Es
como para creer en esas señales ocultas y misteriosas que
el orden o desorden de las cosas se permite a veces
segregar y da lugar a tanto discurso sobre la ley
metafísica de causa y efecto que algunos hinduizantes
despachan como ley del karma y otros, más cristianos, como
de reciprocidad: pero sin duda que Chávez jamás esperó que
el general y gobernador de Carabobo, Acosta Carlez, le
eructara en su propia cara, mientras lo llamaba “padre” y
se preparaba a lanzar su candidatura para la reelección en
noviembre próximo.
Decisión que explica porque si uno visita, o pasa por la
capital de Carabobo, o cualquiera otra de sus ciudades o
pueblos importantes en uno de estos días, encuentra que
los afiches, pintas y pancartas del comandante-presidente
han desaparecido de calles y avenidas como por encanto,
mientras carreteras y autopistas son tomadas por
manifestantes iracundos, revolucionarios y socialistas,
que protestan por la inseguridad, la falta de viviendas,
la corrupción, el desabastecimiento, la inflación y piden
a gritos que Chávez sea desalojado del poder cuanto antes,
de una vez por todas y por la forma que sea.
O sea, que la guerra civil entre chavistas y acostistas
por el poder en el estado Carabobo ha sido declarada, que
ya conoce sus primeros expulsados, traidores y renegados,
y es posible que, antes de que se decida en noviembre,
llegue a males mayores como el cese de Acosta Carlez en
sus funciones, su enjuiciamiento y reducción a un oscuro
calabozo en la cárcel de Tocuyito.
De modo que la tan cacareada guerra civil anunciada por
Chávez entre la revolución y la contrarrevolución, entre
el socialismo y el capitalismo, entre los proletarios y
los bugueses, no empezó por otra causa que no fuera el
reparto del botín de un pequeño estado del centro del
país, y no tiene otros protagonistas que el
comandante-presidente y el general que ascendió
vertiginosamente en lo político y militar porque tuvo el
arrojo, emprendió la audacia, perpetró la hazaña, de
eructar estentóreamente, y con orgullo, ante las cámaras
de televisión del país y del extranjero.
Lo manifestó el propio Chávez, quien jamás se cansó de
alabarlo y celebrarlo en reuniones, desfiles y
manifestaciones revolucionarias, llegando al extremo de
ascenderlo y promoverlo como gobernador de Carabobo en
premio al cinismo, la desvergüenza y la mala educación de
haberla emprendido a “eructazos” contra el Manual de
Urbanidad de Manuel Antonio Carreño.
Pero no fue solo por el eructo que resultó premiado, sino
que Chávez jamás olvidó que esa mañana, Acosta Carlez,
allanó una embotelladora de refrescos, una bomba de
gasolina, diversos expendios como abastos y bodegas, y
dirigió personalmente a un grupo de guardias nacionales en
la represión salvaje a una manifestación de mujeres
indefensas que protestaban contra las tropelías que desde
hacía tiempo ejecutaba en Valencia el entonces jefe del
Core 2 de la GN.
De modo que promover a Acosta Carlez como gobernador de
Carabobo, resultó también en un castigo adicional al
eructo y a la represión que dirigió en persona contra los
obreros y mujeres de esa entidad, y buscaba cobrarle a los
valencianos y carabobeños su apoyo multitudinario al paro
petrolero de diciembre del 2002, y el comportarse, desde
siempre, como unos de los grandes bastiones de la
oposición constitucional y democrática.
Ello explica, igualmente, que durante los 4 años que
Acosta Carlez operó como gobernador de la entidad, se le
permitió y estimuló a expoliar inmisericordemente los
recursos que pertenecen a todos los carabobeños, a
asociarse con bandas de narcotraficantes y casineros que
cuentan con el apoyo y protección de los cuerpos de
seguridad regionales, a organizar pandillas en la Policía
de Carabobo especializadas en el secuestro de ciudadanos,
el sicariato y los ajuste de cuentas, y a prohijar, a
través de proyectos de construcción de viviendas, negocios
aduaneros, y el cobro de comisiones ilícitas, a una
burguesía roja local que pasa como de las más aprovechadas
entre las secciones que forman la llamada boliburguesía.
