Si
de algo no debe quejarse la oposición, es de no contar con
un jefe de campaña eficientísimo y que trabaja día y
noche, y sin descanso, para procurarle los votos con los
que ganará la mayoría de las gobernaciones y alcaldías en
las elecciones de noviembre próximo.
Me estoy refiriendo, por supuesto, al
comandante-presidente, Hugo Chávez, estratega que cansado
tal vez de imponerse en tan continuos y numerosos
comicios, decidió jugar a perdedor y experimentar qué se
siente cuando lenta o abruptamente llega la orden de
abandonar Miraflores y dedicarse a otra cosa.
Si no, cómo se explica que día a día y noche a noche,
Chávez salte de una política impopular a otra, que se
esmere en repetir los errores que durante 9 años le
horadaron el apoyo con el que pretendió hacer una
revolución que no comienza ni termina y hoy sea un seudo
líder político que, no solo no es amado ni temido: es
odiado y despreciado.
Para probarlo, lo que está pasando con el PSUV, plataforma
con la que quiso empuñar el país, después de haber
empuñado los suyos, y solo devino en un acto fallido donde
lo único claro es que ya Chávez no puede dar órdenes en la
calle, porque ni siquiera es obedecido en su casa.
La multitudinaria manifestación de los habitantes de la
ciudad de Barinas el sábado pasado a favor de la
candidatura del diputado disidente, Wilmer Azuaje, para la
gobernación de ese estado, no deja dudas en ese sentido,
así como las rebeliones de las militancias chavistas en
estados como Guárico, Yaracuy, Lara y Zulia ante el
intento centralista y caudillista de imponerles políticas
y candidatos que virtualmente los borran como entidades
humanas, históricas, ciudadanas y autónomas.
Y apenas es el comienzo, ya que las próximas semanas y
meses harán historia por la proliferación de candidaturas
que, no es que vengan con la idea de poner fin a la
revolución y a su jefe, sino de ignorarlos.
Pero por si tremendo aporte por el triunfo de la oposición
en noviembre no fuera suficiente, Chávez no pierde día
para anunciar estatizaciones, expropiaciones e invasiones
que, no solo son un boleto sin retorno al recrudecimiento
del desabastecimiento y la inflación que ya hacen estragos
entre los más pobres, sino que igualmente garantizan que
la corrupción y la incompetencia colgarán como un
sambenito del revolucionario a quien no le han bastado el
Caaez, Fondafa, Venepal, Invetex, Inveval, el hato El
Charcote y los fundos zamoranos para convencerse que la
economía socialista es tan inviable, como corruptora y
depredadora.
Por lo visto, necesita más, mucho más y ya sumó Cemex,
Sidor, Industrias Lácteas Los Andes y el Hato El Frío que
para el próximo año ocuparán sus stands en la inmensa
chivera o parque chatarra donde el comandante-presidente
se ha gastado la bicoca de 10.000 millones de dólares.
Tendríamos que citar también para que no queden dudas que
Chávez es una fábrica de votos opositores, la forma cómo
se burla de los 4 millones y medio de venezolanos que
votaron en diciembre contra la reforma constitucional y
los 3 millones de chavistas que se abstuvieron porque
tampoco la apoyaban y ven ahora como el comandante en jefe
se burla de unos y otros al tratar de desconocer la
voluntad que expresaron a través del voto.
O sea, 7 millones y medio de votos que ya pueden contarse
como seguros en el estruendoso caudal noviembrino que
acercará más a los venezolanos al momento en que Chávez
sea un recuerdo, un mal recuerdo.
De modo que pueden seguir los líderes opositores mirándose
el ombligo, peleándose a dentelladas por la alcaldía de
Guachizón o la gobernación de las dependencias federales,
por decidir si es pertinente pasar de gobernador a
alcalde, o de alcalde a presidente.
Eso no da ni quita votos, los votos los consigue Chávez,
quien además se encargará de llevarlos a las mesas para
que muy pocos electores se queden sin votar contra sus
candidatos.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |