,
en efecto, no solo consecuencia de la revuelta de una
sociedad que después de 3 décadas de despotismo no ha
conocido otra “verdad” que la impuesta a sangre y fuego
por los ayatolas, sino,
igualmente, de la posibilidad de confrontar -vía las
cadenas de televisión por cable, la Internet,
Facebook,
Youtube,
Twitter y otras herramientas
electrónicas-, la oscuridad en que languidece uno de los
pueblos mejor dotados del planeta, mientras sus vecinos
del Medio Oriente y Europa se elevan por el
ciberespacio.
Es una
avalancha de la cual es imposible sustraerse en cuanto
es un signo de los tiempos y se tiene permiso de
residencia en el siglo XXI y cruzó las fronteras de un
país petrolero que, por el simple hecho de ser una pieza
clave del sistema capitalista y global, está condenado,
también, a recibir el impacto de las tecnologías sin las
cuales no hay acceso a los mercados mundiales.
Sobre todo
tratándose de Irán, un país del cual puede decirse fue
emboscado por el totalitarismo teocrático que habiéndose
incubado al calor de las luchas contra uno de los
gobiernos más represivos y sanguinarios que conozca la
historia, el del Sha Mohammed Reza Pahlevi, costó ver
que la casta sacerdotal que las promovían (los
ayatolas y los molás) y fue
decisiva en el derrocamiento de la llamada dinastía del
Trono del Pavo Real, traía bajos sus hábitos y
turbantes una dictadura aun peor que la del Sha, pues
ahora, a la represión de las libertades y la violación
sistemática y masiva de los derechos humanos, se unió
un credo feroz de violencia política, intolerancia
ideológica y fanatismo religioso.
Surgió así
la primera y única teocracia del siglo XX, un sistema
político y económico inspirado y basado, no en los
dogmas de una utopía atea como el marxismo, sino en la
interpretación casuística e interesada de un texto
revelado, el Corán, que supuestamente autoriza el
aniquilamiento de cualquier laicidad en la gestión
total de la sociedad, haciendo de la política, la
economía, la cultura, la ciencia, y la ética, un asunto
exclusivo de clérigos, púlpitos y mezquitas que ya
cuentan con las pautas para guiar a los feligreses,
tanto en sus actividades más simples y rutinarias, como
en las más transcendentes y sagradas.
Y ¡ay de
quienes discrepen y disientan de estos dogmas
profetizados y sacralizados¡, ¡ay de quienes se opongan
a líderes, partidos, políticas y leyes que no tienen un
origen terrenal sino divino, que no fueron escritas por
legisladores de carne y hueso sino por el Padre que los
legó a sus hijos a través de sus profetas, porque les
espera, no la piedad y el perdón que son esenciales e
intrínsecas a las religiones del libro, a las fundadas
por el patriarca Abraham, el Judaísmo, el Cristianismo y
el Islam, sino la persecución, la tortura, el exilio, la
cárcel y la muerte, estas sí decididas por gente muy
humana y terrenal, y ejecutadas por hombres y mujeres
con todos los defectos y virtudes que compartimos
quienes habitamos este valle de lágrimas.
El paisaje
humano, histórico, político, y espiritual del Irán de
los últimos 30 años, con los aledaños de sus ciudades y
pueblos surcados por el espectro de patíbulos donde
penden los infractores de las leyes divinas, con sus
mujeres lapidadas por adulterio, sus minorías religiosas
acosadas por pecadoras y cientos de miles de presos por
delitos de conciencia, por el crimen de disentir, es el
ejemplo más visual de una teocracia que no se conoce por
ninguna otra imagen que no sea la de la represión.
Aunque
también la condena a muerte del escritor, Salman Rushdie,
según fatwa (edicto
religioso) que emitió el ayatola,
Ruholah Jomeini, el 14 de
febrero de 1989 por, presuntamente, haber blasfemado al
profeta Mahoma en su novela “Versos Satánicos” -decisión
que adversó y condenó la
mayoría del mundo musulmán de la época-, y que no se
cumplió porque Rushdie pasó 3 años escondido y huyéndole
a sus perseguidores, quedará como un capítulo imposible
de borrar y olvidar en la historia sangrienta de los
ayatolas.
