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Una década de pesadilla chavista
por Manuel Malaver  
domingo, 1 febrero 2009


Sin duda que la noticia más preocupante al acercarnos a la primera década de la pesadilla chavista, no es que termina en un clima de violencia y atropellos como pocas veces había conocido el país, sino que su principal promotor y beneficiario, Hugo Chávez, está decidido a prolongarla por 10 y hasta 20 años.

O sea, que en el 2030 podría continuar de presidente un Chávez casi octogenario, exhibiendo su difícilmente presentable humanidad, regordete, con unos centímetros menos de estatura apenas simulados con tacones que tratan de elevarlo, pelo de color irreconocible después que miles de afeites han fracaso simulándole las canas, y, lo que es peor: mascullando los mismos discursos, farfullando las mismas frases y arengas que al cabo de tres décadas concluirían transformándose en una jerga tan abominable, como ininteligible.

Espectáculo que, a pesar de lo grotesco que resulte, no tendría por qué extrañar ni sorprender a nadie, ya que son muchos los jefes de estado que han llegado a gobernar hasta edades que en otros oficios no serían permisibles, si no fuera porque el público, el conjunto de los que lo oyen, siguen, adoran, cuidan, acompañan y hacen coro también sería una multitud de ancianos, de hombres y mujeres de entre 70 y 80 años que, igualmente, padecerían los achaques y falencias del líder.

Eso sí, armados hasta los dientes, dotados con armas represivas, compulsivas y abrasivas de última generación, ya que los pocos recursos que se producirían en tan larga y torcida gerontocracia, en tan intragable vetustez, serían para imponerla a sangre y fuego y sin dar paz ni cuartel.

Pero es que el mismo paisaje urbano: calles, casas, edificios, infraestructura, instalaciones, vehículos, paradas, alumbrado, metro, transporte, plazas… exhibirían la carcoma de la herrumbre del tiempo, de la edad, en una alegoría espectral de lo que sucede en una sociedad cuando sus dirigentes se niegan a cambiar y ser cambiados y la condenan a un solo procesador, a un único programa de códigos, signos y gestos.

Y no estoy escribiendo literatura de anticipación ni de ciencia ficción, sino que sencillamente recuerdo a la tierra arrasada y en ruinas en que el castrismo convirtió a Cuba, con sus otroras hermosas ciudades y pueblos devenidos en regueros de miseria y precariedad, sin otra opción que ver como hora a hora y día a día se pulveriza lo que fue la invaluable herencia de cientos de generaciones de cubanos.

Esto no es, sin embargo, lo peor que puede sucederle a comunidades urbanas y rurales que caigan en las garras de los dictadores totalitarios marxistas y comunistas, ya que, si alguna vez acopian recursos y se proponen cambiar la fisonomía del hórrido entorno físico que los rodea, proceden a construir unos amasijos monstruosos, esperpénticos y grandilocuentes a la gloria del sistema y del dictador que son los peores monumentos al mal gusto, la cursilería y la banalidad que se conocen en la historia del planeta.

Habría que detenerse para comprobarlo en los destrozos que el dictador rumano Ceaucescu perpetró en el centro de Bucarest en su empeño de eternizar su estatura de monarca y redentor, así como la catástrofe que promovieron Kim Il Sung y su hijo, Kim Jong-il en Pyongyang, Ulbrick y Honecker en Berlín Este y Stalin en Moscú y Leningrado (hoy San Petersburgo).

De modo que de caer en la rapiña de la reelección indefinida chavista del 15 de febrero, los venezolanos de las próximas dos décadas tendrían que darse como muy afortunados si ven al país precipitarse hacia la ruina pura y simple, de verlo convertirse en la Cuba del siglo XXI, pero rogando que los arquitectos cesáreos, gente del tipo Farruco Sexto y Posani, no la agarren, siguiendo órdenes de Chávez, por poblar el paisaje urbano y rural de mamotretos como los que ya asesinaron a tantos países que permitieron se les empujara al pasado.

Horror de horrores cuyo anticipo más próximo es la calcutización de los centros de las ciudades y los pueblos de Venezuela, con la basura copando lo que antes eran calles y plazas públicas, bandas de forajidos que se unen a los agentes de seguridad para perseguir a políticos y ciudadanos no afectos a régimen que se aventuran por sus feudos, deterioro de los servicios de alumbrado y vigilancia y proliferación de robos, atracos, secuestros e incursiones del sicariato.

Pero por las vías urbanas de extramuros también es usual encontrarse con derrumbes, puentes caídos o a punto de caerse que nadie repara, huecos y baches que se profundizan día a día, peñascos atravesados y las eternas pandillas de delincuentes al acecho de que los conductores se descuiden para quitarles el vehículo, sus pertenencias o la vida.

Pero hablar de la destrucción de la infraestructura física es nada, o de males que con esfuerzos se podrían corregir, si nos referimos al colapso de la economía en sus vertientes privada y pública, de las que antes fueron fábricas o centros de producción agropecuarios quebrados o a puntos de quebrar, con las empresas del estado consumiendo parte importante del presupuesto para alimentar una burocracia corrupta que ha pasado a constituirse en la única clase con riqueza creciente del país, y la producción en todos sus niveles paralizada y sin darle respuestas a las mas elementales necesidades de la población.

Para comprender a qué clase de tragedia nos estamos refiriendo, habría que señalar que PDVSA, la empresa petrolera estatal de la cual depende el suministro del 85 por ciento de las divisas que requiere el país para su funcionamiento, tiene más de tres meses en atraso con parte de su personal y la totalidad de sus proveedores, ha contraído una deuda que es casi una tercera parte de su patrimonio, ha decaído en su producción al extremo de importar gasolina para el consumo interno, y ha sufrido tal deterioro en su infraestructura de servicios, gerencia y personal que es imposible enfrente los retos de producción que debe acometer en el futuro inmediato, sin más deudas y dependencia de las transnacionales financieras y petroleras de Estados Unidos, Europa y Japón.

Pero si PDVSA es rescatable con un SOS a las transnacionales extranjeras e hipercapitalistas, las empresas de Guayana, las responsables de producir y exportar acero y aluminio para el mercado interno y exportar, no se rescatarán con salvataje de ningún tipo, pues Chávez en su empeño de convertirlas en cooperativas, empresas de producción social o socialistas, simplemente las destruyó y convirtió en polvo y paja.

Pero, no solo la quiebra de la infraestructura física es uno de los resultados más pavorosos de los 10 años de la pesadilla chavista, sino que Venezuela devino en un país cuya estructura humana esta inficionada por bandas de delincuentes que confunden, adrede, la trasgresión política con la moral y religiosa, como puede verificarse con los actos de vandalismo que se ejecutaron en la madrugada del sábado contra la Sinagoga donde los judíos de Venezuela practican sus ceremonias y ritos ancestrales.

Como ya lo habían hecho con templos e imágenes de la Iglesia Católica y al arbitrio de vándalos para los cuales la fe solo es tolerable si se presta a sus perversos fines.

O sea, que Hitler ha llegado por primera vez a la tierra de Bolívar y de la mano de un caudillo que quiere obligarnos a contemplar su decrepitud, como si fuera agradable para los seres humanos ver como la relativa salud de un congénere se transforma en miasmas.

 
 

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