No es solo cuestión de la
frescura que a torrentes le han impreso al movimiento
democrático, popular y antichavista, sino, igualmente, del
coraje, creatividad, moderación y cordura que, incluso, en
las circunstancias más adversas rubrican para dejar
constancia de una democracia venezolana siempre viva,
siempre robusta, siempre renovada.
Lo sorprendente es que en su mayoría cifran edades de
entre 15 y 25 años, o sea, que los más jóvenes no han
conocido otro gobierno que la autocracia que desgobierna
al país desde 1999, y los más viejos cruzaron del 85 hasta
hoy por una época de turbulencias que no les permitió
alero para establecer la diferencia entre gobiernos de
democracia maltrecha y aquellos que simulan ser
democráticos, pero para proceder a estropearla,
maltratarla, anularla y liquidarla.
Cómo llegaron sin tiempo a un conocimiento que a los
hombres y mujeres de generaciones anteriores costó tanto
aprender, concientizar y axiologizar, es un misterio que
no sé si remitir a sociólogos, historiadores, filósofos,
antropólogos o teólogos.
En todo caso, una dicotomía que reforzó sus anhelos
instintivos de libertad, su propensión al sueño y lo
imposible, en cuanto que, ver el regreso del hombre fuerte
para intentar imponerse a los débiles a punto de
demagogia, tribalismo e impostura, no era ya una
presunción, sino una realidad asfixiante y abominable.
Per contra, la presencia de los rebeldes, de los
indomables, de los alzados, de los irreductibles, de los
ciudadanos que no se dejan someter, de los venezolanos que
no renuncian a sus derechos, ni oyen los cantos de sirena
de la demagogia, y están siempre en las calles, plazas,
sitios de trabajo, casas de habitación, vecindario,
iglesias, escuelas y universidades, denunciando y
enfrentando la perversión que se empeña en arrebatarles la
libertad a cambio de mendrugos.
De modo que, mejor escuela y mejores maestros no pudieron
tener los estudiantes de la nueva generación; pero,
igualmente, mejores discípulos no encontraron quienes
aspiran a que sus palabras y sus hechos no caigan en
tierra estéril y sean la simiente que preserve a Venezuela
de los vacíos presentes y futuros.
Y ese es, sin duda, el mensaje, la señal frente a la cual
crece el desequilibrio de los que se aferran a que
Venezuela se convierta en una cáscara de nuez solo al
alcance de sus roeduras, en un círculo férreo y cerrado
que se niegue, incluso, a permitir la más desprevenida
mirada de afuera, como que, son las sombras su único y
vital sustento, los metros cuadrados que necesitan para
hacernos cada vez más minúsculos, cada vez más írritos,
cada más inútiles.
Por eso, la respuesta de Chávez al movimiento estudiantil
no podía ser más irracional, más intemperante, más
violenta, desde amenazarlos con cárceles y el fin de la
autonomía universitaria, hasta dar órdenes a los cuerpos
represivos a “lanzarles gas del bueno”, y acosarlos con la
fuerza de los que portan armas y licencias para matar.
Espectáculo que no se vivía desde los días más turbios de
las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez
Jiménez, que forma parte del legado común por el que los
pueblos del continente han escrito páginas gloriosas en la
lucha por la democracia y la libertad, pero que Chávez no
ha tenido empacho en restaurar y restablecer en una
demostración de que su vocación definitiva se inscribe a
favor de la autocracia, la tiranía y el terror.
Nada, sin embargo, que inhabilite y restrinja al
movimiento estudiantil, que tras cada amenaza, tras cada
muralla antepuesta por la intolerancia y la violencia
oficial ha encontrado razones para desafiar, persistir e
imponerse en una lucha que progresivamente se ha hecho
consubstancial a su estilo, energía, caudal y frescura.
Y es como si todo el país se hubiera vuelto joven, como si
hubiese recobrado la capacidad de alargarse en las
dimensiones que determina el salirle al paso al vacío, a
la nada transfigurada en poder de un mandamás enloquecido
por convertir a Venezuela en su hacienda personal, y a los
ciudadanos en peones cuya única misión es dedicarse a su
adoración perpetua y contribuir a que su poder sea cada
vez más férreo, más incontrolado y más absoluto.
De ahí que la convocatoria de los estudiantes a la marcha
de ayer por el “NO” y contra el empeño de Chávez de
hacerse elegir presidente vitalicio a través del recurso
de una enmienda que ya fue rechazada por los electores,
pero que insiste en aprobar en denegación inadmisible de
la constitución y la esencia republicana del sistema de
gobierno vigente, fuese acogida multitudinariamente por
venezolanos de todas las edades, sexos, razas y credos,
deviniera en otra fiesta de la paz, la convivencia y la
pluralidad, y contribuyera más que ninguna otra prédica,
iniciativa y demostración a que el futuro de la democracia
esté preservado y la derrota de las fuerzas del odio, la
dictadura y la represión, cuestión de días.
O sea, tiene día y hora, y no son otros que el próximo
domingo 15 cuando Venezuela se vuelque mayoritariamente a
votar porque NO mantenga la esencia republicana del país,
el gobierno de Chávez termine el 2012, y, a partir de ahí,
el pueblo pueda darse los gobernantes que le indiquen sus
preferencias políticas y partidistas.
Pero sin abrigar dudas de que los nuevos gobernantes sean
íntegramente democráticos, devotos del estado derecho y de
la defensa de los derechos humanos, de la libertad en una
sociedad justa, de bienestar e igualdad de oportunidades
para todos, y no se vuelva a permitir la distorsión que
casi nos hace naufragar como nación, pueblo y sociedad; la
que estableció a Chávez durante 10 años aplicando el ácido
disolvente que destruye esperanzas, sueños e inocencia.
En otras palabras: que no más militarismo, no más
autoritarismo, no más represión y violación de los
derechos humanos, no más intentos de convertirnos en una
comunidad de intolerantes y de pensamiento único, no más
chafarotes, ni gas para ahogar la libertad y el derecho a
la vida, no más corrupción ni impunidad para los
delincuentes y no más reelección indefinida para ponerle
fin a la república y retrotraernos a una vulgar y
pestilente monarquía.
Y que brille para siempre la antorcha que se prendió en
febrero del año 28, volvió a refulgir en noviembre del 57,
y desde el 2007 es una llama que no solo está alumbrando
el camino de los demócratas, sino oscureciendo el de los
autócratas y totalitarios.