Recordando a Chávez amenazar con los tanques del Ejército
a los electores de los Estados Carabobo, Zulia y Sucre si
es que votan mayoritariamente por los candidatos de la
oposición en las elecciones del 23 del corriente, la
pregunta que me saltó sobre el papel fue: “Bueno ¿ y
entonces por qué permitió que el CNE convocara a
elecciones, por qué no dijo que las mismas no estaban de
acuerdo con su real gana y sacaba los tanques del Ejército
a la calle para impedirlas y proceder a nombrar los nuevos
alcaldes y gobernadores a dedo y de acuerdo a una lista
que tenía tiempo pensando, pergeñando, confeccionando”.
Y no me digan que no hubiera sido una medida
inconstitucional, pero conclusiva; arriesgada, pero de
enorme economía del poder; abominable, pero que al menos
demostraba que el militarote pasado de kilos y palabras
que tenemos como presidente, sabe también demostrar -si
hace falta- que es todo un dictadorcito.
Porque, eso de dejar que los dirigentes y militantes de su
partido se entusiasmaran con la convocatoria a elecciones,
que se enfrascaran, incluso, en unas primarias que casi
acaba con la precaria unidad partidista, que pasaran medio
año recorriendo el país y gastando tiempo y petrodólares
de los buenos para salirle ahora con que eso no hacía
falta porque él, con sus tanques, va a elegir los alcaldes
y gobernadores… pues no diría que es una estupidez, ni
siquiera una chambonada, sino un síntoma de sadomasoquismo
que tendría que hacerlo regresar al diván del doctor
Chirinos.
Y aquí es donde me convenzo que a Chávez lo menos que le
interesa es el poder para gobernar o desgobernar, para
construir o destruir, hacer la revolución o la
contrarrevolución, sino para procurarse ciertos estados de
ansiedad, de aproximación al borde del abismo, a la duda
de salvarse o caer y de ahí inspirarse para acometer
parrafadas como las de Bolívar en “Mi delirio sobre el
Chimborazo”, Cipriano Castro cuando el bloqueo de 1902,
Fidel a raíz de Bahía de Cochinos y del Che en las páginas
finales del Diario en Bolivia.
Y si no lo creen, rebobinen y miren al Chávez del domingo
ordenando la toma de la alcaldía y asalto del aeropuerto
de Carúpano, o al de semanas atrás amenazando al Zulia con
la ley militar, o llamando a sus divisiones para que
confluyeran en una nueva batalla en el campo de Carabobo.
Y comandando el Ejército, el centauro de Sabaneta, el
héroe que resume todas las gestas pasadas, presentes y
futuras, el que está en la sucesión carismática de
Bolívar, Don Cipriano, Fidel y Che y puede conducir las
legiones del socialismo del siglo XXI a la tierra
prometida de la liberación y la salvación.
Lo que no percibe, sin embargo, es que semejante
zafarrancho mental no detiene el proceso electoral, que lo
que quieren, tanto los que se reúnen a chotear con sus
arengas, como los candidatos a alcaldes y gobernadores
oficialistas, es que todo esto termine, que llegue el día
de las elecciones, y si salen electos, que los dejen
gobernar y si pierden, prepararse para el próximo proceso.
Y tanto como ello, que Chávez aterrice y se de cuenta que
está trabajando las 24 horas del día para que la mayoría
de los alcaldes y gobernadores del PSUV sean desalojados
del poder, y para que los que vienen a sustituirlos pasen
por la vergüenza de que diga que fue él quien los eligió y
permitió que accedieran a sus cargos.
O sea, que a los demás la derrota, y al héroe que emula al
Bolívar de “Mi delirio sobre el Chimborazo, al Cipriano
Castro de “La huella insolente del extranjero…” y al Fidel
y al Che de Playa Girón y Bolivia, todo lo que tenga que
ver con los éxitos en la Monumental de Valencia, el
estadio Luis Aparicio, el
Grande y de las playas de Caiguire.
Todo un periplo largo, largísimo para perder el poder y
retirarse de la escena como esos payasos atroces que no
lograron un solo segundo hacer reír al público.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |