Sea cual sea la razón por la
cual Chávez decidió jugarse el todo por el todo en las
elecciones de noviembre próximo, no hay duda que cuesta
explicarse por qué lo hace en un alarde de ridículo
extremo, de histrionismo feroz y bufonería intragable que
pensábamos estaba reservado a aquellas películas de
Hollywood donde África y América latina son presentadas
como criaderos de dictadores, no solo circenses, sino
crueles.
Modelo que el dizque presidente venezolano ha corregido y
aumentado en el último mes y medio hasta límites
disfuncionales, pues el mismo ha confesado que no solo es
un “héroe” correlón, sino que se hace en los pantalones,
en tanto no pierde tiempo en fraguar guerras, disponer
campañas e inventarse enemigos que solo existen en su
cabezota calenturienta y hueca.
Sigámosle un día cualquiera rodeado de grupos de becarios
del gobierno que presenta como socialistas siglo XXI y
revolucionarios “patria o muerte” y dispuestos a dar la
vida por el proceso y el comandante en jefe, cuando Chávez
sabe, o debería saber, que están ahí por el muy
capitalista quince y último, por la posibilidad de ponerse
en unos cobres sin otro esfuerzo que asistir a un show
cuyo guión, de tanto repetirse, está requeteaprendido.
El domingo ante pasado, por ejemplo, en un “Aló
presidente” celebrado en el barrio “La Bombilla” de
Petare, propuso a los lugareños crear una empresa
petroquímica dirigida a la producción de plásticos, así
como una cooperativa pesquera, con las cuales
presuntamente mejorarían sus ingresos, calidad de vida y
conciencia socialista, a la par que anunciaba que las
arcas del Tesoro Nacional estaban abiertas para financiar
tan brillantes iniciativas.
De igual manera, comprometió al candidato a alcalde
oficialista del municipio Sucre en las elecciones de
noviembre, Jesse Chacón, a construirles a los habitantes
del barrio un teleférico de modo que no tengan que
utilizar el transporte terrestre para subir desde la
ciudad, a alturas que pueden llegar a los 100 y 200 metros
Idea e inversión que no estarían ni mal si Chávez supiera
que el primer problema de los habitantes de La Bombilla es
la feroz inseguridad personal que cobra la vida de hasta
12 ciudadanos por semana, sin contar las víctimas del
dengue, del narcotráfico, el desempleo, la inflación y el
desabastecimiento que contribuyen a que la vida en las
zonas altas de la ciudad sea sencillamente un infierno.
Hay también agudos problemas con la basura, el suministro
de agua, los cortes de electricidad que hacen casi
inexistente el servicio, y la crisis de vivienda que
convierte a los hombres y mujeres de La Bombilla en
víctimas fáciles de la lluvia, los deslaves y las
inundaciones.
Y para los cuales, un teleférico sin solución de los
problemas que les garanticen simplemente vivir en el
pedazo de tierra que su esfuerzo les deparó, es un lujo
que, de paso, contribuye a aumentar la inseguridad y la
delincuencia, puesto que haría más fáciles y eficaces las
tareas de quienes operan a favor del robo, los arrebatones,
los ajustes de cuentas, los secuestros y el narcotráfico.
Chávez habló también en el memorable “Aló presidente” del
domingo ante pasado de sus “locuras creativas”, de las
noches en que se despierta como asaltado por una idea que
le estalla en el cerebro y corre a anotarla, a
borronearla, a armarla, para después transmitírsela a los
amanuenses, ordenanzas, asesores y asistentes que deben
tenerlas presente para el momento en que decida
implementarlas, ponerlas a andar.
¿Y qué duda cabe que la inspiración de la empresa de
plásticos, la cooperativa pesquera y el teleférico para el
barrio La Bombilla salió de una de esas “noches
creativas”, de esos instantes de inmersión en el flujo
vital del espíritu de la historia que usa a uno de sus
sumos sacerdotes para llevarle la felicidad a los simples
mortales?
Cualidades mediúnicas que, incluso, podrían tomarse como
la consecuencia menos dañina en la expansión de un ego que
de solo intentar ser lo que no puede ser quedó desgarrado
y destruido, sino fuera porque a menudo se solaza en la
violencia, en evocar el derramamiento de sangre, en los
tiempos en que ya no reinará entre los vivos, sino entre
los muertos.
Así, por ejemplo, en un mitin celebrado el jueves en una
presunta comuna que Chávez presentó a unos invitados
extranjeros como un modelo de desarrollo económico y
conciencia socialista -y todo el mundo sabe es un rotundo
fracaso donde ha campeado la corrupción, la ineficiencia y
el despilfarro-, se largó a amenazar a la oposición con el
Apocalipsis, la violencia y la guerra, si era que ganaba
en las elecciones de noviembre y se enfilaban a separarlo
del poder.
“No se engañen” repitió una y otra vez “lo que les
interesa no es ganar alcaldías y gobernaciones, sino tener
la capacidad de agrupar fuerzas para ponerle fin a la
revolución y el gobierno. En otras palabras, que "vienen
por mí”.
Y por esa vía, dejó claro que es el terror a ser
desalojado de Miraflores, a no contar más con el poder
omnímodo que se ha procurado hasta ahora, a dejar de
comportarse como dictador de opereta que por lo único que
mete miedo es por aquello de que “los locos también
matan”, lo que en realidad explica esta fase suicida de su
mandato donde, el ridículo y la bufonería, son otras
tantas de sus atrocidades.
Un día después, el viernes, en cadena de radio y
televisión y en un acto de recibimiento del presidente de
Ecuador, Rafael Correa, Chávez volvió con sus amenazas, el
Apocalipsis, la guerra y la violencia, vociferando que si
la oposición intentaba derrocarlo mediante la fuerza “no
quedarían rastro de pitiyanqui alguno”.
Aclaro que esa palabreja “pitiyanqui”, no es ni siquiera
de la jerga de la izquierda de los 60, sino que su
significado hay que buscarlo más atrás, en los 50 y 40,
cuando nadie sabe porque razón los antiimperialistas de
entonces estigmatizaban a sus adversarios llamándolos
“pitiyanquis”.
Y me detengo en el detalle, porque uno de los rasgos más
abominables de la revolución bolivariana y su caudillo es
un arraigado anacronismo que no se amilana antes los
hechos y conceptos, sino que aun en minucias, como es
adjetivar a los opositores, se dirige al baúl de los
recuerdos a buscar palabras que de tan viejas, resultan
intelegibles.
Un bodrio, en definitiva, no solo informe y monstruoso,
sino resucitador de vocablos que solo concitan atención
por lo que tienen de vetusto y potencialmente delictivo.
Y este es el contexto en el que Chávez le ha tirado al
rostro de Venezuela un “Paquete de 26 Leyes”, redactadas
de su puño y letra y aprobadas por su única y contundente
voluntad, para que la revolución histriónica, ridícula y
potencialmente asesina, se extienda por 20 años y el país
sea sometido a lo humanamente intolerable: un payaso que
juega a la revolución, gasta los ingentes recursos
provenientes de la renta petrolera, comprando aliados que
simulan respaldarlo y aplaudirlo, en tanto la economía se
dirige a experimentar una crisis de característica jamás
vividos en la historia, como es la del país que se arruinó
por no haber tenido el coraje de mandar al circo o al
manicomio a un presidente que se creyó todo, sin ser
nadie.
Síndrome de un virus poco común, pero no por eso menos
detestable, como la pulverización del cerebro de una
persona por la acumulación excesiva del poder.