No
hay dudas que aunque Luís Tascón y Lina Ron decidan
hacerse otra vez el harakiri y vuelvan al redil del
silencio cómplice y la obediencia revolucionaria, los dos
encabezaron en las últimas semanas un conato de rebelión
contra el comandante-presidente y la cada día más
autoritaria y elitesca burocracia que lo apoya, abriendo
la exclusa de la que será una cadena de enfrentamientos y
divisiones que cerrarán el último capítulo del proceso
político que hasta el 2 de diciembre pasado parecía
“destinado” a gobernar a Venezuela hasta muy entrada la
segunda década del siglo.
En el caso del primero, tomando la bandera de los 3
millones de simpatizantes de la revolución que se
abstuvieron en el referendo pro reforma constitucional y
aun esperan por una explicación de por qué el chavismo
pasó en un año de mayoría a minoría, aunque igualmente
defendiendo parcelas de poder que les son propias y no
está dispuesto a abandonar sin luchar.
Y en cuanto a la segunda, haciéndose eco de miles de
militantes fanáticos y todo terreno de Caracas,
enganchados como agentes y funcionarios de la Policía
Metropolitana por Juan Barreto al otro día de resultar
electo Alcalde Mayor, dotándolos de armas, carnets y
buenas pagas, para hostigar a las manifestaciones
antichavistas y tomar reductos de la oposición en
universidades, sindicatos y barriadas, pero ahora en
trance de ser desarmados como resultado de la adscripción
de la PM al ministerio del Interior y Justicia, y el
cambio de política post referendo que impone cesantear a
los incontrolables, si no se “disciplinan” y obedecen.
Por eso, no Chávez sino Diosdado Cabello y Ramón Rodríguez
Chacín son los objetivos a denunciar y derrotar en las
protestas de uno y otro sector, de los que siguen a Luís
Tascón, o a Lina Ron, cuidando, “por ahora”, de exculpar a
Chávez, pero sin duda que en la perspectiva de advertirle
que pasará a ser el blanco central de sus críticas y
ataques en cuanto se convenzan de que es un irrecuperable
y merece ser defenestrado del poder.
Y eso lo sabe Chávez mejor que nadie, quien fue el primero
en romper hostilidades, tomar la ofensiva y percibir que,
si no golpeaba primero y sitiaba a los líderes de las
protestas que comenzarían tan pronto pasara el ratón de la
derrota del referendo, llegaría a diciembre del 2008 sin
partido, revolución y fuera de Miraflores.
A este respecto, el Superintendente Nacional Tributario,
José Gregorio Vielma Mora, se convirtió en objetivo
principalísimo, pues habiendo cobrado en los últimos años
un liderazgo que lo hacía aceptable para todos las
corrientes y grupos al extremo que se le señalaba como
candidato a suceder al caudillo, también tomó distancia en
el conflicto que separó a Raúl Baduel y Podemos del
gobierno, haciéndose sospechoso de que pudiera ser una
ficha a mover en caso de que Chávez saliera de Miraflores
y se hiciera necesario sustituirlo por un chavista “buena
nota” que encabezara la transición.
Pero lo peor es lo que se comentaba, era sabido y fue
denunciado por Chávez cuando afirmó en una declaración de
que “Tascón estaba molesto por los cambios que se habían
hecho en el Seniat”, siendo que realmente el nuevo
Superintendente, José David Cabello, había comenzado su
gestión haciendo una razzia con funcionarios de todos los
rangos y jerarquías sospechosos de ser leales a Vielma, y
a sus aliados políticos, entre los cuales, desde luego,
descollaba, Luís Tascón.
Por eso, la siguiente jugada en el tablero fue el ataque
de Tascón al recién nombrado Superintendente, y a través
de él, a su hermano, el gobernador del Estado Miranda,
Diosdado Cabello, que pasó a ser el jefe de una facción
que desde hacía meses los radicales empezaron a llamar la
“derecha endógena”.
Cabello, el gobernador, contraataca expulsando a Tascón
del PSUV y de la fracción chavista de la AN, y en general
tocando a arrebato para limpiar la revolución de
“indisciplinados” y someterlos a la obediencia del único e
indiscutido jefe: Chávez.
En otras palabras, que no solo los funcionarios del SENIAT
identificados con Vielma y Tascón, sino todos los
militantes y simpatizantes que se desengancharon del
proceso a raíz del intento frustrado de convertir a
Venezuela en un país socialista y Chávez en presidente
vitalicio, están siendo desafiados para la guerra y
seguramente que los encontrarán en las jornadas políticas
que se convocaran este año para ponerle fin a la
autocracia.
Y no para renovar, ni darle continuidad a la revolución,
sino para ponerle fin, rescatar la democracia y curarla de
las acechanzas que surgen de la mano de demagogos
incurables que lo que buscan es darle curso a su poder
omnímodo y personal.
Pero paralelamente el chavismo ortodoxo, llamado ahora de
la “derecha endógena”, ejecutaba una ofensiva tan o más
peligrosa que el desplazamiento de Vielma Mora y sus
aliados del SENIAT, como fue empezar el desarme de los
ultras que desde los inicios de la gestión del alcalde
mayor, Juan Barreto, por allá en noviembre del 2004,
habían sido incorporados como agentes y funcionarios de la
Policía Metropolitana a efectos de constituir una fuerza
paramilitar que pudiera enfrentar a manifestantes de la
oposición, tomar instituciones calificadas como reductos
de organizaciones antichavistas y ejecutar algún que otro
trabajo “sucio”, si era que las circunstancias lo
imponían.
Para no ir muy lejos, habría que recordar la protección
que le dieron estos grupos en octubre del año pasado a los
estudiantes oficialistas que asaltaron la Escuela de
Trabajo Social de la UCV, con un saldo de un estudiante
herido y diversos destrozos, así como en la muerte del
fotógrafo del diario “Ultimas Noticias”, Jorge Aguirre, en
una protesta ocurrida en abril del 2006 frente a la UCV
para protestar por el secuestro de los hermanos Fadoul.
Y como esas, hubo tomas y ataques a medios impresos,
radiales y televisivos, actividades de persecución y
amedrentamiento a connotadas figuras de la oposición, la
participación en asesinatos puros y simples como el del
secretario de la Conferencia Episcopal, Jorge Piñango y
presencia en hechos oscuros como fue el rescate de unos
delincuentes que portaban carnets de la PM de la sede de
la Policía de Chacao después de ser detenidos en la
comisión in flagrancia de graves delitos.
Pero los militantes “revolucionarios y populares”
sembrados en la PM por Barreto, y que según las épocas,
serían Tupamaros, Carapaica, Comando Néstor Cerpa
Cartolini, Coordinadora Simón Bolívar, Colectivo La
Piedrita y Alexis Vive, también hicieron historia por sus
enfrentamientos entre ellos, por guerras intestinas por
espacios de poder y zonas de influencia que no pocas veces
dejaron heridos, muertos y hasta desaparecidos.
Me referiré a solo tres de estos sucesos con “detalles”
perdidos en los expedientes no confiables de jueces y
tribunales, y cuyos autores y motivaciones siempre
permanecen en el más absoluto olvido:
En primer lugar, señalaría el atentado que le hicieron a
Lina Ron en La Guaira en septiembre del 2005, y del cual
la propia afectada acusó a los cuerpos policiales que
controla el alcalde, Alexis Toledo, pero que se sabe
mantienen una fuerte presencia operativa de los Tupamaros,
y en especial de su líder, José Pinto.
Después la venganza que se desencadenó contra Pinto a
finales del año pasado, cuando otro atentado casi da
cuenta de su vida y lo obliga a confesar que es una guerra
“entre grupos revolucionarios hermanos”.
Por último, está el asesinato del jefe de la Fuerza
Bolivariana de Motorizados, Arquímedes Franco, víctima de
las balas de dos sicarios que lo esperaron un día de abril
de año pasado a la salida de un mercado de El Cementerio
para sacarlo de juego y cobrarle cuentas relativas a
compromisos económicos y zonas de influencia.
En definitiva, un tinglado de intereses, bandas armadas y
fanáticos que han tenido a acceso a espacios de poder
militar, político y económico que solo le pueden ser
arrebatos a plomo limpio, según han hecho saber “a quien
pueda interesar”.
Y en los que, con la ideología, se exhibían también los
signos de riqueza que se derivan de ser funcionarios de un
estado “revolucionario” rico, como se hacía notable en las
camionetas último modelo que aparecían en las
manifestaciones de protestas que hacían los
revolucionarios agentes policiales de la PM, cada vez que
les tocaba protestar frente a una embajada o tomar un
canal de televisión.
“Detalles” que fueron también tomados en cuenta cuando
Chávez, Cabello y Rodríguez Chacín decidieron desarmarlos,
someterlos, reducirlos y usarlos exclusivamente para
políticas que solo le interesan al “Comandante en Jefe”.
Y que en la fase post derrota del referendo de diciembre
no son otras que enfrentar la inseguridad, combatir la
delincuencia, llevar un poco de alivio a los sectores
asolados por las bandas revolucionarias, si es que se
quiere conservar algunas gobernaciones y alcaldías después
de las próximas elecciones.
Por eso, el primer anuncio de Rodríguez Chacín no más fue
nombrado titular del MIJ, fue adscribir la PM al
ministerio del Interior, y anunciar una serie de medidas
como los allanamientos “en el oeste” que denunció, Lina
Ron, y que no tienen otro propósito que sitiar desarmar y
a los “incurables”.
Lina Ron, una dirigente social, más que política,
fundamental en toda la progresión del auge y caída de los
grupos armados policiales y parapoliciales que operaban
desde la PM, a los cuales se unió a veces para separarse
después, que fue incluso objeto de un atentado para
desaparecerla de este mundo, y que hoy ha sido obligada a
acompañarlos en lo que será con toda seguridad el fin de
su carrera política.
Que no sucederá de parte de los grupos sino haciéndose
sentir y pasando a la oposición más extrema, como quedó
demostrado en la reacción de las bandas que comenzó con el
atentado contra la exjuez y presidenta del Foro Penal
Venezolano, Mónica Fernández, para atribuírselo al recién
nombrado titular del MIJ, y posteriormente con las
explosiones de bombas y niples en la embajada de España,
la Nunciatura y la sede de FEDECAMARAS que no buscaban
otro objetivo que desprestigiar a Rodríguez Chacín y
presionar para que Chávez tomara nota y lo sacara del
despacho.
Por último, están la toma del Palacio Arzobispal, y de
Globovisión, que se disfrazaron como una protesta contra
los medios y de defensa de la revolución, pero en realidad
dirigidas contra la “derecha endógena” y sus jefes
aparentes, Diosdado Cabello y Ramón Rodríguez Chacín, pero
básicamente como advertencia contra su jefe tras
bastidores, Hugo Chávez, de que si no rectifica, se separa
de la “derecha endógena” y asume el comando de la
revolución, será el próximo objetivo de las tomas y
atentados.