No es que
hubiese dudado un solo instante desde que Chávez inventó
aquello de “la democracia participativa y protagónica” que
se trataba de una argucia que pariría el día menos pensado
al dictador venezolano y latinoamericano de siempre, sino
que creí que lo haría con un poco más recato, disimulo y
decencia y solo después que una especie de apoteosis
originada en el crescendo sin fin de los precios del
petróleo le brindara la oportunidad de decir que no era él
quien tomaba la corona, sino el pueblo que se la ofrecía.
Por el contrario, Chávez, ha esperado precipitarse por su
ya inevitable desalojo del poder para acometer el
imposible de hacerse elegir presidente vitalicio y ha
tomado la vía de convocar reforma constitucional tras
reforma constitucional, que ya fue derrotada una vez, y lo
seguirá siendo las veces que se le ocurra presentarlas.
Apuesto, sin embargo, que la próxima será la más tropical,
carnavalesca, caribeña, sancochera y patética, pues
continúa a su escandalosa derrota en las elecciones del 23
de noviembre pasado, y le sobreviene como una fiebre
infecciosa de decirse a si mismo y a los suyos que, aun
muerto, sigue ganando batallas.
De ahí que al otro día de enterarse que había perdido la
mayoría de las alcaldías del Área Metropolitana y 5 de las
7 gobernaciones más importantes del país, la ha cogido por
vociferar que necesita otra reforma, que nadie le puede
quitar su presidencia vitalicia y que ocurra lo que
ocurra, y llámenlo como lo llamen, será el primer monarca
con sucesión dinástica de Venezuela y América latina.
Son espectáculos que recomiendo no perderse a turistas con
deseos de apreciar la diversidad de la fauna criolla, a
psiquiatras ansiosos de explorar los abismos más
escabrosos de la psicopatología del poder y a simples
buscadores de talento para nutrir las franquicias de los
reality show que hacen su agosto por los canales de la
televisión global.
Un material sin pérdida, igualmente, para estructurar lo
que sucede en la mente de un enano ególatra que se creyó
gigante y descubrió un día que su talla era, apenas, de
centímetros a ras del suelo.
Circunstancia para patalear, gritar, bramar, aturdir,
vociferar, gruñir, y también para terminar de ver como se
hunde la minúscula pequeñez que le quedaba.
Será, sin duda, lo que le sucederá en la derrota de la
próxima reforma constitucional que convoque, ya que,
aparte de no ser diferente a la primera en cuanto a
resultados, será única en lo que se refiere a no dejarle
hueso sano para inventar otra extravagancia.
Pero eso si en realidad la convoca, y si una vez
convocada, la oposición acepta participar, pues se trata
de un evento extremadamente ilegal, pues la constitución
vigente, explicita que una reforma rechazada en un
referendo no puede ser presentada en el mismo período y
debe esperar por otro presidente que quiera proponerla.
Y como Chávez agota sus dos períodos de gobierno en el
2012, entonces debe esperar por otra vida, por otra
reencarnación para alegrar a otros públicos con sus
espectáculos prorreformas constitucionales.
Que ya los venezolanos de hoy día –y quizá hasta los que
vivan durante el siglo XXI- están hartos de sus
trapacerías, ridiculices, niñerías, idioteces, dobleces,
simulaciones, de su empeño en no tomarse por quien es y
mal vivir en el empaque de un falso héroe que ni siquiera
se hizo credible cuando el petróleo estaba a 120 dólares
el barril.
O sea, que ahora cuando no le quedan petrodólares para
comprar sonrisas, gestos y palabras que intenten parecer
verdad a la mentira, todo se le irá en desgastarse en
desplantes, en frases y aspavientos, en codearse con
iguales que cada día serán menos por cuanto sale de la
órbita de sus intereses, y queda reducido a un jefecillo
que empezará a vivir del apoyo de otros jefecillos del
tamaño de los Ortega, Correa y Morales.