Las elecciones municipales
celebradas en Brasil el 27 de octubre pasado fueron otra
prueba, tanto de la vitalidad de la democracia en el país
más grande y poblado de América del Sur, como del
liderazgo de su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva,
reconocido desde entonces como el líder fundamental de la
región.
Y la razón básica radica en que, habiendo jugado mucho en
la apuesta electoral, Lula terminó perdiendo mucho, pero
sin que ello fuera pretexto para desconocer los
resultados, descalificar a las instituciones electorales,
y, mucho menos, para amenazar “con meter en la cárcel” a
los alcaldes ganadores.
Para citar brevemente la lista de algunas de las pérdidas
políticas de Lula en las elecciones de finales de octubre,
anotaré que las alcaldías de las ciudades más importantes
de Brasil, Sao Paulo, Bahía, y Porto Alegre, pasaron a
manos de la oposición, que casi perdió la de Río de
Janeiro, y que en la primera el actual alcalde, Gilberto
Kassab, se impuso con comodidad a la candidata oficial,
Marta Sulpicy.
Resultado este último de lo más sugerente, por cuanto la
señora, Sulpicy, es la candidata de Lula y el PT en las
elecciones presidenciales del 2010, en tanto que Kassab
fue apoyado por el otro gran partido del establecimiento,
el Movimiento de la Social Democracia Brasileña (MSDB),
del expresidente, Fernando Henrique Cardozo, cuyo
candidato, José Serra, es favorito en las encuestas.
Sin embargo, nada que alterara el talante democrático de
Lula y el PT, cuyos líderes lucen en este momento más
preocupados de poner a la economía brasileña al margen de
la recesión mundial y de agenciar políticas que les
permitan en términos electorales recuperar el terreno
perdido, que de otra cosa.
Situación que me tienta a hacer el contraste con lo que
sucede en otro país del otro lado del mundo, el infeliz
Zimbabwe, sometido desde 1980 al arbitrio de un
“libertador” que devino en dictador, el cual lleva 29 años
poniéndole la bota a los zimbawuenses… a punta de
elecciones.
Y es que, a diferencia del Brasil de Lula, las elecciones
en el Zimbabwe de Mugabe, son para atropellar, insultar,
perseguir, menoscabar, encarcelar y amenazar con sitiar
las ciudades que votan contra los candidatos oficiales, y
meter en la cárcel, torturar, -y aun matar- a los
ganadores.
Lo sucedido en las últimas elecciones parlamentarias de
Zimbabwe el 28 marzo pasado, y en las cuales, el partido
de oposición, MDC (Movimiento Democrático para el Cambio)
del líder, Morgan Tsvangirai, salió ganador, pero para
desconocérsele inmediatamente el resultado, ser
encarcelado y torturado e imponérsele una segunda vuelta
electoral que no estaba contemplada en la constitución, es
una prueba aterradora de hasta donde la vesania de un
dictador enloquecido puede conducir a un país, y sin que
sus ciudadanos puedan otra cosa que insistir e insistir.
Visión aterradora que no estuviera graficando hoy
miércoles sino fuera porque el Chávez del proceso
electoral que culmina el domingo me recordó mucho a Mugabe
y poco a Lula, con sus cadenas de insultos y agravios
hacia los electores, la imposición de una retórica
belicista y sus amenazas de desconocer los resultados si
no lo favorecen, sitiar los estados y ciudades que lo
adversen y meter en la cárcel a los ganadores.
Apocalipsis que de concretarse convertiría a Chávez, igual
que ya sucede con Mugabe, en un gorila acorralado,
denunciado y enjuiciado en todo el mundo y reducido al
círculo de estados continentales y mundiales que ya
obtuvieron, o están en trance de obtener, el diploma de
“forajidos”.
Situación diametralmente opuesta al Brasil de Lula da
Silva, que al pasar a liderar la democracia en el
subcontinente, es más y más una referencia de punta en la
comunidad internacional, tiene el respeto y el respaldo
del conjunto de los líderes mundiales y limpia de brozas
el camino para pasar a ser el líder indiscutible de las
Américas hijas de España y Portugal.
Espejo en el que debe verse un redentor venezolano con
indicios de trasformarse en dictador, Hugo Chávez, si no
quiere, como su émulo africano, devenir en un gorila
acorralado.
A este respecto, me parece que no sería ocioso recordarle
que el barril de petróleo de la cesta venezolana cerró
ayer a 44 dólares.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |