Sin duda que la noticia más
preocupante al acercarnos a la primera década de la
pesadilla chavista, no es que termina en un clima de
violencia y atropellos como pocas veces había conocido el
país, sino que su principal promotor y beneficiario, Hugo
Chávez, está decidido a prolongarla por 10 y hasta 20
años.
O sea, que en el 2030 podría continuar de presidente un
Chávez casi octogenario, exhibiendo su difícilmente
presentable humanidad, regordete, con unos centímetros
menos de estatura apenas simulados con tacones que tratan
de elevarlo, pelo de color irreconocible después que miles
de afeites han fracaso simulándole las canas, y, lo que es
peor: mascullando los mismos discursos, farfullando las
mismas frases y arengas que al cabo de tres décadas
concluirían transformándose en una jerga tan abominable,
como ininteligible.
Espectáculo que, a pesar de lo grotesco que resulte, no
tendría por qué extrañar ni sorprender a nadie, ya que son
muchos los jefes de estado que han llegado a gobernar
hasta edades que en otros oficios no serían permisibles,
si no fuera porque el público, el conjunto de los que lo
oyen, siguen, adoran, cuidan, acompañan y hacen coro
también sería una multitud de ancianos, de hombres y
mujeres de entre 70 y 80 años que, igualmente, padecerían
los achaques y falencias del líder.
Eso sí, armados hasta los dientes, dotados con armas
represivas, compulsivas y abrasivas de última generación,
ya que los pocos recursos que se producirían en tan larga
y torcida gerontocracia, en tan intragable vetustez,
serían para imponerla a sangre y fuego y sin dar paz ni
cuartel.
Pero es que el mismo paisaje urbano: calles, casas,
edificios, infraestructura, instalaciones, vehículos,
paradas, alumbrado, metro, transporte, plazas… exhibirían
la carcoma de la herrumbre del tiempo, de la edad, en una
alegoría espectral de lo que sucede en una sociedad cuando
sus dirigentes se niegan a cambiar y ser cambiados y la
condenan a un solo procesador, a un único programa de
códigos, signos y gestos.
Y no estoy escribiendo literatura de anticipación ni de
ciencia ficción, sino que sencillamente recuerdo a la
tierra arrasada y en ruinas en que el castrismo convirtió
a Cuba, con sus otroras hermosas ciudades y pueblos
devenidos en regueros de miseria y precariedad, sin otra
opción que ver como hora a hora y día a día se pulveriza
lo que fue la invaluable herencia de cientos de
generaciones de cubanos.
Esto no es, sin embargo, lo peor que puede sucederle a
comunidades urbanas y rurales que caigan en las garras de
los dictadores totalitarios marxistas y comunistas, ya
que, si alguna vez acopian recursos y se proponen cambiar
la fisonomía del hórrido entorno físico que los rodea,
proceden a construir unos amasijos monstruosos,
esperpénticos y grandilocuentes a la gloria del sistema y
del dictador que son los peores monumentos al mal gusto,
la cursilería y la banalidad que se conocen en la historia
del planeta.
Habría que detenerse para comprobarlo en los destrozos que
el dictador rumano Ceaucescu perpetró en el centro de
Bucarest en su empeño de eternizar su estatura de monarca
y redentor, así como la catástrofe que promovieron Kim Il
Sung y su hijo, Kim Jong-il en Pyongyang, Ulbrick y
Honecker en Berlín Este y Stalin en Moscú y Leningrado
(hoy San Petersburgo).
De modo que de caer en la rapiña de la reelección
indefinida chavista del 15 de febrero, los venezolanos de
las próximas dos décadas tendrían que darse como muy
afortunados si ven al país precipitarse hacia la ruina
pura y simple, de verlo convertirse en la Cuba del siglo
XXI, pero rogando que los arquitectos cesáreos, gente del
tipo Farruco Sexto y Posani, no la agarren, siguiendo
órdenes de Chávez, por poblar el paisaje urbano y rural de
mamotretos como los que ya asesinaron a tantos países que
permitieron se les empujara al pasado.
Horror de horrores cuyo anticipo más próximo es la
calcutización de los centros de las ciudades y los pueblos
de Venezuela, con la basura copando lo que antes eran
calles y plazas públicas, bandas de forajidos que se unen
a los agentes de seguridad para perseguir a políticos y
ciudadanos no afectos a régimen que se aventuran por sus
feudos, deterioro de los servicios de alumbrado y
vigilancia y proliferación de robos, atracos, secuestros e
incursiones del sicariato.
Pero por las vías urbanas de extramuros también es usual
encontrarse con derrumbes, puentes caídos o a punto de
caerse que nadie repara, huecos y baches que se
profundizan día a día, peñascos atravesados y las eternas
pandillas de delincuentes al acecho de que los conductores
se descuiden para quitarles el vehículo, sus pertenencias
o la vida.
Pero hablar de la destrucción de la infraestructura física
es nada, o de males que con esfuerzos se podrían corregir,
si nos referimos al colapso de la economía en sus
vertientes privada y pública, de las que antes fueron
fábricas o centros de producción agropecuarios quebrados o
a puntos de quebrar, con las empresas del estado
consumiendo parte importante del presupuesto para
alimentar una burocracia corrupta que ha pasado a
constituirse en la única clase con riqueza creciente del
país, y la producción en todos sus niveles paralizada y
sin darle respuestas a las mas elementales necesidades de
la población.
Para comprender a qué clase de tragedia nos estamos
refiriendo, habría que señalar que PDVSA, la empresa
petrolera estatal de la cual depende el suministro del 85
por ciento de las divisas que requiere el país para su
funcionamiento, tiene más de tres meses en atraso con
parte de su personal y la totalidad de sus proveedores, ha
contraído una deuda que es casi una tercera parte de su
patrimonio, ha decaído en su producción al extremo de
importar gasolina para el consumo interno, y ha sufrido
tal deterioro en su infraestructura de servicios, gerencia
y personal que es imposible enfrente los retos de
producción que debe acometer en el futuro inmediato, sin
más deudas y dependencia de las transnacionales
financieras y petroleras de Estados Unidos, Europa y
Japón.
Pero si PDVSA es rescatable con un SOS a las
transnacionales extranjeras e hipercapitalistas, las
empresas de Guayana, las responsables de producir y
exportar acero y aluminio para el mercado interno y
exportar, no se rescatarán con salvataje de ningún tipo,
pues Chávez en su empeño de convertirlas en cooperativas,
empresas de producción social o socialistas, simplemente
las destruyó y convirtió en polvo y paja.
Pero, no solo la quiebra de la infraestructura física es
uno de los resultados más pavorosos de los 10 años de la
pesadilla chavista, sino que Venezuela devino en un país
cuya estructura humana esta inficionada por bandas de
delincuentes que confunden, adrede, la trasgresión
política con la moral y religiosa, como puede verificarse
con los actos de vandalismo que se ejecutaron en la
madrugada del sábado contra la Sinagoga donde los judíos
de Venezuela practican sus ceremonias y ritos ancestrales.
Como ya lo habían hecho con templos e imágenes de la
Iglesia Católica y al arbitrio de vándalos para los cuales
la fe solo es tolerable si se presta a sus perversos
fines.
O sea, que Hitler ha llegado por primera vez a la tierra
de Bolívar y de la mano de un caudillo que quiere
obligarnos a contemplar su decrepitud, como si fuera
agradable para los seres humanos ver como la relativa
salud de un congénere se transforma en miasmas.