Ha resultado de lo más
característico que, a raíz de la crisis de Honduras, el
grupete que Teodoro Petkoff ha bautizado como “La banda de
los cuatro” (Chávez, Correa, Morales y Ortega), y el
analista político, Robert Alvarado, como “Los cinco de
Castro” (los mismos, más Zelaya), se hayan transformado en
críticos feroces de la violencia y el golpismo, mientras
no pierden oportunidad para deshacerse en loas de la
democracia, el estado de derecho, la constitucionalidad y
la paz.
O sea que, repentinamente, se quitaron los disfraces de
duros, militaristas, encapuchados, cuartelarios,
guerrilleros, revolucionarios en armas, y de socios de
dictadores siniestros como los hermanos Castro, Lukashenko,
Putin, al Bashir, Ahmadinejad, Mugabe, y Kim Jong-il, los
cambiaron por los atuendos de civilistas, pacifistas e
institucionalistas, y aparecieron al lado de auténticos
demócratas como Stephen Harper, Barack Obama, Felipe
Calderón, Oscar Arias, Álvaro Uribe, Alán García y Michel
Bachelet, defendiendo una constitución, una sola
constitución: la que Manuel Zelaya llevaba 3 años violando
y tratando de desaparecer en Honduras.
Y es que, si los ilustres representantes de los países
miembros de la OEA y la ONU que se apresuraron a condenar
al pueblo y a las instituciones democráticas de Honduras
porque se negaron a dejarse poner al cuello la soga
zelayista, se preocuparan por saber qué pasa con las
constituciones, la democracia y el estado de derecho en
los países donde desgobierna “La banda de los cuatro”, se
hubieran encontrado con que casi no existen, o están a
punto desaparecer, y solo se acatan si están reformadas o
sustituidas por nuevas que funcionen como plataformas
“legales” para instaurar la dictadura marxista, de
socialismo militar y neototalitaria.
Caso emblemático, el de Chávez en Venezuela, quién
encabezó dos golpes de estado para darse a conocer,
granjearse popularidad y reunir los votos que le
permitieron ganar las elecciones presidenciales de 1998, y
desde entonces se hizo aprobar una constitución y aspira a
otra, y a otra, otra y otra, pues, se ha dado cuenta que
mejor es gobernar sin ninguna y que un caudillo
totalitario que se precie de tal, ES LA CONSTITUCIÓN, de
modo que pueda hacerla y deshacerla en cada segundo, y
según su real, absoluta e imperial gana.
Eso, por lo menos, es lo que prescribieron Stalin, Hitler,
Mussolini, Mao, Castro, Kim Il Sung y Pol Pot, quienes
cambiaban de constitución como de camisa, las desaparecían
por períodos o por siempre y para siempre, las anotaban,
tachaban o borraban como a una lista de compras, o tenían
a mano si, como es usual en los países socialistas,
escaseaba el papel higiénico.
Un tinglado, en fin, para el fraude, la violación de los
derechos humanos, la persecución de los adversarios y la
perpetuación en el poder, pues contiene todas las recetas
que permiten, desde la desaparición de la independencia de
los poderes, hasta el capitis deminutio de los
intermedios, sin contar el control total de la economía
que conduce a que el caudillo pueda hacer elecciones
diarias si quiere y sin perder ninguna.
Y, ¡ay!, de quiénes protestan contra tal estado de horror,
¡ay! de quiénes denuncian y se rebelan contra la que
también se conoce como dictadura constitucional, ¡ay! de
quiénes llaman a la desobediencia y a desarrollar
políticas que concluyan en la derrota de los
neototalitarios, pues son acusados de golpistas y
antidemocráticos, de enemigos de la constitución y del
estado de derecho, del pueblo y de la nación, que deben
pagar con cárcel, pérdida de la libertad, y aun con la
vida, el atrevimiento de rechazar la voluntad del
caudillo, del mandamás.
También debe colgárseles del pecho los estigmas de lacayos
del imperio, oligarcas, capitalistas, burgueses, agentes
de la CIA, vendepatrias, hijos de Satanás y de cuanto
poder oscuro y perverso ha existido en la historia.
Y aquí llegamos a la razón y causa de por qué todo el que
abriga en la América latina de hoy la aspiración secreta
de gobernar con mano fuerte, de hacerse obedecer sin
discusión y mandar de manera vitalicia y con derecho a
sucesión, compra la fórmula, franquicia, o cajita feliz
chavista, adoptaba por aventureros, corruptos, y mal
vivientes de toda laya, que no solo no tienen empacho en
transformarse de capitalistas en socialistas, de
demócratas en autoritarios, de hombres normales y
corrientes en héroes que surfean entre los vivas y
aplausos de las multitudes, sino también de devenir en
dictadores de discursos, salvadores de los pobres y con
charreteras.
Y como el padre de la criatura, Chávez, cuenta con los
petrodólares suficientes para promover y financiar el
experimiento, entonces no cuesta apostar a él, pues aun
perdiendo se gana, como se demostró en la aventura del
etnocacerista peruano, Ollanta Humala.
Otros casos, con variantes, los de Evo Morales, Rafael
Correa y Daniel Ortega, y, con muchas más variantes aun,
el de Manuel Zelaya, quien está pagando con un lamentable
papel de payaso y títere de “La banda de los cuatro”, el
no darse cuenta que en Honduras sí existía un pueblo y
unas instituciones democráticas responsables y decididas a
no dejar pasar sus estafas y contrabandos.
Y contra los cuales, “La banda de los cuatro” ha lanzado
otra de sus hipocresías atroces, como es proponer que en
la OEA y en la ONU se aprobara una resolución contra el
pueblo hondureño y su gobierno de transición, una
resolución de embargo económico continental y
generalizado, y aun se estudiara la posibilidad de una
intervención militar, como la de Lyndon B. Johnson en
Santo Domingo en 1965 o la de los cascos azules en Haití
en octubre de 1993 por decisión de la ONU y la OEA (la
llamada Misión Monuhat).
O sea, que los mismos que 3 semanas antes habían promovido
y logrado que la OEA aprobara por unanimidad en la
Asamblea General de San Pedro de Sula, una resolución
poniendo fin a la sanción que había expulsado a Cuba de la
OEA en 1964 por conspirar contra “la democracia y el
estado de derecho” y clamaban por su reingreso; los mismos
que son los principales críticos del embargo económico
estadounidense contra Cuba por considerarlo con razón
“injusto, inútil y criminal”, claman ahora porque se le
aplique al gobierno y al pueblo de Honduras, y todo por un
pecado capital: por defender su democracia y su
constitución.
Pero no concluyó ahí la ristra de hipocresías que la
crisis de Honduras obligó a sacar del arsenal de sorpresas
y marramucias que a menudo ofrece “La Banda de los Cuatro”
(devenida ahora en “Castro’ s Five”), sino que nos tenían
reservada una última que de verdad los escanea hasta los
tuétanos, y revela en su auténtica faz y naturaleza, como
es azuzar continuamente (en venezolano: “darle casquillo”)
al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para que se
deje de remilgos y se decida a invadir a Honduras, (sea
por mandato de la ONU, la OEA o de suyo propio), a que
derroque y expulse al presidente Micheletti y restaure a
Zelaya y los fueros de la pandilla en la nueva cabeza de
playa.
Únicamente que los gringos, como buenos jugadores de
béisbol, le “adivinaron” la seña al jefe de la banda,
dejaron que fuera él quien invadiera e intentara la
restauración, que fracasara estrepitosamente y sin
remisión y fuera apartado del tema de Honduras para
abrirle paso a una negociación que preserve la paz, la
constitucionalidad y la democracia en Honduras.
Anda ahora Hugoriletti y su jefe, Castro, despotricando de
la mediación, de Estados Unidos, el presidente Obama, la
Secretaria de Estado, Clinton, el presidente de Costa
Rica, Oscar Arias, y de todos aquellos a quienes llama
traidores y agentes de los golpistas porque se negaron a
prestarse para que la franquicia y cajita feliz siguiera
su avance triunfal por América latina.
Aun más: dicen que fue Obama y el gobierno de Estados
Unidos quienes promovieron “el golpe” y sostienen a
Micheletti.
Ah, pero también andan azuzando al desventurado Zelaya
para que invada a Honduras, forme un gobierno en algún
lugar del territorio y espere a que lo detengan o inmolen
para dar lugar al 13 de abril del 2002 hondureño, al
aquelarre en que presuntamente el pueblo venezolano
reinstaló a Chávez en el poder.
Pero no hay tal, pues se trata de un guión ya muy
conocido, aprendido y sufrido frente al cual el pueblo
hondureño ya está preparado y dispuesto a celebrar el
proceso electoral que instaure al nuevo presidente y su
gobierno.
Y en cuanto a Chávez y su banda, no les quedará más
remedio que contemplar el crepúsculo de la franquicia o
cajita feliz, a esperar que explosione o implosione y deje
de ser la pesadilla que le ha quitado el sueño a América
latina.
De modo que: by… by… míster Chávez.