No se
resiste Chávez a aceptar que su propuesta de enmienda
constitucional tiene un rechazo que traspasa con creces
los 15 puntos, y por eso, a medida que se acerca al 15 de
febrero, promueve la violencia a lo largo y ancho del
territorio nacional.
Temeridad con la cual, de una parte, intenta intimidar a
los votantes de la oposición para que no se activen contra
su presidencia vitalicia, pero de la otra, trata de
sembrar entre su seguidores la idea de que, suceda lo que
suceda, seguirá siendo presidente de Venezuela y cuantas
veces le de la gana.
O sea, que pueden delinquir a sus anchas, asaltar y
saquear alcaldías y gobernaciones de la oposición sin
temor a que puedan ser llamados algún día por los órganos
del Poder Público a dar cuenta de sus actos, y entrarle a
saco a sus bienes, estropear, herir y hasta matar, porque
para eso tienen al capo mayor alzándose con el botín
supremo, la presidencia de la República, sin que nadie
pueda impedirlo.
Un estado de impunidad generalizado, total e incontrolable
que tiene por fuerza que situarnos ante la perspectiva de
que, un jefe de estado que ha llegado a tal grado de
demencia e ilegalidad, no está dispuesto a aceptar de
“puro democrático” los resultados del 15-F.
Ya lo vimos en las transgresiones monstruosas que ha
perpetrado y obligado a perpetrar para que se convoque y
efectúe un referendo que no está permisado por la Ley, y
que es un anticipo de lo que puede seguir, ya que si es
capaz de convertir la Carta Magna en letra muerta, también
lo es el de atreverse a gobernar con su prescindencia
absoluta.
En otras palabras: que Venezuela debe prepararse para ver
a un Chávez que se niegue a aceptar el resultado de la
consulta, o, lo que es peor, que lo acepte de palabra
mientras lo rechaza en los hechos y proceda con sus hordas
a asolar al país, tal estamos viendo hacen algunos de sus
seguidores con las alcaldías y gobernaciones de la
oposición.
De modo que, sea que acepte un resultado adverso, o que lo
acepte a su manera, o que cometa un gigantesco fraude, no
habrá paz ni normalización de la política nacional después
del referendo, pues de lo que se trata es de obligar a los
venezolanos a presenciar los cohechos de un psicópata que
utiliza la presidencia de la República para dejar
testimonio de sus peores aberraciones.
Un espectáculo que solo se atrevieron a escenificar en el
siglo XX dictadores del tipo Idi Amín Dadá, Mobuto y el
“emperador” Bokassa, y el en el XXI, los dictadores sin
rostro de Miammar, o las bandas de fascinerosos que
arrasan al Congo y Somalía.
Y tolerado por presidentes y jefes de Estado de América
latina por el poder que significó para Chávez estar al
frente de una economía petrolera que hasta hace muy poco
contó con precios de hasta 128 dólares el barril, y los
cuales, por interés, complicidad o pura y simple
malandrería aplaudieron a Chávez a cambio de participar en
el festín.
Hoy el petróleo está a 30 dólares el barril con tendencia
a la baja, el tesoro venezolano exhausto, y la capacidad
de pago interna y externa del país en alarmante colapso,
pero nada que restrinja a a
Chávez en sus afanes totalitarios, quien promete rematar
lo que queda en las reservas internacionales en clientes
como Lula, los esposos Kirchner, los hermanos Castro, y
gente del tipo Ortega, Correa y Morales que ya hacen cola
para ver lo que les toca en los despojos.
De modo que con toda una escenografía, guión, actores y
extras para continuar la tragedia, Chávez se prepara a
representarla, y es mi impresión que no lo detendrá
siquiera la catastrófica derrota que le reservan los
venezolanos para que el 15 de febrero.
¿Hasta cuándo, hasta el 2012 que es la fecha que prescribe
la constitución para el fin de su segundo y último
mandato?
Difícil predecirlo, si tomamos en un cuenta que es un
caudillo que ya no imita siquiera a los tiranos sin rostro
de Miammar, sino a los piratas terrestres y marítimos del
Congo y Somalía.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |