Ocho días
después del domingo que marcó
el fin del asalto chavista a
Honduras y del colapso electoral de los esposos Kirchner
(los aliados más
firmes de Chávez
en el Cono Sur)
en las elecciones legislativas de Argentina, conviene
preguntarse si se trata de un traspiés momentáneo
y fácilmente
revertible en la expansión
de la “revolución”
que lidera el teniente coronel venezolano, o si, por el
contrario, estamos ante la señal
definitiva de que empieza su etapa de rendimientos
decrecientes como artículo
de exportación
y pronto se verá
reducida a venderse en su mercado de origen, Venezuela, y
en los 3 países
que todavía
mantiene un alto consumo de tan ilusoria mercancía:
Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Digamos que, a favor de
la primera tesis, podría
alegarse que contar con la alianza sólida
en el continente de dos bastiones del indigenismo, y de
otro ligado por su historia reciente a las luchas contra
el militarismo, el imperialismo, las oligarquías
y por el socialismo no son conchas de ajo, según
puede verse en las simpatías
que genera el chavismo en países
que comparten una y otra características,
como sucedió
en Honduras y puede verse en Perú,
Guatemala y aún
México.
O sea, que la historia
apenas estaría
comenzando, si tomamos en cuenta que la
neoizquierda de tufo
militarista y totalitario en absoluto se ha planteado una
estrategia de toma del poder recurriendo a la lucha
armada y a los procesos largos e impredecibles que le están
generalmente asociados, sino a la muy burguesa lucha
electoral que, para cristalizar, solo precisa del apoyo
mayoritario del electorado y de un estado de derecho que
esté dispuesto a legitimarlos.
Y como estamos en un
continente donde la pobreza, las desigualdades y las
injusticias son los marcadores históricos
del contexto social, comprenderemos hasta donde puede
llegar la obra corrosiva y disolvente de los demagogos que
pescan votos entre los menos beneficiados, sobre todo si a
una mediana preocupación
por mejorarles su suerte, se une la ambición
de someter sus países
al dominio de férreas dictadura, cuya influencia se haga
sentir por la región
y aun el mundo… si los dejan.
Chávez,
en consecuencia, no ha tenido empacho en escribir y
ejecutar un guión
que, si se cumple (como es su caso), puede considerarse
una obra maestra de la teoría
política
contemporánea,
si bien, para que se cumpla a cabalidad, requiere de
factores externos que no pueden venir de la iniciativa del
creador, sino de la suerte.
Que en su caso, no ha
sido otra que el advenimiento de un ciclo alcista de los
precios del petróleo
a la mitad de su mandato de largos 10 años
que le ha procurado recursos, no solo para darle alguna
credibilidad a sus promesas de redentor social, sino
también de restaurador del “socialismo real” que se creyó
definitivamente enterrado con la caída
del muro de Berlín
y el colapso de la Unión
Soviética.
Nació,
por esa vía,
“la revolución
clientelar” o de “socialismo
tarifado”, que consiste en que sus dirigentes y militantes
no tratan de hacerlos realidad por convicciones y
principios, sino porque les representan ventajas que
pueden hacer efectivas, líquidas,
en las taquillas de los bancos o las bóvedas
del Tesoro Nacional.
Distopía
a la que puede accederse antes y durante la inserción
de los clientes en los procesos que permiten desarrollar
el guión,
casos los de Evo Morales, Rafael Correa,
Ollanta
Humala, y Daniel Ortega, o el de Manuel Zelaya,
quien después de ser electo en una fórmula
política
de derecha por un partido ultraconservador, se convirtió
en chavista y bolivariano por
las ventajas que le procuraba tal opción,
entre otras, ser electo presidente vitalicio de Honduras vía
la reelección
indefinida.
Detalle que, sin duda,
explica porque, a diferencia de Chávez,
Morales, Correa y Ortega, el guión
acaba de abortar en el país
de Morazán,
pues era imposible que sin fuerzas políticas
importantes que lo apoyaran, y, aún
más,
debiéndole todo al status quo que quería
desbancar, ese mismo liderazgo se cruzara de brazos ante
el asesinato de la democracia hondureña.
Terremoto
antichavista que también encontró
su réplica en Argentina, pero en los votos del electorado
rioplatense del domingo pasado, dejando claro que el final
del kirchnerismo ya tiene
fecha y solo hay que esperar por los partidos, grupos y líderes
que se preparan para su sucesión.
O sea, dos sucesos de
igual significado, ocurridos durante el “domingo negro de
Chávez”
a miles de kilómetros
de distancia y en escenarios que no pueden ser más
diversos, pero que refuerzan la idea, el hecho
fundamental, de que la llamada revolución
bolivariana encontró
al fin su Waterloo y de ahora en adelante no cabría
esperar sino su reducción
a teatros menos lucidos, y a través de actuaciones menos
espectaculares, como pueden ser los de sus propios países.
En otras palabras: que
parafraseando a Stalin, si bien el
chavismo no puede tomarse como modelo exclusivo
para un “solo país”,
si puede quedar circunscrito a un puñado,
a un puñadito
de países,
que aunque no deben menospreciarse como realidades históricas,
si es pertinente considerar de alcance limitado en cuanto
a su significación
política
y económica.
Ah, y sometidos a la
observación
permanente, a la alarma continua, pues si algo dejan claro
los sucesos de Honduras es la naturaleza ilegal, corrosiva
y expansiva del chavismo, el
cual, aparte de portar el virus de la dictadura
neototalitaria que auspicia su progenitor, es también un
viaje sin retorno a la miseria, las desigualdades e
injusticias típicas
de su acendrado colectivismo.
O sea, que ya los
liderazgos nacionales y regionales saben a que atenerse
donde quiera que alienten estos proyectos
redencionistas y mesiánicos,
y las medidas a tomar para reaccionar con eficacia cuando
las fuerzas de la democracia aun están
vivas y en capacidad de dar respuestas.
Escenario que se ve
facilitado por hecho de que el gran motor de la expansión
chavista, como fue el alza
desmesurada del precio del petróleo
como consecuencia del ciclo alcista, también se está
apagando, y Chávez
obligado a ocuparse de los problemas internos de
Venezuela, en tanto se queda sin recurso para financiar
una operación
de expansión
política
tan agresiva, como frágil.