Situación y escándalos que ruedan desde hace meses por la
opinión pública, pero no por iniciativa de políticos y
comunicadores identificados con la oposición, sino de los
mismos chavistas exaliados y excompinches de Acosta Carlez,
que descubrieron de repente se trata de un forajido de
altísima peligrosidad que merece figurar en la lista “de
extraditables” del presidente colombiano, Álvaro Uribe
Vélez.
No se crea, sin embargo, que tal ofensiva obedezca a algún
propósito de enmienda, de aplicar la ley a un corrupto y
contribuir a que la paz, la decencia y buena educación
regresen al Estado Carabobo, sino a que simplemente se le
está cobrando a Acosta Carlez lo que era imposible esperar
de él durante los días del eructo y de la represión de
trabajadores y mujeres indefensas, como es negarse a
permitir que Chávez le nombre un sucesor a la gobernación
del estado, que es, además, su archi enemigo político y
militar.
Nos referimos al jefe de la guarnición de Valencia,
general del Ejército, Clíver Alcalá Cordones, que ha
resultado ahora el favorecido por Chávez para optar a la
gobernación de Carabobo en las elecciones de noviembre, y
en circunstancias en que el comandante-presidente decidió
que Acosta Carlez puede darse por bien pagado y no puede
aspirar a otra cosa que a un retiro honroso y bien
remunerado.
Propuesta que ha sido rechazada con indignación por el
general Eructo y alegando que, ¿cómo es eso que si Chávez
pretendió, y aun pretende, ser presidente vitalicio de
Venezuela, si entregó, de paso, el estado Barinas en
comodato y disfrute de por vida a sus padres y hermanos,
él, que salvó la Quinta República y la Revolución con un
eructo, no puede aspirar a gobernar a Carabobo hasta que
la muerte los separe y legarlo a sus padres, hermanos,
esposas, hijos y nietos?
Y por ahí se rompieron las hostilidades, que ya van por el
nombramiento, vía elecciones primarias, de un nuevo
candidato que no es el general Alcalá Cordones, sino uno
peor, el conductor del programa de televisión “La
Hojilla”, Mario Silva, quien tiene la misión de mantenerse
lo más bajo posible en las encuestas para justificar en
cuestión de semanas que se le debe nombrar un sustituto y
el cual no será otro que el mismísimo general, Clíver
Alcalá Cordones.
Hombre de armas, al que no se le conoce siquiera un eructo
como el de Acosta Carlez, pero que es muy eficiente
defendiendo a su jefe en los cuarteles, desplazando a la
tropa a cuanta manifestación, huelga o motín pongan en
peligro al régimen y riendo a carcajadas, celebrando y
participando en cuanto chiste malo se le ocurra a Chávez,
como fueron los actos de celebración del 187 aniversario
de la batalla de Carabobo, precisamente en el campo donde
se selló la independencia del país.
Pero al que hay que donarle un estado como regalo por los
favores recibidos, al que hay que constituir en un nuevo
general Eructo, al que también habrá que devaluar y
perseguir cuando se descubra que aprovechó sus cuatros
años en el poder, no para hacer la revolución, sino para
fortalecer una posición política, económica y militar a la
cual resultará imposible renunciar.
Pero todo ello si, como algunos optimistas presumen y
desean, la guerra entre el héroe del Museo Militar y el
general Eructo no concluye en una confrontación armada
donde los generales gordos del general Rangel Briceño, se
enfrenten a los más gordos aun generales de Acosta Carlez
y todo su resuelva en el descubrimiento de un nuevo método
de hacer dieta que comienza con una revolución y termina
cuando los revolucionarios de desgarran en los campos de
batalla para rebajar unos cuantos kilos.