Aunque
es tentador compartir el optimismo del presidente, Álvaro
Uribe y de su ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos,
en el sentido de que será cuestión de meses para que las
FARC sean obligadas, o a discutir un acuerdo de paz, o
aceptar la rendición total, creo más razonable esperar que
el esfuerzo de guerra del gobierno se extenderá hasta el
próximo año y pasará por alternativas que irán, desde el
estancamiento, hasta el avance acelerado, sin descartar
que habrá momentos en que parecerá que la paz está a la
vuelta de la esquina.
Es la característica de la
guerra que, al igual que la política, procede por fases de
acumulación de energía que no siempre permiten ver cuán
cerca y con cuánta intensidad se lograrán los objetivos,
si bien no hay dudas que en cualquier momento se alcanzará
la victoria final y que de lo que se trata es de
proponérsela, de buscarla.
Pienso que este es exactamente
el momento del conflicto armado colombiano: un gobierno
que viene desde hace un año aplicándole derrotas
contundentes a la guerrilla; una guerrilla tomada por la
sorpresa y el desconcierto como que es la primera en sus
44 años de historia en que pasa a la defensiva; y un
ejército oficial que trata desesperadamente de establecer
cuál sería el golpe que desencadenaría el colapso.
En otras palabras: una
situación como la que en boxeo se conoce como “round de
estudio”, pues el desenlace es solo cuestión de esperar
que el contendiente que ha tomado ventaja vaya con todo el
poder de su pegada.
Entre tanto, la opinión
pública de dentro y fuera de Colombia, los analistas,
expertos y comunicadores que le hacen seguimiento a la
crisis neogranadina, se limitan a pronosticar cuál será la
característica de la nueva ofensiva y por dónde comenzarán
las acciones que tienen que significar necesariamente el
acto final de la tragedia.
Pero antes de llegar a este
round décimo, o decimoquinto, sería ingenuo pensar que la
guerrilla no va a ensayar un contraataque, no va a poner
en juego los recursos de que aun dispone, ya sea para
apostar al albur de un milagro o a que un acontecimiento
inesperado vuelva a colocar el balón en su cancha.
A este respecto, es evidente
que el tanto decisivo del gobierno de Uribe -a parte de
las bajas de connotadas figuras de la dirección alta y
media de las FARC-, ha sido interferir, penetrar y
devastar las redes de comunicación del grupo guerrillero,
haciendo imposible la coordinación entre los mandos y la
tropa, entre la cúpula y la periferia, entre los miembros
del Secretariado y los frentes, al punto de anular
cualquier sistema de relaciones para planificar futuras
operaciones.
La declaración reciente de la excomandante del Frente 47
de las FARC (Antioquia-Caldas), Nelly Ávila Moreno, alias
Karina, afirmando al momento de ser detenida por grupos de
inteligencia del Ejército, “que tenía dos años sin
comunicarse con el Secretario”, así como la evidente
ignorancia que tenían los comandantes, Iván Márquez y
Timoleón Jiménez, sobre el destino y paradero del niño
Emmanuel, son pruebas contundentes en un balance que
obliga a establecer que el tiempo de la confusión, la
desinformación y la inoperancia llegó al guerrilla más
vieja del continente y del mundo.
Y sin comunicación es
imposible reaccionar y contraatacar para un ejército que
una investigación reciente de la revista “Semana”
determinó controlaba 33 frentes; sin comunicación una
fuerza armada que según fuentes confiables puede contar
con 10.000 efectivos, está sencillamente condenada a morir
por partes, por fracciones, por fragmentos.
De ahí que contrariando el
optimismo de Uribe y de Santos piense que habría que
prepararse a esperar en cuestión de dos o tres meses una
reacción focalizada, particularizada y fragmentada de
algunos de los 33 frentes de las FARC; pero no ya en el
sentido de hacer parte de un plan general que, como otras
veces, se imponga el objetivo de hacer retroceder al
Ejército colombiano, sino para decir “estamos aquí, no nos
han derrotado y para sentarnos a negociar o rendirnos
hacen falta otros recursos, otros actores y otros
escenarios”.
Contraataque que no es osado
pronosticar tome la modalidad de la llamada “Guerra
Asimétrica”, en el sentido de que ya no estará dirigido
contra los cuerpos, batallones y unidades del Ejército,
sino contra la desarmada, inocente y desmovilizada
sociedad civil.
Eso sí, con mucho aparato de
propaganda y “acciones” para las cadenas de televisión por
cable, la radio y los medios impresos, como única forma de
decir que las FARC están vivas, en pie de lucha y
dispuestas a vender caro su derrota.
Seguramente veremos más
discursos a lo Timoleón Jiménez pero informando ahora de
los decesos de los supervivientes miembros del
Secretariado, enfáticos, teatrales, anacrónicos,
concebidos más para conmover a hombres y mujeres del siglo
pasado y del antepasado, que a estos viajeros del siglo
XXI que encuentran intragable se les engañe con hazañas
que no se pueden creer, porque nunca existieron.
Contraataque que podría ser
una última puesta en escena del terror y del
amedrentamiento por la vía de los secuestros y de los
atentados, pero solo para dejar claro que las FARC
murieron con Marulanda y su escasa y criminal capacidad
operativa no revelan sino que su hora final ha llegado.
El momento adecuado, en
definitiva, para que el Ejército colombiano lance la
ofensiva final y se demuestre que ya la guerrilla no puede
existir sino con gestos sobre inflados por los medios y
algún que otro tonto inútil que crea en simplezas como el
determinismo histórico y que los revolucionarios, por
serlo, no pueden ser acusados de crímenes contra la
humanidad, ni prestarse al plan de los caudillos de
restaurar el poder absoluto, las monarquías dinásticas y
las dictaduras por la gracia del populacho.
También conoceremos al final
de esta etapa, si la guerrilla sencillamente estaba
actuando por reflejo condicionado, pero sin descartar la
búsqueda de una negociación que le permitiera sobrevivir
como movimiento político, sin exponerse a que su empeño
irracional en resistir la precipiten a una deserción
caótica y masiva.
Tal ocurrió con el grupo
“Sendero Luminoso” en Perú a comienzos de los 90, que, sin
capacidad de respuesta a las derrotas catastróficas que
culminaron con la prisión de Abimael Guzmán y la cúpula,
pero sin atreverse a dar el paso extremo de negociar la
paz, terminó hundiéndose en una disolución que al final
sacó de la política y la historia a los también conocidos
como “últimos maoístas”.
Al contrario, el “Frente
Farabundo Martí” de El Salvador que no tenía fuerzas para
imponerle una solución de fuerza al establecimiento y
terminó negociando una paz que en cuanto fue un rescate de
la democracia salvadoreña, puede en cualquier momento
permite al “Farabundo Martí” conquistar por los votos, el
poder que le estuvo negado por las armas.
El “Frente Sandinista de
Liberación Nacional” de Nicaragua también se comprometió
en una solución parecida, siendo desalojado del poder
después de haber intentado durante 10 años ejercer un
poder omnímodo, pero regresando hace dos años a regir los
destinos del país por una decisión en contrario de los
electores.
De modo que ejemplos frescos y
cercanos no le faltarán a las FARC para decidirse por el
camino que podría contribuir al rescate del tiempo perdido
por Colombia y su gente después de 44 años de guerra, y
que no puede ser otro que una paz a partir de la cual las
peores heridas y los peores dolores comiencen a ser
restañadas.
Si no, la derrota y disolución
de las FARC serán inevitables, así como su conversión en
actores del peor capítulo de horror y terror de la
historia de la nación colombiana.