Si
era patética la gestión gubernamental del chavismo cuando
era mayoría, ahora que se constituyó en una franca y
creciente minoría puede decirse que, aparte de patética,
parece minada por una suerte de vocación suicida que haría
imposible su permanencia en el poder hasta las elecciones
de noviembre próximo.
Y no se trata solo de cómo la rectificación que al parecer
venía cifrada en el plan o programa de “Las tres R” fue
desechada tan pronto se anunció, sino también del tono
delirante y fuera de todo propósito con que se hacen
declaraciones y políticas rayanas en la simple y pura
locura.
En cuanto a las primeras recordaría el exabrupto del
ministro del Interior y Justicia, Ramón Rodríguez Chacín,
al sostener que la cobertura de “Globovisión” del
secuestro de un grupo de ciudadanos por pandilleros en la
sucursal de un banco en Altagracia de Orituco, era una
muestra de la alianza entre los medios independientes
venezolanos y la oligarquía colombiana que daba lugar para
iniciar un juicio por parte de CONATEL a un canal
“antipatriótico” que, de paso, violaba la Ley Resorte.
Hubo de seguidas -y como para demostrar que Rodríguez
Chacín no está solo y que se trata de una peste colectiva-
otra exhibición de ridiculez extrema, mezclada con
discapacidad ética y disfuncionalidad emocional, como fue
la afirmación de la periodista, Vanessa Davis, en una
reunión del PSUV, “de que si estallaba un conflicto armado
entre Venezuela y Colombia era por culpa de Globovisión”.
Y por ahí puede agregarse también la proposición de la
diputada, Iris Varela, para que la Asamblea Nacional
investigue al “Hombre del Maletín”, Guido Antonini Wilson,
“por golpista”, o la declaración del vicepresidente, Ramón
Carrizales, afirmando de lo más académico “que no hay
desabastecimiento sino alimentos acaparados por
especuladores”, o la del presidente de la Oficina Nacional
Antidrogas, ONA, Néstor Reverol, diciendo que el cadáver
del narcotraficante colombiano, Wilber Varela, alias,
Jabón, encontrado recientemente en Mérida, “había sido
sembrado en Venezuela”, o la pintoresca salida del
ministro de Planificación y Desarrollo, Haiman El Troudi,
desmintiendo la cifra de inflación de enero dada por el
BCV (3, 4 por ciento), y sustituyéndola por otra de su
propia cosecha (3,00 por ciento).
En fin, un laberinto de disparates a cual más grotescos,
que supera todo cuanto en el ramo se había producido en
los últimos 9 años y que obliga a pensar que Venezuela
rueda inexorablemente hacia una crisis que, más que
política, tiene síntomas de profunda e irremediable
insanidad mental.
No se crea, sin embargo, que el desollamiento ruede
exclusivamente por el ámbito de lo psicológico y oral,
pues si aterrizamos en la realidad, en la política del día
a día que afecta el comportamiento de 26 millones de
venezolanos, nos encontramos con el estado de sitio
implementado por Chávez para solucionar el agudo problema
de desabastecimiento en los estados fronterizos,
retaliación que no se sabe si es producto de la tensa
relación de la “revolución” con el gobierno de Álvaro
Uribe, o una forma de castigo contra dos entidades como
Zulia y Táchira que votaron abrumadoramente por el “NO” en
las elecciones de diciembre.
Pero que en todo caso, profundizan el rechazo nacional
contra la revolución y su jefe hasta máximos niveles
históricos.
En otras palabras, una atmósfera de deterioro,
descomposición y desarreglo como quizá no se había vivido
en otra circunstancia de la historia venezolana pasada y
reciente y que obliga a pensar que Chávez, presintiendo
que una crisis política civil de hondo contenido popular
le dará la partida de defunción en los próximos meses,
apuesta más bien a que un golpe militar técnico y frío
signe el fin del proceso que igualmente tuvo su origen en
los cuarteles.
Operación que cubriría al chavismo de la vergüenza de
haber gobernado a Venezuela con los recursos y el tiempo
suficiente para solucionar sus desequilibrios de pobreza,
injusticia y desigualdad de manera eficiente y
sustentable, pero que solo fue capaz de abandonarla
hundida en una crisis de inseguridad, inflación, desempleo
y deterioro de los servicios que supera con creces la
situación política, económica y social heredada por Chávez
cuando inició su gobierno.
Pero es que, además, el final del chavismo por la decisión
de un grupo de militares y civiles con el suficiente poder
de extenderle al comandante-presidente la carta de
despedido de una manera casi burocrática y sin la
necesidad de una crisis social y política -de algo así
como un 27 de febrero del 89 pero al revés-, le
suministraría a la retro izquierda el pretexto de
consolación de que no fue derrocada por el pueblo, por las
masas, sino por una maniobra artera de un grupo de
militares y civiles golpistas que siguieron las
instrucciones de la oligarquía nacional, del gobierno de
Álvaro Uribe y del imperialismo de los Estados Unidos.
Discurso que cuadra perfectamente con la psiquis de un
movimiento religioso y fundamentalista como el chavismo
que vive de la ilusión de que todo cuanto hace es por
mandato del Dios de la historia que decidió designarlo
como pueblo elegido para llevar a cabo la redención de los
pueblos de Venezuela, América latina y el mundo.
De modo que cualquier castigo podrían soportar, menos
admitir que es el propio pueblo quien decidió ponerle fin
a su “misión”, sustituirles por gente más adecuada,
competente y honesta y lanzarlos al desierto de los que
habiendo tenido todo, perdieron todo y solo les queda
sobrevivir en un infierno de desgarramientos y
desilusiones.
Que puede ser también la fase terminal del suicidio
político, de la decisión de curarse del delirio provocando
su defenestramiento, pero para cifrar el futuro en otro
golpe político de suerte que los regrese al poder,
seguramente que no para hacer y decir lo mismo, aunque si
para reforzarse en el mito de que el pueblo los sigue
queriendo, que no tuvo nada que ver con su derrocamiento y
por eso les ha dado una segunda oportunidad.
Seguramente que la experiencia de Daniel Ortega en
Nicaragua debe estar jugando en este momento algún papel
en la vocación suicida del chavismo, puesto que es un caso
que ilustra cómo ante un fracaso colosal una salida
inevitable puede, aparte de una lección inestimable,
ofrecer la oportunidad de un regreso con mejores
posibilidades para naufragar, claro está, pero sin
perecer.
Sobre todo tratándose de un movimiento político de
naturaleza aluvional como el chavismo, que no tuvo tiempo
de madurar en la criba de la lucha, los esfuerzos y los
sacrificios, sin ningún tipo de formación ética,
ideológica ni partidista y propenso, por tanto, a caer en
las fatalidades del culto al caudillo, la ilegalidad, la
corrupción y la incompetencia.
De lo que una vez determinó el fracaso del socialismo
real, al extremo de que se pensó bastaba para sacarlo de
cuajo de las opciones de la historia, y que solo ha
sobrevivido en un remanente de iluminados que cree que el
éxito político no es cuestión de física, sino de
metafísica.