No
es que no crea que deba empezar a pensarse en los
candidatos de la oposición para las elecciones de alcaldes
y gobernadores de noviembre próximo, sino que de hacerlo,
tendría que ser in pectore o en la intimidad de los
prepostulados mismos.
Y todo porque hasta noviembre, nos esperan largos y
calamitosos 9 meses que, por la medida chiquita, hasta
podrían quemar a los impacientes por ocupar cargos de
elección popular.
El tiempo para un parto normal, pero que desde este
friolento febrero se vislumbra crítico, dado que Venezuela
arde en problemas por los cuatro costados, de urgencias
que tienen que ver con el desabastecimiento, la
inseguridad, la educación, la salud, la escasez de
viviendas, el colapso de los servicios públicos y uno
esperaría que los que van optar, se ganen primero sus
puestos en la carrera por demostrar quienes presentan las
mejores propuestas y soluciones.
Eso por una parte, porque por la otra, el país transita
por una crisis política que no cesa y cada día se
profundiza, con un presidente experto en declarar y ganar
guerras frente a las cámaras, desafiar gobiernos, imperios
y dinastías para los micrófonos y los flaxes y, amenazar
con ejércitos, armadas y aviadores kamikaze que solo
existen en su imaginación.
O sea, que no gobierna, que encontró en la magia de la
parafernalia televisiva el recurso ideal para proyectar su
imagen, pero aislándola del contacto con el pueblo, con la
realidad.
En definitiva, que con tal cúmulo de problemas
rodeándolos, invadiéndolos, persiguiéndoles, algunos
líderes estén pensando en candidaturas, no suena sino a
expresión de máxima flojera de los que quieren desde ya
meterse en la cápsula de campañas ruidosas, pero
aislantes.
Porque ¿qué otra cosa van a hacer sino concentrarse en
discursear, pasársela en los medios, buscar recursos e ir
de vez en cuando a los barrios, pueblos y ciudades, pero
no a referirse a los problemas de la gente, sino a los de
las candidaturas.
Ah, y a hablar mal de los otros candidatos, que cómo
también son de la oposición, entonces dejan la impresión
de que los interesados en ponerle fin al actual estado de
cosas continúan, como siempre, moliéndose a garrotazos y
destrozándose a dentelladas.
Mal comienzo, entonces, para quienes más que ningún otro
sector político deberían dar muestras, sino de unidad
monolítica -que tampoco es deseable-, si de que están
gestándose consensos para empezar a desmontar al chavismo
desde donde más duele: los estados y los municipios.
O sea, que unidad pero no en razón de gazmoñerías, sino de
una práctica política que si no entiende que se enfrenta a
un enemigo poderoso, sencillamente volverá a ser
derrotada.
Y aquí me referiría a un solo ítem, como es el sistema
electoral actual, al manipulable, espúreo e interferible
sistema electoral venezolano que, como se ha evidenciado,
puede servir para todo.
En otras palabras: que no creo que porque en las
elecciones de diciembre pasado la oposición ganó y le
fueron reconocidos los resultados, esto sea necesariamente
lo que tenga ocurrir en noviembre si se cumplen los
pronósticos que ya aparecen en todas las encuestas.
Al respecto hay que considerar que en diciembre se hizo
una consulta refrendaria simple basada en dos preguntas,
cuyas repuestas se separaban y contaban de a uno.
Muy distinto a una elección con cientos de candidatos
cuyos votos a favor y en contra van a generar un laberinto
de efectos en torno a los cuales, las manos de un hábil
manipulador, puede hacer de las suyas.
Y pienso yo que debe ser en estas preocupaciones en las
que deben andar los precandidatos, en lugar de estar
pensando que Chávez es derrotable porque perdió la mayoría
y hay un sistema electoral, el actual, que está dispuesto
a corroborarlo.
Tal ocurrió en el fatídico referendo revocatorio del 2004,
que cavó las tumbas del cementerio del cual están saliendo
algunos de los precandidatos.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |