Suerte
la de Raúl Reyes, que siendo apenas un jefe político de
las FARC y con logros exclusivamente burocráticos en la
conducción de la organización guerrillera, mereció que a
pocas horas de su muerte el presidente, Chávez, guardara
un minuto de silencio en homenaje a su memoria.
Por el contrario, la muerte del comandante en jefe y
fundador de la guerrilla más vieja del continente, Manuel
Marulanda Vélez; el fin de la leyenda que por medio siglo
tuvo en vilo al estado colombiano, fue ignorada durante
días por el comandante-presidente de Venezuela, y cuando
se refirió a ella, fue para decir que no se alegraba de su
deceso.
Desproporción inexcusable en el orden de los méritos que
un revolucionario está obligado a reconocerle a otros
revolucionarios, y que solo se explica porque quien la
comete, o no es un revolucionario, o solo lo es para
camuflar fines muy pragmáticos, personalistas y
coyunturales.
O sea, que en el fondo a Chávez le importaba un pito que
Reyes y Marulanda estuvieran vivos o muertos, que su final
ocurriese antes o después de las fechas en que
efectivamente ocurrió, que se produjera en combate o en la
cama, pues de lo que se trataba era de “usarlos” en
tácticas o estrategias que solo atañen a la permanencia
del bolivariano en el poder.
Para confirmarlo, el giro de 180 a grados que acaba de
imprimirle a su política exterior, y muy en especial, a su
relación con las FARC, Colombia y el gobierno de Álvaro
Uribe y que ha comenzado extremando el olvido, no ya de la
muerte, sino de la vida de Marulanda, al pedirle a la
organización guerrillera que fundó que entreguen los
rehenes a cambio de nada, pasen de seguidas a disolverse y
entiendan que ni la guerrilla ni las FARC tienen ya
vigencia ni espacio en la Colombia y América latina del
siglo XXI.
Puñalada clavada en el corazón del grupo guerrillero que
sin duda será decisiva para darle impulso final a la
ofensiva con que el ejército neogranadino pretende cerrar
el último capítulo de sus 50 años de historia, y que ya
fue agradecida por el portavoz del Departamento de Estado,
James McCormack, el ministro de la Defensa, Juan Manuel
Santos, y el propio presidente, Álvaro Uribe.
Y que Manuel Marulanda hubiera esperado de George Bush,
del jefe del Comando Sur, la CIA
y de los generales, Padilla y Montoya, pero jamás de este
aliado revolucionario, tropical y caribeño, que descubrió
a última hora que era poco menos que un fracasado, pues
fundó un ejército que en medio siglo no fue capaz de tomar
el poder, ni insertarse en la Colombia y en la América
latina del siglo XXI.
Las preguntas son: ¿Qué dirán y harán ahora las FARC,
seguirán luchando agónicamente para sobrevivir olvidándose
de este cortísimo compañero de viaje que no guardó respeto
por el más insigne de sus muertos y se precipitó a darle
argumentos a sus más feroces enemigos para que su
destrucción advenga de manera rápida, devastadora e
implacable?
¿Le devolverán a Chávez sus demonios, ventajas y
pertenencias y pasarán a inscribirlo en la lista de sus
enemigos a pagar, pasando a ejecutar en territorio
venezolano y contra los cuerpos de seguridad y el Ejército
nacionales, los horrores que le han merecido la acusación
de estar incursos en crímenes de lesa humanidad?
¿Y si detrás de las declaraciones de Chávez está Alfonso
Cano y sectores del Bloque Democrático Alternativo que
trabajan para poner fin a la guerra y la paz colombiana
sea una realidad este mismo año?
Es posible, aunque semejante cambio no debió esperar por
la muerte de Reyes Marulanda, ni por la tensión a que
estuvieron sometidos durante meses los pueblos venezolano
y colombiano, ni por el ridículo en que cayeron quienes
creyeron que Chávez hablaba en serio cuando mandaba
batallones a la frontera y proclamaba que el fin de la
oligarquía colombiana y del imperialismo yanqui estaban
cerca y eran inevitables.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |