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Sin petrodólares, el chavismo empieza a agonizar
por Manuel Malaver  
miércoles, 17 diciembre 2008


Que tan pronto se percibió que el ciclo alcista de los precios del petróleo llegó a su fin y ahora solo queda, o apretarse el cinturón o ver rodar la economía por la pendiente de la recesión y la hiperinflación, Chávez ha llevado su desequilibrio mental a niveles de peligrosidad clínica, es un síndrome que no debería extrañar a los venezolanos acostumbrados a sufrir presidentes que sintieron de repente eran los dueños del universo, para luego caer a escalas de jefes de estado menesterosos que empezaban a vivir del crédito internacional y/o de las exacciones impositivas.

Que si a ver vamos, era una reacción mucho más racional y humana ante los vaivenes de una economía que, por no estar sustentada en variables específicamente nacionales y referidas a características del mercado interno, marcaba sus auges en que la salud de los países consumidores, industrializados y capitalistas demandara más y más crudo.

Chávez, por el contrario, entendió la seña al revés, o sea, que había que convertir el alza de los precios en un arma política que colapsara al sistema capitalista, competitivo y de mercado, para luego proceder a la construcción de una utopía socialista, precedida por él, que prácticamente es un regreso a la economía de caza y la pesca.

El resultado es que, sin demanda de petróleo a precios razonables y justos, sin un sistema capitalista en crecimiento sostenido y consumidores dispuestos a pagar las facturas de los productores, estos últimos corren el riesgo de quedarse sin petrodólares y andan ahora de rodillas, rogando, y clamando porque no los dejen sin las abultadas cuentas de que dispusieron hasta hace unos meses.

Pedigueñería que es más patética en el caso del gobierno venezolano y de su presidente, el comandante en jefe, Hugo Chávez, quien, después de haber dragoneado durante años que era el artífice de la alza de los precios con fines políticos, anda ahora rogándole a la OPEP que recorte más y más la producción para ver si, por un milagro de Dios, se recuperan los precios.

Y se explica, porque ninguno de los jefes de Estados de los países productores de la OPEP y de los no-OPEP, puso a depender tanto su gobierno, su proyecto y destino políticos como Hugo Chávez, el cual, prácticamente, se presentaba en los escenarios mundiales como un hijo consentido de este maná que permitía que un líder minúsculo, sin mucho esfuerzo y por simples golpes de suerte, fuera temido como un presidente malhumorado que jugaba al papel de “cortador de la luz”.

Tan inflado, que destruyó la economía no petrolera venezolana, la metalmecánica, la agroindustria, la manufacturera, el comercio, no solo porque podían vivir de los subsidios que podían arrimarle los altos precios del crudo, sino porque, con los mismos, había dólares para importar, importar e importar.

Programas sociales, presupuestos, compra de empresas privadas, inversiones en cooperativas, empresas de producción social y, sobre todo, el gigantesco gasto que se puso a circular por el mundo como medio de exportar la revolución, construirle un liderazgo a Chávez, y estructurar una alianza para derrocar el capitalismo, todo se cubrió con los dólares color de aceite que no venían precisamente de los poquísimos países socialistas que sobreviven en el mundo, sino de las muchísimas economías regidas por las leyes del mercado, la competitividad y la globalidad.

Por eso se habló de la revolución de Chávez como de una “revolución petrolera”, y de su socialismo como de un modelo “chuleta” que no sería nada en cuanto los países capitalistas cerraran el grifo que permitía que Chávez se presentara como uno de los jefes de estado más ricos del mundo.

Hoy, todo eso es historia, y lo horrible es que está descoyuntando mentalmente a Chávez hasta unos niveles en que no queda más remedio que declararlo un problema de salud pública.

Imagínense que la agarrado por hacerse elegir monarca de Venezuela, y, si lo dejan, emperador del continente, la tierra y la galaxia.

Como si fuera posible que quien no logró nada siendo rico, lo vaya a lograr siendo pobre.       
 

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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