Aunque
no es la primera vez que el chavismo se hunde en una
crisis de identidad con la subsecuente confusión y
dispersión, sí puede afirmarse que se trata ahora de un
desplome que afecta la confianza en el líder y mina su
apoyo en los bastiones populares que le dieron fuerza y
legitimidad para programar e intentar hacer realidad sus
políticas más radicales.
A comienzos del 2000, en efecto, cuando Francisco Arias
Cárdenas decidió hacer tienda aparte y constituirse en la
primera amenaza seria para el proyecto del entonces
Presidente, y hoy Comandante en Jefe, o
Comandante-presidente, Chávez era un huracán en formación,
sin obstáculos para su ambición y ascenso, con una pegada
en las capas más pobres que recordaba al Betancourt del
trienio 45-48 y un paquete de promesas en las alforjas que
iban, desde la profundización de la democracia, hasta la
superación de los desequilibrios sociales y económicos,
pasando por el acceso al bienestar del segmento de
venezolanos en situación de pobreza crítica, que en los
últimos 20 años había mordido el fruto amargo del
desamparo, las injusticias y la desigualdad.
Ocho años después Venezuela es un país más postrado aun
que pierde aceleradamente las oportunidades de insertarse
en el siglo XXI, con una agenda política que la retrotrae
a los tiempos de las luchas contra la dictadura del
general, Marcos Pérez Jiménez, cuando “la transformación
del medio físico”, que también se llamó “Nuevo Ideal
Nacional”, pretendió intercambiarse con la libertad, la
democracia y el estado de derecho y el militarismo secular
se disfrazó de atuendos premodernos como el nacionalismo y
el desarrollismo para legitimarse y sobrevivir.
Pero lo peor es que los 8 años del chavismo post primera
crisis de identidad, han significado la multiplicación de
los males que a comienzos de la década de los 90
justificaron su nacimiento y le dieron vigencia y
viabilidad a su opción de poder, con un crecimiento
exponencial de la pobreza, el deterioro de los servicios
públicos a niveles sin precedentes, una crisis
hospitalaria que día a día deja secuelas como las vividas
recientemente en la Maternidad Concepción Palacios,
escuelas y liceos sin dotación, reparación de las
instalaciones ni posibilidades de rescate, dramática
escasez de vivienda, inseguridad personal con un número de
asesinatos, heridos, atracos y secuestros que ya supera
las cifras que tradicionalmente correspondían a otros
países, desabastecimiento, inflación, y todas los
carencias, en fin, que indican que Venezuela, no es que no
ha progresado, ha descendido de los índices que exhibía
cuando Chávez inició su mandato.
Y todo en circunstancia de que Chávez es el jefe de Estado
con más poder político, militar y económico del que tuvo
gobierno alguno del siglo XX venezolano, incluido el del
dictador, Juan Vicente Gómez, como que logró afectar y
casi desmembrar el sistema de partidos e instituciones
democráticas, articuló un notable respaldo castrense
manteniendo a raya a los oficiales que lo adversaban y en
un momento desprendiéndose de ellos, logró cifras de apoyo
que se acercaron al 80 por ciento y el ingreso de
petrodólares provenientes del ciclo alcista de los precios
del crudo le procuró más recursos que los que contaron los
gobiernos de la historia republicana pasada y reciente.
Sobre este último punto conviene subrayar que buena parte
de tamaña cifra que algunos economistas fijan en 600 mil
millones de dólares, se ha evaporado en el intento del
Comandante-presidente de instaurar a trancas y barrancas
un sistema socialista por cuotas, con el desmantelamiento
de más del 50 por ciento del aparato productivo privado y
su sustitución por una supuesta red de cooperativas,
empresas de desarrollo endógeno, social o socialistas que
son las responsables de que el país queme un tercio de los
ingresos del petróleo importando el 70 por ciento de la
comida que consume.
Pero economía estatal y socialista es también sinónimo de
despilfarro y corrupción, por lo que el producto más
visible de la revolución chavista y socialista en la
dinámica socioeconómica, es la generación de una nueva
élite de superrricos que, al abrigo de las contrataciones
con la petrolera estatal, PDVSA, las importaciones de
alimentos vía Mercal y la especulación financiera con la
compra y venta de bonos de la deuda argentina, se pasea
por el mundo, las calles de Caracas y ciudades del
interior y en los mítines donde el presidente Chávez
predica contra el capitalismo, el egoísmo y el consumismo,
con sus lujosos automóviles marcas premium, último modelo
y con precios que no bajan de los 200 mil dólares y desde
cuyas carrocerías y capots se aplauden y corean a rabiar
las consignas y políticas que presuntamente conducirán al
“Socialismo del Siglo XXI”.
De modo que no puede extrañar que el 2 de diciembre pasado
un referendo con el que Chávez pretendía reformar la Carta
Magna para convertirse en presidente vitalicio y darle
carácter constitucional al socialismo, fuera derrotado de
manera contundente y definitiva, regresando las agujas del
reloj político al momento en que se aprobó la constitución
del 99 que mantiene el estado de derecho, la sociedad
plural y la profundización de la democracia, dándole el
último aviso al Comandante-presidente de que, si no acata
el mandato popular, estará fuera del poder en cuestión de
meses o, a más tardar, un año.
Que es ciertamente lo que Chávez pareciera no estar
oyendo, viendo, aprendiendo, pues continúa con el
disparate de colectivizar la economía y la sociedad,
insistiendo en introducir “reformas” en la estructura
constitucional del país que no contempla el socialismo de
manera parcial y mucho menos total y exponiéndose a
derrotas como la que acaba de sufrir en el campo educativo
en su intento de imponer un nuevo diseño curricular.
Nuevos y crecientes delirios que lo alejan de un país que
pide a gritos la racionalización, regularización y
pacificación de su situación política y cavan más
profundamente la fosa que hace cada vez más difícil, sino
imposible, que Chávez reconstruya sus líneas de
comunicación con los ciudadanos.
Y que explica igualmente por qué es de dentro, del corazón
del chavismo, de donde surgen con más fuerza y violencia
los brotes de protesta contra las políticas y el estilo
del Comandante-presidente, augurando la estrangulación y
muerte por asfixia de un proyecto que, pudo escapar al
empuje de la disidencia de Arias Cárdenas, pero porque
contaba con el liderazgo y el apoyo popular que hacían de
Chávez en el año 2000 algo así como el quinto caudillo de
la historia republicana de Venezuela, pero que ahora
naufraga en el desconcierto, la confusión, la pérdida de
identidad y la falta de apoyo popular.
El último mes ha sido riquísimo, en efecto, en la
revelación de las señales por donde Chávez vuela
convertirse en un fenómeno del pasado, cuyos últimos
fulgores son los propios chavistas que se apresuran a
sofocar y apagar.
Las denuncias del diputado oficialista, Wilmer Azuaje,
sobre la escalada de corrupción en que aparece involucrada
la familia del también Comandante en Jefe en su estado
natal Barinas, así como la oposición en el Ministerio
Público, el TSJ y el sistema judicial en su conjunto, al
regreso a las filas de la administración de justicia del
tristemente célebre exFiscal, Isaías Rodríguez y el paro
armado de los colectivos sociales de la parroquia “23 de
Enero” contra la represión gubernamental, son pruebas
fehacientes de la extinción de un movimiento popular que
pareció asumir con probabilidad de éxito la recuperación
del país y su inserción en el siglo XXI y hoy rueda, en
retroceso, hacía el militarismo del siglo XIX y, lo que es
peor, a las oscuras épocas en que el socialismo real,
desacreditado y sin posibilidad de imponerse por la fuerza
o el carisma de sus líderes, intentó hacerlo a través del
cinismo, las marramucias, los golpes de suerte y la
corrupción.
Y es aquí donde puede afirmarse que Venezuela terminó
uniéndose toda para ponerle fin a uno de los fiascos más
cabales, peligrosos y dañinos de su historia, si bien hay
que apelar a su fibra democrática y patriótica para que la
agonía, extremaunción, muerte y cremación de la revolución
chavista, transcurra no violenta sino pacíficamente, no
cuartelaria sino constitucionalmente… que es como más
duele.