Pienso
que a consecuencia de la identidad ideológica que imperó
desde los inicios de la revolución cubana entre los
líderes del Kremlin y La Habana, pero sobre todo, dada la
extrema dependencia que ya para mediados de los 60 había
hecho de Cuba una virtual colonia de la Unión Soviética,
resultó explicable que cuando en la primavera de 1968 el
Ejército Rojo aplastó el socialismo con rostro humano que
se intentaba establecer en Checoslovaquia, Fidel Castro
fuera de los primeros en aplaudir y apoyar una acción que
ya contenía los explosivos que terminarían haciendo saltar
por los aires al imperio soviético y al socialismo real.
Servilismo que se convertiría en el punto de quiebre de la
solidaridad mundial que hasta entonces había hecho de
escudo defensivo del régimen de los hermanos Castro, y
que, unido a la confesión del poeta, Heberto Padilla, dio
origen a una actitud más realista de lo que pasaba en Cuba
y terminó descubriendo que se trataba de la misma
dictadura totalitaria que hacía aguas en Asia y la Europa
del Este y que so pretexto de la revolución, la justicia
social y la liberación de los pobres había perpetrado
violaciones gigantescas de los derechos humanas que se
igualaban, y aun superaban, las de Hitler y Mussolini.
Y es que tras Checoslovaquia, siguió la invasión cubana a
algunos países de África con apoyo e inspiración
soviética, tras las guerras de Angola y Etiopía, la
invasión de Afganistán y después de Afganistán, el
silencio y la complicidad castrista ante la represión con
que Brezhnev y Jaruselski tramaron un último intentó por
preservar la hegemonía rusa y su sistema colonial.
Todo inútil, ya que el muro de Berlín caería una década
después, si bien insistimos en que, haciendo parte del
tejido en descomposición del socialismo real y de la
dictadura totalitaria que lo impuso a sangre y fuego, era
explicable que Fidel Castro y el liderazgo cubano cruzaran
una última apuesta para salvarse o hundirse con los países
que tanto habían hecho para que se mantuviera en el poder
durante 30 años.
Lo que no puede justificarse porque resulta desde todo
punto irracional y patético, es que Hugo Chávez, el émulo
de Fidel Castro y restaurador del marxismo y el socialismo
real, esté resultando, no un peón de los sucesores de
Leonid Brezhnev y Yuri Andropov, de Mijhail Gorbachov y
Boris Yeltsin, sino de Vladimir Putin, un exdirector de la
KGB que traicionó primero al comunismo y después al
capitalismo y la democracia, para terminar convertido en
el sucesor de Nicolás II, el último zar de aquel imperio
fósil que se llamó la Rusia de los Zares, que se mantuvo
durante 3 siglos como una excrecencia de la Europa
industrial y civilizada y fue arrasado por una catástrofe
donde al terremoto de la Primera Guerra Mundial, siguió el
tsunami del bolchevismo.
Lo decimos porque Vladimir Putin, que es el nuevo patrón y
aliado fundamental de Chávez, se apartó durante los años
de su mandato como presidente electo de Rusia, del legado
de sus antecesores, Gorbachov y Yeltsin, de quienes le
pusieron la lápida al totalitarismo marxista para que
Rusia fuera un país libre, democrático, y de economía
abierta y competitiva, para ir abriéndole paso a una
autocracia de la cual es amo y señor, tiene a un títere
como sucesor, mientras se prepara a llevar a cabo cuantas
guerras imperialistas sean necesarias para que lo países
que hace 2 décadas se independizaron de la URSS, vuelvan a
ser parte de la Gran Rusia.
De ahí que el nuevo héroe de Chávez haya cerrado fronteras
y espacios económicos, que propicie un endogenismo
autárquico y tribal, que controle y a veces despache a
otro mundo disidentes como Alexander Litvinenko (asesinado
en Londres el año pasado con una contaminación con Polonio
210) y la periodista, Anna Polithovskaya (masacrada por
sicarios también el año pasado a la salida de su
apartamento en Moscú por sus críticas al terrorismo de
estado ruso en Chechenia) y derivara en un país
monoproductor de petróleo y mono fabricante de equipos y
armas de guerra obsoletos que suministra a cuanta
dictadura emerge por el mundo y se muestre propicia a
comprarle equipos al devaluado complejo militar ruso,
definitivamente sin capacidad para amenazar militarmente a
ninguno de los países desarrollados de América, Europa y
Asía, pero eficaz a la hora de aplastar poblaciones
civiles y países pequeños prácticamente desarmados como
Chechenia y Georgia.
Y sostenido solo por los altos ingresos petroleros que
están llegando a Rusia por la crisis energética y por
clientes como los dictadores de Cuba, Raúl Castro, de
Bielorrusia, Lukashenko, de Irán, Ahmadinejad, de Siria,
Bashar al Saad, de Zimbawue, Mugabe, y de Korea del Norte,
Kim Jong-il; grupos terroristas como Hamas, Hezbolá y Al
Qaeda, y pichones de dictadores como Hugo Chávez de
Venezuela y Daniel Ortega de Nicaragua.
De puros fanáticos de la guerra del chantaje, la extorsión
y del amedrentamiento que también llaman mediática o
asimétrica y que solo sirve para aplastar a los nacionales
de los países “en combate”, a los gobiernos débiles o
aliados partidarios de la disuasión, pues en cuanto les
toca enfrentar a los poderosos retroceden como Kim Jong-il,
o salen corriendo como Saddan Hussein, el Mula Omar y
Osama Bin Laden.
Pero también apalancado por el atraso de los países
consumidores de crudos en sustituir la dependencia de
satrapías agresivas como la Rusia de Putin y que en cuanto
enfrenten una caída severa de los precios, o de la
demanda, se desplomarán como castillos de naipes, pues no
tienen otra actividad económica que les permita
sobrevivir.
Si se le da un vistazo, en efecto, a los mercados
mundiales se encontrará que ni una aguja, ni un alfiler,
ni un tornillo, ni una tuerca, ni una patineta, ni una
bicicleta, ni un carro de juguete, ni un barco de papel,
tienen la marca “made in Rusia”.
Y mucho menos, un chips, un software, un mouse, una
computadora, un celular, una play station, nada que
indique que la Rusia postcomunista se enrumba por la vía
de las High Tech y la revolución electrónica, sin las
cuales, por cierto, ningún país puede aspirar a ser
potencia de nada.
Pero es que ni siquiera la Rusia de Putin se hace sentir
por sus exportaciones agrícolas que, ya sabemos, en el
caso del trigo, garantizó siempre una presencia de la
Rusia de los Zares en los mercados mundiales.
O sea, que la Rusia de Putin marcha aceleradamente a
convertirse en un país monoproductor de petróleo y mono
fabricante de armas obsoletas, condición de sobrevivencia
que durará hasta el final de la crisis energética, pues a
partir de ahí, menos ingresos y menos clientes
guerreristas que en su mayoría son petrodictadores como
Chávez, Ahmadinejad, y Al Saad, o súbditos de
petrodictadores como Raúl Castro, Daniel Ortega y
Lukashenko, determinarán el fin de la Era Putin y de su
imperio fósil.
Pero de los grupos terroristas Hezbolá, Hamas y Al Qaeda
también puede decirse que están subsidiados por las
satrapías petroleras del Medio Oriente, pues es harto
conocido que se financian con petrodólares del gobierno de
Irán y de grupos islámicos radicales de Arabia Saudita,
Kuwait y los Emiratos Árabes.
Para colocarnos en la perspectiva del rentismo petrolero
de la Rusia de Putin, y del atraso de su maquinaria de
guerra, había que fijarse no más en los tanques y aviones
que participaron en la reciente invasión a Georgia que
eran de antes de la Guerra de las Galaxias, es decir, de
la misma generación de aviones y tanques que fueron de la
guerra de Corea a la invasión de Afganistán y fueron
fundamentales para que los mujihaidines del Talibán
hicieran salir en carrera al Ejército Rojo del Hindukust.
Pero es que también de los aviones Sukhoi y de los
tanques, helicópteros, y sistemas de radares que Chávez ha
comprado a Rusia pueden decirse que son de tres
generaciones atrás de los equipos y armas que salen en
estos momentos de los arsenales estadounidense, por lo que
podría decirse que a Chávez no le quedaría otro destino
que el de Saddam Hussein, el Mula Omar y Osama Ben Laden.
Pero no en el sentido de que se vaya a entregar con riesgo
de su vida, o marcharse a luchar en las montañas con las
armas en la mano, sino de retirarse a una playa del
Caribe, o de la costa francesa o española, o a la quietud
de una monarquía como la de Saudí Arabia que le asegure la
protección que una vez le dieron a Idi Amín Dadá.
Y donde a lo mejor lo estará esperando Vladimir Putin, el
hombre que le dio la puntilla final al comunismo, pero no
para abrirle las puertas a la democracia y al capitalismo,
sino al Imperio fósil de los Zares.