Que
el dictador, Robert Mugabe, haya terminado
hartando a la Unión Europea, y a países de África
y América como Sudáfrica y Estados Unidos que
claman en este momento por su desalojo del poder
aun recurriendo a la medida extrema de la fuerza,
no es detalle que parece inquietar a su émulo
tropical y caribeño, Hugo Chávez, quien, no
solamente convoca a elecciones cada vez que
amanece aburrido, sino que manda a sus seguidores
a boicotear el mandato de los candidatos
opositores que desplazan a los suyos después que
las autoridades electorales han confirmado sus
victorias.
Chávez, en efecto, ha tomado nota del extraño
comportamiento del modelo “mugabista” que empezó
cuando el actual presidente de la ex Rodesia
lideró la independencia de los zimbawuenses de uno
de los sistemas de apartheid más crueles que
conoce la historia, pero en absoluto para que
fueran libres y se organizaran socialmente de
acuerdo a los principios democráticos por los que
tanto habían luchado, sino para que pasaran a ser
esclavos suyos y se resignaran a ser los súbditos
de un sátrapa que les ordena hasta los detalles
más elementales de sus vidas.
No
se piense, sin embargo, que para lograrlo, Mugabe,
echara mano a las herramientas de rutina que desde
que el mundo es mundo se asocian a los dictadores,
tales como violencia extrema, muertes,
fusilamientos y torturas, sino a través de un
mecanismo electoral que comienza con unas
autoridades eleccionarias secuestradas por el
dictador, convocan elecciones cada dos por tres, y
si bien algunas veces dan resultados imparciales,
no hacen nada para que “el hombre fuerte” los
respete.
Otra característica del sistema es que durante los
procesos electorales se permite que “el siempre
electo” use todas las ventajas que le permiten el
ser el dueño del poder ejecutivo, que abuse de la
televisión y la radio para “aplastar” a los
oponentes, amenazar a los electores si no siguen
sus diktat y aun con quitarle los recursos a las
entidades políticas si no votan por sus
candidatos.
Un
clima de violencia, en fin, que si bien no llega a
las decenas de muertos, los cientos de heridos y
miles de detenidos que quedan atrapados en las
redes electorales de Mugabe, si actúa como un
elemento disuasor que intimida y aun aterra a
quienes se plantean la vuelta a la legalidad.
En
los dos casos, para producir “victorias” y
“derrotas” perfectamente administradas, en cuanto
que, los opositores siempre alcanzan unas
posiciones minoritarias y los oficialistas
mayoritarias, pero en la idea de que estos últimos
siempre conserven el máximo poder, y los primeros
un segmento que los desactiva para decir que las
elecciones son fraudulentas y deben desconocerse.
Claro, hay situaciones en que, como sucedió en
Zimbawe en las elecciones legislativas de marzo
pasado y en Venezuela en diciembre del 2007 y en
noviembre del año curso, las derrotas oficialistas
resultan tan abultadas, que a los dictadores no
les queda otro recurso que reconocerlas, pero
siempre para buscar atajos, que en el caso de
Mugabe fue una segunda vuelta que no existía en la
constitución y, en el de Chávez, desconocer los
resultados de un referendo que le prohíbe la
reelección indefinida, pero para procurársela de
todas formas, ya que su máximo empeño, como el de
Mugabe, es ser “dictador constitucional”, por “la
voluntad del pueblo”.
Reto que podría aceptársele si fuera un autócrata
con propensión a admitir que en democracia las
derrotas se acatan y no queda otro camino que
esperar a que las dificultades se despejen, y no
un militar psicópata que va administrando dosis
progresivas de violencia, en aumento, y dirigidas
a traspasar un límite después del cual no sigua
otro resultado que la imposición de la autoridad a
sangre y fuego.
Síndrome que desde hace tiempo se le viene
observando a Mugabe y que, dados los visos de
incurabilidad, está llevando a la comunidad
internacional a desalojarlo aun con medidas
extremas y que ojalá no se le aplique a Chávez,
pues a nadie le gusta ver a su país invadido…
aunque sea para curarlo de una peste.