Es fácil explicarse la causa
de la creciente, patética e incontrolable ofuscación que
satura los discursos del Chávez de los últimos días:
seguro que entre batalla y batalla, revolución y
revolución, socialismo y socialismo le llegaban reportes
de la caída estrepitosa de los precios del petróleo en los
mercados mundiales.
Un precipicio que se abrió bajo sus pies un día después
del histórico 11 de julio pasado cuando la cotización del
crudo alcanzó el techo de los 147,50 dólares el barril,
pero que era imposible llamara la atención del fundador
del socialismo petrolero, del modelo económico y político
con el cual se propuso rescatar de los escombros del muro
de Berlín al socialismo del siglo XX, intoxicándolo, de
paso, con la ingenua fantasía de convertir al capitalismo
“moribundo” en financista de la pérdida gigantesca de
recursos que significa mantener en pie un sistema que
niega las leyes del mercado, la competencia y la
productividad.
Y es que, cualquier político menos ingenuo, irracional,
rupestre e ideologizado habría concluido que se llegaba al
límite en que comenzaban a cumplirse las peores
predicciones de que una recesión atizada por el alza
incontenible de los precios del crudo estaba tocando la
puerta, y habría aterrizado, habría empezado por despedir
al doctor Cagliostro de la política petrolera de mayores
precios y menos producción, al aprendiz de brujo de origen
alemán, Bernard Mommer, quien debe estar pensando en este
momento que destruir al capitalismo requiere algo más que
lecturas trasnochadas del “Das Kapital” de Carlos Marx.
Chávez, por el contrario, prefirió ponerse a la cabeza de
los radicales de dentro y fuera de la OPEP, de gente como
el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, del número uno
de la Corporación Petrolera Nacional de Libia, Shukri
Ghanem, del ministro argelino de petróleo y actual
presidente de la OPEP, Shakib Khalil, y del presidente del
gigante petrolero ruso Gasprom, Alexei Miller, para
anunciar eufórico que el precio del crudo terminaría el
año a 200 dólares el barril y se dirigía a colocarse en un
momento del próximo año en 400.
De modo que, característicamente, fin del capitalismo, del
imperialismo, del neoliberalismo y de los Estados Unidos,
y regreso del socialismo real, del stalinismo y del
castrismo, y ahora sí para quedarse y de la mano de este
adolescente tardío caribeño, parroquial y etnocentrista
que jamás se enteró de que lo único cierto en la economía
de nuestro tiempo es la globalización, cuya ley básica es
el principio caro a la astrofísica y la geotermia que se
conoce como “Efecto Mariposa” y según el cual, el aleteo
de una mariposa en lo más profundo de la selva
centroamericana es suficiente para provocar una reacción
en cadena que termine en catástrofes como la tormenta
Odile o el huracán Katrina.
Contimás en el tejido profundamente imbricado,
interconectado, interdependiente, interactivo y proactivo
de la economía contemporánea, donde las operaciones
bursátiles y de otro tipo, como consecuencia de la
revolución tecnológica, viajan a la velocidad de la luz y
el aumento de un centavo en el precio del crudo puede ser
suficiente para que los hambrientos de Asia y África
tengan menos arroz, los pobres de Europa menos trigo, y
los de América menos maíz.
Pero nada que conmueva a los petroadictos, a quienes el
periodista norteamericano, Thomas Friedman, ha etiquetado
en su ensayo “La primera Ley de la Petropolítica” como
petrodictadores, a aquellos cuya hambre es una ambición
psicopática insaciable por la concentración de más y más
poder que los transforme en una suerte de tiranos
galácticos cuyos misiles consisten en disparar los precios
del crudo cada vez que amanecen de mal humor.
De ahí que Chávez y su combo se apresuraran en junio
pasado a boicotear la reunión de Jedda, un evento
convocado por el Rey Abdoullah de Arabia Saudita para
encontrar a representantes de los principales países
productores y consumidores, a 7 organismos internacionales
y a las empresas petroleras y de inversión involucradas en
la producción, distribución, mercadeo y especulación con
los hidrocarburos, y expresar así su preocupación por lo
que calificó “de injustificada escalada de precios , así
como la incidencia de dicha escalada en la salud de la
economía mundial” según reseña el experto petrolero
venezolano, Elie Habalian, en su brillante artículo: “Los
cuatro jinetes petroleros del Apocalipsis” publicado el 12
de agosto en “Petroleumworld”.
De ahí también que cuando, como consecuencia de los
acuerdos del encuentro de Jedda, los precios del crudo
comenzaron tímida pero sostenidamente a bajar, el
presidente ruso Medvedev y su primer ministro, Vladimir
Putin, ordenaron la sorpresiva invasión de Georgia,
dijeron ellos que para defender los derechos humanos de
los nacionales rusos de Osetia del Norte y de Sur, pero
tengo para mi que con la intención real de que los precios
contuvieran su caída y regresaran a la tierra prometida
del 11 de julio: 147,50 dólares el barril.
Nostalgia enfermiza que también podría explicar por qué
Medveded, Putin y sus peones caribeños, Chávez y los
hermanos Castro, vienen desde hace un par de meses
amenazando con el regreso de la Guerra Fría, insinuando o
diciendo que el mundo está de nuevo al borde de un
enfrentamiento bipolar, del choque de dos grandes
potencias con sus aliados que otra vez nos tendrán al
borde de la destrucción, pero no con bombas nucleares sino
con precios del crudo de 200 y 400 dólares el barril.
Pero no, nada que avale eficazmente sus pretensiones, a no
ser los soporíferos discursos de Chávez y una suerte de
desfile de la chatarra militar rusa de la era soviética
por aguas del Caribe, con la que presuntamente destruirán
los arsenales gringos que ya les dieron a los comunistas
exsoviéticos su tente allá.
Sueño que, como el regreso del socialismo real, la
conversión de Venezuela en un enclave del imperio ruso de
los zares Medveded y Putin, en una clínica de la salud
física y mental de la moribunda revolución cubana, y
laboratorio donde los venezolanos pasarían 50 años
tratando de demostrar la eficacia de un sistema inviable y
fracasado, vuela a transformarse en una pesadilla, pues no
habrá más capitalismo en ascenso, crecimiento económico
sostenido, ni estabilidad en los mercados mundiales para
que Chávez continúe destrozando a Venezuela, América y el
mundo a punto de alzas en los precios del petróleo.
Por lo menos, no durante este año venezolano crucial de
elecciones y confrontaciones y donde se demostrará como
nunca que Chávez despilfarró una oportunidad de oro para
darle la mano a los más pobres y corregir algunos de los
males crónicos del país.
En definitiva, que si hay una muerte que certificar en
este sábado 12 de octubre con un precio del crudo que
cerró ayer a 77 dólares el barril después de haber estado
el 11 de julio pasado a 147,50 dólares, es el socialismo
petrolero chavista que también se conoce como “socialismo
del siglo XXI”, el conato de resucitar el socialismo real
de origen stalinista y castrista poniendo a pagar la
enorme factura de su nuevo fracaso a los países
capitalistas que serían simplemente extorsionados con
alzas de precios depredadores y exaccionadoras.
Pero también de pueblos como el venezolano, agarrado en la
ratonera de una bonanza de la cual solo le tocaron
migajas, mientras Chávez despilfarraba casi un BILLÓN de
petrodólares dándole respiración boca a boca a economías
quebradas como la cubana, tratando de darle oxígeno al
neopopulismo de los esposos Kirchner al comprar bonos
basura de la deuda argentina y, en conjunto, financiando a
cuanto pillo del tipo Morales, Correa y Ortega quisiera
darse la gran vida mientras le prometían que lo
acompañarían en su cruzada alocada para destruir el
capitalismo y restaurar el socialismo.
Una pesadilla cuyo auténtico sabor comienza atragantársela
al fundador del socialismo petrolero que también llamó
socialismo del siglo XXI y si lo dudan, los invitó a que
lo sigan en su próximo discurso.