Negar que con el millón de
votos de ventaja que obtuvo sobre la oposición en el
referendo del 15-F, el gobierno acumula un capital
político sólido para cruzar el desierto de la crisis
económica que se avecina, es tan ingenuo como afirmar que,
por eso mismo, puede continuar dilapidando recursos y
oportunidades, olvidado de las grandes urgencias
nacionales y colgado de la ilusión de una revolución que,
tanto dentro como puertas afuera, luce tan inviable, como
inapetecible.
Mensaje que es estrictamente igual al emanado del
mecanismo de copiosas elecciones y referendos con que la
autocracia plebiscitaria chavista se ha parapeteado en el
poder, pero que ahora, a 10 años de su inicio y con los
males nacionales tiñéndose de presagios apocalípticos,
podría ser el último cheque en blanco que el electorado
pone en manos del caudillo redentor.
Máxime cuando la oposición democrática ha venido creciendo
en proporción directa a la frustración que elección tras
elección manifiestan crecientes sectores populares contra
los resultados de las políticas seudobolivarianas y seudos
revolucionarias, lo cual la convierte en una tendencia en
auge difícil de contener y derrotar, amenazando, de paso,
con pasar a ser mayoría nacional tan pronto terminen de
agotarse las expectativas con relación a Chávez y su
proyecto.
No es una ilusión, ya que, si contando con el apoyo de
mayorías que a veces llegaron a rozar el 80 por ciento, un
estado fuerte donde la independencia de los poderes
desapareció al otro día de hacerse Chávez con todo el
poder y un ingreso petrolero producto del ya finalizado
ciclo alcista de los precios del crudo que llegó a
totalizar en los últimos 4 años la bicoca de 850 mil
millones de dólares, los males nacionales no se
corrigieron sino que aumentaron ¿qué cabe esperar ahora
cuando la urgencia de enfrentar la crisis encuentra al
gobierno exhausto, desvalijado y con el status de pobre de
solemnidad?.
En otras palabras: que si bien los resultados del 15-F
pueden portar la clave para que el chavismo recupere el
paraíso cuando, no solo crecía, sino que agotaba más y más
las opciones de la oposición, también puede ser la puerta
de ingreso al infierno en que se desplome de manera
definitiva y no le quede otro alternativa que sobrevivir
como minoría y ante el acoso de todo un país que le
contará los años, meses, semanas, días, horas y segundos
que le restan en el poder.
A este respecto es indefectible que el gran reto de Chávez
en el 2009 será habérselas con los desequilibrios que
rondan sobre las cuentas fiscales las cuales, como
consecuencia de la caída de los precios del petróleo
estaban significando para fines de la semana en curso una
reducción de entre el 65 y 75 por ciento del ingreso
fiscal petrolero, que representa una merma de 10.000 a
15.000 para un presupuesto que se había elaborado
contemplando ingresos de 39.000 millones de dólares.
O sea que, hablando en criollo, cristiano o lenguaje
coloquial, a Chávez se le apagó el motor financiero, se le
agotó la chequera, se le secó la botija, ya que, si como
se presume, no existen los fondos de reserva para
compensar la caída de los ingresos, entonces sería
inevitable que aplique una terapia de shock como la que
tantas veces le criticó al FMI y al Banco Mundial.
Hablamos, desde luego, de una drástica reducción del gasto
público, de una devaluación severa del bolívar, o de un
aumento en las tasas impositivas al par que se crean
nuevos impuestos, medidas que por más que se controlen sus
efectos con relación a las políticas sociales, el poder
adquisitivo y la oferta de bienes y servicios para los más
pobres, siempre son las horcas caudinas en que terminan
las fantasías de los redentores.
Y por una razón muy sencilla: en cualquier economía toda
política restrictiva, ya se refiera al gasto, la
circulación monetaria, el poder adquisitivo, o la oferta
de bienes y servicios, siempre termina golpeando con
preferencia a los más pobres, a los más vulnerables, pues
cuentan con menores coberturas a la hora de escapar al
desempleo, la inflación o el desabastecimiento.
De modo que, cualquier sea la receta adoptada por Chávez,
ya sea que se refiera a un laissez faire (no pararle a la
crisis), o a una mini terapia de shock, es evidente que
tendrá que enfrentar otra vez a los sectores populares
cuyo bienestar lleva 10 años diciendo son la preocupación
fundamental de su gobierno, pero que tan pronto gana o
pierde elecciones, pasa a ignorar porque su preocupación
no son los pobres reales y concretos, sino la entidad
metafísica, abstracta o maniquea que conviene halagar para
darle un matiz redentor a la revolución.
Y en una espiral de afectos y desafectos, de olvidos y
desolvidos, cada vez más cerca del punto de quiebre, de un
límite a partir del cual no hay más allá y lo que queda es
una ruptura traumática que liquida cualquier
reconciliación futura entre los agentes o factores.
Rompimiento que tendría que ser la gran oportunidad de la
oposición, pero eso sí, si se mantiene viva, vigente,
solvente y presta a jugarse las cartas definitivas para
poner fin a la autocracia.
Para ello es imprescindible, antes que nada, acercarse a
los sectores que por ser los más pobres, desprotegidos y
vulnerables de la población, tienden a ser los más
golpeados por las engañifas del populismo y los caudillos
redentores, por cuanto, sin recursos para escapar a los
embates de las injusticias y la desigualdad, son
especialmente propensos a echar mano a cualquier tabla de
salvación.
Un atajo por el que siempre terminan, tanto más pobres,
como convertidos en súbditos de una monarquía totalitaria
que a través de sus carencias los unce a una perspectiva
de miseria, vasallaje y esclavitud.
Ejemplos, los de los países que fueron víctimas del
llamado “socialismo real”, en los cuales, el
empobrecimiento creciente, fue ocasión para que las
cadenas de la dictadura afincaran con más rigor en los
cuerpos y mentes de los sometidos.
Pero, de igual manera, la oposición democrática venezolana
no debe darle más plazos a la tarea de renovar su
liderazgo, a la urgencia de que nuevos nombres y nuevas
organizaciones pasen ocupar las primeras filas en el
ejército que debe rápidamente ponerse en pie para
emprender las batallas del futuro.
Y con un mensaje igual de nuevo, fresco y en capacidad de
convencer a quienes por haber perdido sintonía con la
cultura de la tolerancia, la pluralidad y la diversidad
son reacios a admitir que solo la democracia contiene una
promesa de rescate, renovación y recuperación del país.
El reto de los retos, en definitiva, pero sin cuyo
cumplimiento Venezuela seguirá la dinámica de aquellas
sociedades que por darse demasiado tiempo en sacudirse un
totalitarismo en ciernes, reacción pero cuando ya no
quedaban más salidas.
A este respecto me atrevo a decir que aun estamos a
tiempo, pero sin que se me escape que cualquier dilación
en la urgencia de poner a Venezuela en pie de lucha, es
como un tanto que agregamos en el score de los
colectivistas, de los autócratas y los totalitarios.