Anótenlo: Chávez no fue a la
inauguración de los “Juegos Olímpicos de Beijing 2008”
porque no lo invitaron y no lo invitaron porque los
líderes chinos están hartos de este revolucionario
sesentoso que cada vez que se da una vuelta por la Gran
Muralla se deshace en elogios a Mao Tse Tung y a la
revolución socialista que durante casi tres décadas
convirtió a China en uno de los países con mayores índices
de pobreza, desigualdad e injusticias sociales del mundo.
Cháchara que está bien se pasara por alto cuando Chávez
aparecía en Beijing prometiendo el oro y el moro, diciendo
mentiras como aquella de que tenía la clave para
solucionar los problemas energéticos de Asia y el globo y
no ahora que ya se sabe que Venezuela dispone de reservas
de crudo mayormente pesadas y que solo con enormes
inversiones podrían ser rentables para cualquier país que
no sea Estados Unidos, que ya las hizo.
La otra cuestión es que invitados por Chávez a invertir en
gas, petróleo, minas y obras de infraestructura, los
chinos se han tropezado con la gigantesca corrupción, la
ausencia de reglas de juego y el burocratismo
elefantiásico que campean en la revolución bolivariana, y
que volatizan y transforman en activos de la boliburguesía
chavista toda inversión que se proponga ayudar al pueblo
venezolano, mientras mejoran las cuentas internacionales
de China.
Porque algo que se niega aceptar el anacrónico y
nostálgico comandante-presidente de Venezuela, es que en
el país de Deng Tsiao Ping prospera un agresivo, frenético
y salvaje capitalismo que es el responsable de que China
crezca a tasas sostenidas de más de 10 por ciento desde
hace 20 años, que se haya convertido en la segunda
economía del mundo, amenace con desplazar a Japón como la
referencia cultural y de desarrollo humano de Asia y
reduzca a ritmo acelerado los pavorosos índices de pobreza
y desigualdad que le dejó el socialismo.
Para demostrarlo la magnífica inauguración de los “Juegos
Olímpicos Beijing 2008” con la exhibición de la revolución
urbana más audaz y vanguardista que haya experimentado
cualquiera de las capitales del mundo en los últimos 50
años, el liderazgo en las tecnologías de punta que hasta
hace muy poco parecían ser monopolio exclusivo de Estados
Unidos y un puñado de países de Asia Oriental y la
revelación del pueblo chino como uno de los que más avanza
en su empeño de probar que las leyes del mercado no son
incompatibles con una reducción dramática de las
injusticias, la pobreza y la desigualdad.
Y con poca o ninguna identidad con los profetas que andan
por el mundo reivindicando, aconsejando y financiando
recetas como las que promovió Mao Tse Tung, con el
resultado de que uno de los pueblos mejor dotados de Asia
y el mundo tuvo que empezar de cero, echar a la basura una
utopía tan inviable como inútil y aprender de países como
los que hoy son sus principales aliados, Estados Unidos y
Japón, para tratar de recuperar el tiempo perdido.
También fue la causa de hambrunas, como aquella que a
comienzos de los 60 desencadenó el llamado “ Gran Salto
Adelante” y de las masivas violaciones de los derechos
humanos que siguieron a la “Gran Revolución Cultural
Proletaria”.
Y de las cuales no se salvaron los actuales líderes de
China, o sus parientes más cercanos, pues no había forma
de protegerse de un mesianismo totalitario que llevó a
extremos su empeño en demostrar que los dogmas de la
utopía marxista son viables.
De modo que, olvido total para el pichón de dictador
venezolano y rechazo para una estafa ideológica que ya el
pueblo chino y sus líderes saben muy bien que lo único que
deja son secuelas de sufrimiento, hambrunas, desigualdad y
atropellos sin fin para quienes en defensa de su dignidad
se niegan a aceptar que el bienestar sea incompatible con
la libertad, la democracia y el estado de derecho.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |