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El chavismo en los días
de la dispersión
por Manuel Malaver  
domingo, 6 abril 2008


Aunque no es la primera vez que el chavismo se hunde en una crisis de identidad con la subsecuente confusión y dispersión, sí puede afirmarse que se trata ahora de un desplome que afecta la confianza en el líder y mina su apoyo en los bastiones populares que le dieron fuerza y legitimidad para programar e intentar hacer realidad sus políticas más radicales.

A comienzos del 2000, en efecto, cuando Francisco Arias Cárdenas decidió hacer tienda aparte y constituirse en la primera amenaza seria para el proyecto del entonces Presidente, y hoy Comandante en Jefe, o Comandante-presidente, Chávez era un huracán en formación, sin obstáculos para su ambición y ascenso, con una pegada en las capas más pobres que recordaba al Betancourt del trienio 45-48 y un paquete de promesas en las alforjas que iban, desde la profundización de la democracia, hasta la superación de los desequilibrios sociales y económicos, pasando por el acceso al bienestar del segmento de venezolanos en situación de pobreza crítica, que en los últimos 20 años había mordido el fruto amargo del desamparo, las injusticias y la desigualdad.

Ocho años después Venezuela es un país más postrado aun que pierde aceleradamente las oportunidades de insertarse en el siglo XXI, con una agenda política que la retrotrae a los tiempos de las luchas contra la dictadura del general, Marcos Pérez Jiménez, cuando “la transformación del medio físico”, que también se llamó “Nuevo Ideal Nacional”, pretendió intercambiarse con la libertad, la democracia y el estado de derecho y el militarismo secular se disfrazó de atuendos premodernos como el nacionalismo y el desarrollismo para legitimarse y sobrevivir.

Pero lo peor es que los 8 años del chavismo post primera crisis de identidad, han significado la multiplicación de los males que a comienzos de la década de los 90 justificaron su nacimiento y le dieron vigencia y viabilidad a su opción de poder, con un crecimiento exponencial de la pobreza, el deterioro de los servicios públicos a niveles sin precedentes, una crisis hospitalaria que día a día deja secuelas como las vividas recientemente en la Maternidad Concepción Palacios, escuelas y liceos sin dotación, reparación de las instalaciones ni posibilidades de rescate, dramática escasez de vivienda, inseguridad personal con un número de asesinatos, heridos, atracos y secuestros que ya supera las cifras que tradicionalmente correspondían a otros países, desabastecimiento, inflación, y todas los carencias, en fin, que indican que Venezuela, no es que no ha progresado, ha descendido de los índices que exhibía cuando Chávez inició su mandato.

Y todo en circunstancia de que Chávez es el jefe de Estado con más poder político, militar y económico del que tuvo gobierno alguno del siglo XX venezolano, incluido el del dictador, Juan Vicente Gómez, como que logró afectar y casi desmembrar el sistema de partidos e instituciones democráticas, articuló un notable respaldo castrense manteniendo a raya a los oficiales que lo adversaban y en un momento desprendiéndose de ellos, logró cifras de apoyo que se acercaron al 80 por ciento y el ingreso de petrodólares provenientes del ciclo alcista de los precios del crudo le procuró más recursos que los que contaron los gobiernos de la historia republicana pasada y reciente.

Sobre este último punto conviene subrayar que buena parte de tamaña cifra que algunos economistas fijan en 600 mil millones de dólares, se ha evaporado en el intento del Comandante-presidente de instaurar a trancas y barrancas un sistema socialista por cuotas, con el desmantelamiento de más del 50 por ciento del aparato productivo privado y su sustitución por una supuesta red de cooperativas, empresas de desarrollo endógeno, social o socialistas que son las responsables de que el país queme un tercio de los ingresos del petróleo importando el 70 por ciento de la comida que consume.

Pero economía estatal y socialista es también sinónimo de despilfarro y corrupción, por lo que el producto más visible de la revolución chavista y socialista en la dinámica socioeconómica, es la generación de una nueva élite de superrricos que, al abrigo de las contrataciones con la petrolera estatal, PDVSA, las importaciones de alimentos vía Mercal y la especulación financiera con la compra y venta de bonos de la deuda argentina, se pasea por el mundo, las calles de Caracas y ciudades del interior y en los mítines donde el presidente Chávez predica contra el capitalismo, el egoísmo y el consumismo, con sus lujosos automóviles marcas premium, último modelo y con precios que no bajan de los 200 mil dólares y desde cuyas carrocerías y capots se aplauden y corean a rabiar las consignas y políticas que presuntamente conducirán al “Socialismo del Siglo XXI”.

De modo que no puede extrañar que el 2 de diciembre pasado un referendo con el que Chávez pretendía reformar la Carta Magna para convertirse en presidente vitalicio y darle carácter constitucional al socialismo, fuera derrotado de manera contundente y definitiva, regresando las agujas del reloj político al momento en que se aprobó la constitución del 99 que mantiene el estado de derecho, la sociedad plural y la profundización de la democracia, dándole el último aviso al Comandante-presidente de que, si no acata el mandato popular, estará fuera del poder en cuestión de meses o, a más tardar, un año.

Que es ciertamente lo que Chávez pareciera no estar oyendo, viendo, aprendiendo, pues continúa con el disparate de colectivizar la economía y la sociedad, insistiendo en introducir “reformas” en la estructura constitucional del país que no contempla el socialismo de manera parcial y mucho menos total y exponiéndose a derrotas como la que acaba de sufrir en el campo educativo en su intento de imponer un nuevo diseño curricular.

Nuevos y crecientes delirios que lo alejan de un país que pide a gritos la racionalización, regularización y pacificación de su situación política y cavan más profundamente la fosa que hace cada vez más difícil, sino imposible, que Chávez reconstruya sus líneas de comunicación con los ciudadanos.

Y que explica igualmente por qué es de dentro, del corazón del chavismo, de donde surgen con más fuerza y violencia los brotes de protesta contra las políticas y el estilo del Comandante-presidente, augurando la estrangulación y muerte por asfixia de un proyecto que, pudo escapar al empuje de la disidencia de Arias Cárdenas, pero porque contaba con el liderazgo y el apoyo popular que hacían de Chávez en el año 2000 algo así como el quinto caudillo de la historia republicana de Venezuela, pero que ahora naufraga en el desconcierto, la confusión, la pérdida de identidad y la falta de apoyo popular.

El último mes ha sido riquísimo, en efecto, en la revelación de las señales por donde Chávez vuela convertirse en un fenómeno del pasado, cuyos últimos fulgores son los propios chavistas que se apresuran a sofocar y apagar.

Las denuncias del diputado oficialista, Wilmer Azuaje, sobre la escalada de corrupción en que aparece involucrada la familia del también Comandante en Jefe en su estado natal Barinas, así como la oposición en el Ministerio Público, el TSJ y el sistema judicial en su conjunto, al regreso a las filas de la administración de justicia del tristemente célebre exFiscal, Isaías Rodríguez y el paro armado de los colectivos sociales de la parroquia “23 de Enero” contra la represión gubernamental, son pruebas fehacientes de la extinción de un movimiento popular que pareció asumir con probabilidad de éxito la recuperación del país y su inserción en el siglo XXI y hoy rueda, en retroceso, hacía el militarismo del siglo XIX y, lo que es peor, a las oscuras épocas en que el socialismo real, desacreditado y sin posibilidad de imponerse por la fuerza o el carisma de sus líderes, intentó hacerlo a través del cinismo, las marramucias, los golpes de suerte y la corrupción.

Y es aquí donde puede afirmarse que Venezuela terminó uniéndose toda para ponerle fin a uno de los fiascos más cabales, peligrosos y dañinos de su historia, si bien hay que apelar a su fibra democrática y patriótica para que la agonía, extremaunción, muerte y cremación de la revolución chavista, transcurra no violenta sino pacíficamente, no cuartelaria sino constitucionalmente… que es como más duele.

 
 

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