Así como
los atentados individuales y colectivos en que se han
visto envueltos en sus actividades por el mundo, y entre
las cuales, su apoyo a los grupos terroristas
Hezbolá y Hamas, hacen
prueba de hasta donde puede llevar el desequilibrio
político, cuando empieza siendo delirio religioso.
Y que, si
a ver a vamos, no son sino cumplidas réplicas de los
modelos en que se hicieron célebres expertos como Stalin,
Hitler, Mao, Mussolini, Castro, Franco, Kim
Il Sung
y su hijo, Kim Jong-il,
Pinochet, Pol
Pot, Milosevic y Fujimori,
que construyeron el puente donde dictadores ateos y
místicos se encuentran para crucificar al Hijo del
Hombre.
Una
dictadura totalitaria del siglo XX, en fin, que no nació
con el siglo, y que ni siquiera se originó en el
cataclismo que antecedió y
postcedió a la Segunda Guerra Mundial, en lo que
se ha dado en llamar la Guerra Fría, sino en unas
razones y causas muy nacionales y circunstanciales,
puesto que debe mucho de su
facticidad a la condición de tercer productor de
petróleo que exhibe Irán desde los años 30, y que no
solo permitió que el Sha contara con la indiferencia y
complicidad de las democracias occidentales, sino
también el fundador de la República Islámica,
Ruholah Jomeini, y sus
sucesores.
De modo
que, teocracia con petrodólares, y dictadura con compras
gigantescas de armas y de otros bienes en los mercados
capitalistas mundiales, tienen mucho que ver con la
tragedia del pueblo iraní que ha sido dejado de la mano
de Dios por gobiernos democráticos que no solo toleran,
sino que admiran a sus verdugos.
Desgracia
que comparten con los habitantes de otro país
petrolero, amenazado o ya en manos de otra dictadura
totalitaria, la Venezuela de Hugo Chávez, víctima de la
combinación de petróleo + dictadura, que hace
irrelevante que en el país de Bolívar se violen
sistemáticamente los derechos humanos, si el dictador se
compromete, como los ayatolas
de Irán, a ser un proveedor seguro de crudos en los
mercados y suministrárselo gratis, o a precios de
ganga, a sus aliados.
De ahí que
Chávez en Venezuela, como
Ahmadinejad en Irán y Putin en Rusia, no tengan
remilgos en admitir que están al frente de la
nomenclatura que el economista y periodista
norteamericano, Thomas Friedman, ha bautizado como
petrodictaduras y que con
las mismas se hayan dedicado a extorsionar,
jaquetonear, aterrorizar y
poner de rodillas al planeta.
Hermanos y
aliados en dinamitar la democracia occidental y el
estado de derecho en sus países y fuera de ellos, porque
es el sistema que promueve la pluralidad, la tolerancia
y la alternabilidad en el gobierno que haría imposible
que Chávez expanda su revolución colectivista y
dinástica en Sudamérica,
Alhmadinejad pulverice a bombazos nucleares al
Medio Oriente y Putin resucite en Rusia y Asia Central
el imperio de los Zares.
De ahí
que, si el pánico tiene ya una semana haciendo
comprender a la teocracia iraní y sus jefes espiritual y
terrenal, Alí Khameini y
Mahmoud Ahmadinejad, que les
sonó la hora del crepúsculo; también Chávez tiembla al
presentir que será desbordado por las multitudes que
ya una vez lo expulsaron del poder; y Putin, pues
simplemente se desespera buscando cómo pueden
catapultarse de nuevo los precios del crudo que es el
único y último recurso que le queda para sostener su
dictadura.
En otras
palabras: que la revolución verde que hoy sacude a Irán
y culminará liquidando a la teocracia de los
ayatolas, también alcanzara
hasta Rusia ahogando y haciendo desaparecer a Putin; y a
una Venezuela, que ya ha andado el camino, pero
necesita el envión final que constituya a Chávez en el
peor recuerdo de su historia.
A Chávez y
a los pichones de dictadores que ha ido formando con los
petrodólares del ciclo alcista de los precios del crudo,
pero que al mermar, están buscando un nuevo amo y que no
sería extraño resulte el señor
Barack Obama.