La
prisa que se tomó el flamante vicepresidente del PSUV,
Aristóbulo Istúriz, para declarar en la manifestación del
Primero de Mayo, que “Henry Falcón no había sido expulsado
del partido de gobierno, y que el general Muller Rojas no
quiso decir que estaba expulsado cuando dijo que estaba
expulsado”, es indicativa de lo que sucede en los partidos
oficiales cuando los líderes reales se alzan contra los
burócratas y estos no tienen más camino que rendirse o
hundirse en el ridículo.
Bajada de pantalones propiciada en este caso por la
impotencia, ya que ni el centro ni en la periferia de la
llamada revolución, existe ya la fuerza física ni la
autoridad moral para imponer decisiones militaristas y
sostenerlas a troche y moche, exponiéndose, tanto a la
burla, como a un desacato que no tardará en ser imitado.
De modo que lo mejor es dejar otra vez en ridículo al
desvencijado general Muller Rojas, y a las más
desvencijadas aun autoridades del PSUV en el estado del
Tamunangue y del Golpe Tocuyano, tratando a toda costa de
salvar la poca autoridad que le queda al
comandante-presidente después del fracaso de una de las
órdenes más autoritarias e ingenuas que se le conoce.
Nos referimos a la terquedad de prohibirle a los líderes
regionales del cuasi partido oficial de lanzar sus
candidaturas para las elecciones de alcaldes y
gobernadores de noviembre próximo a menos que contaran con
su “autorización”, sin duda que tras la avilantez de que
los electos no fueran sino los dirigentes más grises,
nulos, silenciosos y destacados en el arte de doblarse,
jalar y lamer.
Lo que ha provocado, por el contrario, es que en todos los
estados y municipios donde existen líderes con luz propia
y que se han ganado sus liderazgos trabajando y encarando
los problemas de los más pobres y excluidos, le han
pintado la que te conté y siguen con sus planes de ser
candidatos sin que nada ni nadie los perturbe.
Porque es que, ni Hugo Chávez con los 35 mil millones de
dólares en reservas internacionales del país que acumula
en su chequera personal, ni Istúriz con su diploma de “más
votado” en las recientes elecciones que seleccionó los
nombres para que Chávez designara los directivos del PSUV,
ni Muller Rojas con su largo currículo de gobernador de un
estado durante la Cuarta, que saltó de militar retirado a
activo en tiempos de la Quinta, disponen ya del millón de
votos que serán depositados en un 70 por ciento por los
larenses para elegir a Henry Falcón como gobernador del
Estado.
Y en circunstancias de que se trata de un electorado que
hasta poco tiempo sufragó por los candidatos chavistas,
como lo revelan los casos del propio Falcón y del
gobernador Luis Reyes Reyes, pero convencido ahora que su
última apuesta por la revolución que se convirtió en
satrapía, es jugárselas por estos disidentes que han
tenido el coraje de decirle NO a la autocracia, pero sin
renunciar a sus ideales de lucha y trabajo a favor de los
más pobres y excluidos.
A este respecto no puede negarse que el programa de Henry
Falcón resultó eficaz, circunscribiéndolo a trabajar por
sus electores, a construir viviendas, escuelas, hospitales
y carreteras, a mejorar la seguridad y recoger la basura,
mientras Chávez, Istúriz y Muller perdían 9 años hablando
como unos loros, predicando la vieja nueva del socialismo
y extraviados en simplezas como la crisis inevitable del
capitalismo, la derrota inminente del imperialismo y de
los Estados Unidos y la salvación de la humanidad.
Eso sí, dándose la gran vida, con Chávez instalado en el
avión privado más lujoso y caro que conoce la historia de
la aeronáutica civil (unos 60 millones de dólares) para
surcar los cielos del planeta y mientras en palacios,
castillos y casas de gobierno le preparan fastuosas
recepciones; Istúriz como titular del despacho ministerial
de Educación, Cultura y Deporte donde se dedicó a
cualquier cosa, menos a elevar el nivel de los alumnos y a
mejorar las instalaciones escolares y sin dejar nada
notable que no fuera la exquisitez progringa de hacerse
llamar “afrodescendiente” y no “el negro Aristóbulo” que
es como cariñosamente lo conoce todo el país; y Muller en
las de siempre, en su papel de rebelde sin causa que le
saca el jugo a todos los gobiernos y sistemas, conspira
contra unos y defiende a otros, pero lo más apartado
posible del clima de los barrios, cerros y fábricas que,
al parecer, le produce alergia.
Aislados, en definitiva, de los problemas que agobian a
las dos terceras partes de un país que ve estupefacto cómo
los gigantescos recursos provenientes del ciclo alcista de
los precios del petróleo que se catapultaron en el último
mes hasta los 130 dólares el barril, se dilapidan en el
delirio prejuvenil, en el sueño loco y neurótico de un
presidente cuya única pasión es hacerse un lugar entre los
líderes de la revolución mundial, en la galería de
sociópatas que de Stalin a Fidel Castro, de Mao a Mugabe,
han dado cuenta de la salud económica, social, y política
de un grupo de países que en un momento llegaron a contar
más de la mitad de los habitantes del globo.
De aquello que se llamó el mundo o sistema socialista, que
fue destruido después de 70 años de fracasos por los
pueblos a quienes supuestamente conduciría al paraíso
terrenal y los cuales, para tratar de recuperar el tiempo
perdido, han regresado al paradigma del progreso en
libertad, de la igualdad y la justicia que se funda en la
inversión social que genera empleo, bienestar, pero sin
renunciar a la democracia y el estado de derecho.
Chávez, por el contrario, en una aberración que dará mucho
que hablar a los psiquiatras y etólogos del futuro,
decidió desandar lo andado, no admitir el fracaso del
socialismo que siguen gritando los pueblos que destruyeron
a la URSS, a la China de Mao, los países comunistas de
Europa del Este y los de Asia y África, y desde entonces
lleva a cabo el ridículo sin parangón de negar que alguna
vez el comunismo fue pulverizado, o por lo menos, que no
lo fue de forma tal como para que él no intente
resucitarlo, reconstruirlo y reconducirlo.
Lo grave es que tal desatino no lo está intentando de la
única manera que un revolucionario de verdad lo haría,
como es empezar de cero, fundar un partido, captar
militantes, promover huelgas, insurrecciones, guerra de
guerrilla, desafiando el poder y exponiéndose a
persecuciones, torturas, cárceles y exilios.
No, nada de eso. Chávez se camufló como militar de carrera
durante casi 20 años, la pasó en grande en las filas de un
ejército pacifista, tercermundista y petrolero, no conoció
las privaciones, los riesgos y los traumas de las
organizaciones militares involucradas en guerras civiles y
aventuras extranjeras, y puede decirse que de puro
aburrido, como teniente coronel, intentó dar un golpe de
estado que fracasó estrepitosamente, pero que le procuró
la popularidad necesaria para participar en unas
elecciones presidenciales que ganó con alguna comodidad
por las bondades y virtudes de la democracia.
Pero lo insólito fue que ya como presidente de la
República, y sintiéndose a la cabeza de un estado rico y
petrolero, se reinventó como revolucionario, marxista,
socialista y castrista y ha utilizado la maquinaria
gubernamental, primero para desmantelar las instituciones
democráticas en el país, y después para intentar
desmantelarlas en el continente.
Han sido 9 años en los cuales, además, sacó de lo más
perdido de su psiquis unos delirios milenaristas y
fundamentalistas que lo han impulsado a imponerle a los
venezolanos un sistema socialista que nunca le pidieron ni
él prometió, y a cuyo nombre se ha llevado a cabo una
destrucción vandálica y depredadora de los recursos
nacionales.
Pero lo peor es que rechazado, debilitado, y en minoría,
como se reveló en las elecciones del pasado 2 de
diciembre, el teniente coronel insiste en su empeño y sin
dar síntomas de que los primeros resultados del socialismo
endógeno que no pueden ser otros que miseria,
desabastecimiento, inflación, inseguridad, deterioro de
los servicios y corrupción, lo desvíen de su atajo.
Y aquí es donde la rebelión del Henry Falcón que se negó a
que Chávez le impusiera a los larenses una candidatura a
la gobernación de su preferencia, e impuso la suya, cobra
todo su significado, porque, definitivamente, devuelve a
las bases del chavismo el coraje para nombrar sus
candidatos, aislando a los burócratas y exponiéndoles al
desprecio público.
Gesto que ya había asumido el candidato a la gobernación
de Barinas, diputado Wilmer Azuaje, al denunciar y
oponerse a las corruptelas de las familia Chávez en el
estado natal del comandante-presidente, y Ramón Martínez
en Sucre y Didalco Bolívar en Aragua, que sin ser
militantes del partido oficial, si eran aliados de la
llamada revolución, y se apartaron en cuanto percibieron
que no era más que el pretexto para encumbrar la más
corrupta, incompetente y cínica satrapía que conoce la
historia republicana del país.
Pero que seguirán multiplicándose en las próximas semanas
y meses y serán la continuación del deslave que se inició
el 2 diciembre y culminará con la derrota irremisible que
sufrirá el chavismo en las elecciones de noviembre.