No es difícil descubrir en los
rostros de quienes asisten a las tribunas de los actos
convocados por Chávez para lanzar su nueva propuesta de
reforma constitucional, la sorpresa, el estupor y la
incredulidad por un desbordamiento del histrionismo hasta
unos niveles difíciles de prever aún por los que estaban
dispuestos a aceptarle todo al “máximo líder de la
revolución continental y mundial”.
Y es que la disposición psicológica de los seres humanos
para tolerar dosis crecientes de comedia o tragedia tiene
sus límites, fronteras más allá de las cuales no se puede
concluir sino que pisamos el territorio de la pura y
simple locura.
Claro que al referirnos a los actos chavistas no estamos
hablando, clínicamente, sino de tragicomedia, de saltos
que pueden elevar al espectador hasta la euforia extrema,
para luego hundirlo en la depresión también extrema, de la
misma manera que un adicto es juguete de una droga
estupefaciente y siempre en una espiral diabólica,
insondable e infernal donde no hay lugar para el
pensamiento, la coherencia o la reflexión.
Es el hábitat de los fanáticos, de los enfermos para
quienes el espacio y el tiempo son la emoción, el sentirse
vapuleados por una explosión de lava energética donde no
hay que explicar, argumentar y justificar nada, porque el
límite de la razón llegó hasta ahí, hasta donde Chávez les
pide que les entreguen su libertad… ¡porque sí!.
“La libertad o la vida” parece gritarles el comandante-
presidente, y ellos parecen (dije “parecen”) entregársela,
pero sin darse cuenta que la libertad es pura y
simplemente la vida, o por lo menos, su esencia.
En otras palabras: que el problema para Chávez en este
momento es lograr el apoyo de sus seguidores para algo
repelente, como es su presidencia vitalicia; para su
conversión en el dueño de sus cuerpos, almas y tiempo
pasado, presente y futuro, y para ello es necesario
convencerlos de que ganará una batalla que ya perdió, la
de un nuevo referendo constitucional que ahora sí (nadie
sabe por qué), arrastrará a los que votaron por el “NO”, a
que lo hagan por “SI”.
¿Argumentos? Ningunos. O los de siempre. Que él está
haciendo una revolución y las revoluciones se hacen con
presidentes dictadores. Que si él, humildemente, se ofrece
a inmolarse para gobernarlos hasta el resto de sus días,
no tienen por qué rechazarles su oferta. Y que de no
hacerlo, no es solo que que perderán los beneficios y
ventajas que la revolución les ha dado, sino hasta sus
propias vidas.
Beneficios y ventajas que en los 10 años que lleva Chávez
gobernándolos, y aspirando a controlarlos totalmente, se
han reducido a eso, exclusivamente eso, a asistir un día
sí y otro también, al lugar predecible donde se les obliga
a ver y oír discursos y desplantes que pueden alcanzar
hasta las 6, 7 o 8 horas diarias, y sin derecho a
retirarse cuando les plazca, o interrumpir al orador para
decirle que no están de acuerdo con tal o cual idea, que
se equivocó en este u otro punto, o que tienen algo que
agregar en un dato que mencionó, o que… ¡por favor!..se
les cambie el emisor porque ellos, como receptores, no
están dispuestos a calárselo un minuto más , y si no, que
les devuelvan el costo de sus entradas
Pero no, imposible, el único orador tiene que ser Chávez,
y se puede interrumpir solo para aplaudir, y todo cuanto
dice es perfecto, irrebatible, inexpugnable, inequivocable,
incontrastable, y por tanto, su misión en este mundo es
oír, mirar, obedecer, moverse según está indicado en el
guión, y gritar…”Uh, ah… Chávez no se va”.
Y eso que todavía no es presidente vitalicio… pues cuando
lo sea… ustedes pueden jurar que convocará a las mismas
multitudes, pero para dirigirlas no ya personalmente, sino
a través de clones, robot, o Chávez virtuales, que ya para
entonces el comandante en jefe solo tendrá tiempo para
contemplarse a si mismo y meditar sobre el logro de su
gesta como un caudillo que nunca se detuvo, aspiró el
imposible y se infló más y más hasta alcanzar el poder
total.
Eso, por lo menos, es lo que nos cuenta el inolvidable e
imprescindible, George Orwell, en “1984”, donde el
objetivo último y supremo de una revolución colectivista y
planetaria es trasmitir noche y día, y por todos los
medios, la voz de un dictador, el Big Brother, que
persigue a los ciudadanos hasta los instantes más
recónditos e inexpugnables de su vida íntima y privada.
Teleaudientes que, al igual que los socialistas siglo XXI
que convoca Chávez estos días a sus profusos mítines, se
retiran después de 5, 6, 7 u 8 horas de perorata a
tugurios hacinados, perdidos en las zonas más peligrosas
de la ciudad, y a los cuales se accede por vías donde
acecha la pistola criminal, o el cuchillo asesino, el
arrebatón, o el atraco que siempre terminan dando cuenta
de sus escasísimas pertenencias o de sus vidas.
Chávez, sin embargo, acaba de decirles (mejor, de
gritarles), que “AHORA SI”, que “AHORA SI” les va a
construir viviendas dignas, con accesos libres de asesinos
y atracadores y en las cuales puedan escapar de flagelos
como la falta de higiene, salud, educación, apagones, agua
e inseguridad.
Lo malo es que el “AHORA SI” de Chávez será una Venezuela
sumida en la pobreza extrema, sin recursos, inmersa en una
crisis económica donde la inflación, el desabastecimiento
y el desempleo estarán a la orden de día y sin posibilidad
de levantar a los pobres de los abismos de miseria,
injusticias y desigualdad a donde han llegado hasta hoy.
Y eso después que, Chávez, dispuso en los últimos 6 años
de los más altos precios del petróleo que ha tenido
gobierno venezolano alguno, de ingresos totales de 850 mil
millones de dólares (más del total de los 700 mil millones
que acordó el gobierno norteamericano para paliar la
crisis financiera originada en el colapso de las hipotecas
subprime), y con los cuales pudo corregir muchos de los
desequilibrios socio-económicos que afectaban al país y
prepararlo para un regreso de las “vacas flacas” que era
perfectamente predecible.
Chávez, por el contrario, los despilfarró “haciendo la
revolución”, repartiéndolos entre gobiernos y países
aliados que supuestamente lo acompañarían a llevar
adelante sus planes redentoristas y, en poco menos de una
década, darían cuenta del capitalismo, el imperialismo y
los Estados Unidos.
Así, una refinería, casas, plantas eléctricas, y 120 mil
barriles diarios de petróleo para Cuba, e iguales regalos
-o más todavía- para Nicaragua, Ecuador y Bolivia,
combustible gratis para los “pobres” de Londres, Nueva
York y San Francisco, financiamiento de Escuelas de Samba
en Brasil, subsidios de millones de dólares a
universidades que pagaron dándole a Chávez el doctorado
honoris causa, así como la compra de empresas extranjeras
quebradas que se declaraban partidarias del modelo
económico chavista.
Y sin contar los casi 8 mil millones de dólares que se
tiraron al cesto de la basura con la adquisición de bonos
basura de la deuda argentina, o la importación de puro
favor de excedentes agrícolas de empresas privadas o
públicas de los gobiernos de los esposos Kirchner o Lula
Da Silva, o el apoyo en metálico de candidatos electorales
aliados del comandante-presidente, o a cualquiera que
viniera de este u otros continentes a pedirle unos reales
para causas que presuntamente iban a contribuir a la
revolución mundial.
Que en todos estos delirios se esfumó la más cuantiosa
riqueza con que ha contado Venezuela en toda su historia,
con tal portentosa cantidad de petrodólares que pudo
significar un salto en la corrección de los males por los
cuales seguimos hundidos en el subdesarrollo y sin la
posibilidad de escapar, con tal alud de dinero líquido que
se dirigió a construir un liderazgo mundial, mientras los
pobres del país se hunden en la miseria extrema y son
amenazados de centuplicarles sus carencias si es que
ahora, en vez de presidente, tienen un rey, que a su vez
pasará a ser el dueño de hasta sus momentos más íntimos.
Eso, por lo menos, es lo que propone, Chávez, día y noche,
en sus inacabables apariciones en público, en sus “AHORA
SI” que son puros aquelarres, el regreso a aquellos autos
de fe en los que la Inquisición Española invitaba a
celebrar la muerte de quienes iban al paraíso, y cuyas
próximas víctimas serían precisamente los que estaban
celebrando y aplaudiendo.
Desgraciadamente las “próximas víctimas” de la Inquisición
Española no podían votar, ni el Santo Oficio someterse al
repudio, al rechazo, y la abominación de aquellos que,
aunque aplaudiendo, no estaban seguros de acabar con aquel
horror.
Es lo que le sucederá a Chávez en la consulta refrendaria
que se convocará para febrero y, no es solo porque
Venezuela no quiere regresar a la monarquía, sino para
poner fin a una tragicomedia que la está desgarrando.