Si
como es altamente probable las FARC entregaron a Clara
Rojas y a Consuelo González solo a condición de que Chávez
declarara que “las FARC no son terroristas y debe
reconocérsele el status de beligerantes”, entonces no hay
dudas que el jefe de estado venezolano pagó en términos
políticos el rescate más caro de la historia.
Pero eso suponiendo que el “comandante-presidente” no
abrigara ninguna simpatía ni identidad con la organización
guerrillera y que se vio involucrado, primero en el “canje
humanitario” y después en la “Operación Emmanuel”, de puro
altruista y consecuente con su proclamado amor por la
humanidad.
Un seguimiento imparcial, sin embargo, de sus actuaciones
durante los días en que hizo de mediador para el canje nos
revelan a un Chávez fascinado con Marulanda y sus
comandantes, pidiendo a gritos que los dejaran llegar a
Miraflores o que le permitieran viajar al Caguán y jugando
duro, tanto a favor de sus “ideales”, como de sus
prácticas atroces.
Simpatía, identidad o alianza que quedó fuera de toda duda
cuando, una vez finalizada la mediación por decisión del
presidente Uribe, Chávez pasó a trabajar directamente con
y por las FARC, comportándose como su portavoz,
participando en sus odios, y prestándose a protagonizar la
“Operación Emmanuel” que más que proponerse liberar a la
diputada González y a la señora Rojas y a su hijo, buscaba
desacreditar a Uribe porque supuestamente se negaría a
suspender las operaciones militares en la zona elegida
para la entrega.
Estafa que fue contundentemente abortada cuando el
presidente colombiano reveló que las FARC no entregarían
al niño porque sencillamente no estaba en manos de las
FARC sino de las autoridades colombianas, las cuales lo
habían recogido de un orfelinato en San José del Guaviare
donde había sido abandonado.
O sea, que Chávez fue engañado o participó en el engaño a
sabiendas de que no había posibilidades de que el niño
fuera liberado por sus secuestradores, pues se encontraba
en Bogotá.
Hipótesis esta última que parece la más probable, pues no
obstante el ridículo atroz en que de repente se vio
envuelto, Chávez en ningún momento tuvo una palabra o
gesto de reproche o reclamo contra quienes eran los
causantes de que su política internacional fuera
literalmente reducida a añicos.
Todavía más: la “Operación Emmanuel” dejó claro, más que
cualquier otro incidente anterior, lo espantosamente
crueles, inhumanas y contranatura que podían resultar las
FARC, pues no solamente secuestraban inocentes, sino que
separaban a los hijos de sus madres, y de paso, los
abandonaban sin preocuparse de su destino ulterior.
Horror cuyo conocimiento espantó al mundo, ratificó que
las FARC eran una organización terrorista, pero que en
sentido alguno afectó a Chávez, quien pasó rápidamente a
esperar que Marulanda liberara a Clara Rojas y a Consuelo
González para tener la oportunidad de salir a proclamar
que “Marulanda y sus comandantes no era terroristas y
debía reconocérseles el status de beligerantes”.
De modo que al optar por pagar el costo de pasar por el
presidente de “estado forajido” al solidarizarse con las
FARC, Chávez realmente le está dando curso a sus
preferencias, sus cercanías, alianzas e integración con la
única organización política del continente que puede hacer
causa con él: un estado selvático e ilegal que le brinda
la sensación de estar haciendo la revolución e instaurando
el socialismo cuando en Venezuela reina un capitalismo
salvaje que se confronta con ventajas con el de Rusia y
China.
Por lo que se puede concluir que más que un gasto, Chávez
lo que está haciendo es una inversión, ya que serán las
FARC la única organización armada que saldrá a defenderlo
el día muy próximo en que el pueblo venezolano decida
ponerle fin a su contrarrevolución capitalista y salvaje.
Y ya se sabe que las FARC son duchas en este tipo de
trabajo, en esta clase de cobertura, y si no que lo
cuenten tantos malandros colombianos que se beneficiaron
con su protección.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |