Una
prueba de que Venezuela retrocede “a paso de perdedores” a
convertirse en un país conservador y cuyo atraso político
empezará a medirse en siglos, la tuvimos el fin de semana
pasado cuando, mientras en Colombia y Argentina se
celebraban comicios para elegir nuevas autoridades
legislativas y ejecutivas, en el país fundador de la
democracia sudamericana se le daban los últimos toques a
una reforma constitucional que establece la presidencia de
vitalicia, el fin de la propiedad privada, una economía
hiperestatizada y un estado policial que hará costoso
discrepar o hacerse el indiferente ante las políticas
oficiales.
O sea, una vuelta al pasado, con un país en marcha
acelerada a una dictadura de signo nuevo, la
constitucional, que hace exactamente lo que establece el
modelo viejo, pero por ley.
Así por ejemplo, ya no tendremos, o cada vez se harán más
raras, fiestas democráticas como las que sucedieron el
domingo en Colombia y Argentina, y en las cuales
-independientemente de que los actores principales era
partidos y políticos de inspiración izquierdista-, se
demostró que, tanto el país de Álvaro Uribe, como el de
Cristina Fernández de Kirchner, están definitivamente
casados con las bondades de la democracia política y el
principio de que sus derechos deben ser “progresivos” y
“no recesivos”.
Con la reforma constitucional propuesta por el presidente
Chávez, por el contrario, será difícil, sino imposible,
que en las próximas elecciones presidenciales haya otro
candidato que no sea el actual jefe de estado, ya que, con
la disposición de la “reelección continua e indefinida” (Art:
232), más la que establece el estado de excepción con
suspensión de garantías (Art: 337) el
candidato-presidente, no solo podrá decidir cuando habrá
elecciones, sino en que condiciones se harán.
Otro asunto es que con un presidencialismo que casi raya
con el absolutismo monárquico y que dispone que el jefe de
estado “elige” a dedo las principales autoridades del
“novo orden”, y a las que no elige, podría nombrarles
funcionarios para su control, entonces puede concluirse
que queda una sola autoridad a elegir, el presidente de la
República, pero con un patrón electoral corrupto y
corruptible, un sistema de votación acusado de fraudulento
y unas autoridades electorales que no tienen empacho en
admitir que siguen “órdenes de arriba”.
De modo que si habría que buscarle un modelo inspirador a
la reforma constitucional propuesta, no serán los de
Colombia y Argentina, países en los cuales es previsible,
no solo que la democracia se profundice, sino que se
blinde contra caudillos que deciden “darle” todo el poder
al pueblo, pero “quitándoselo”.
Y aquí es donde resulta imposible no admitir que la
reforma tiene su origen en la constitución cubana, que a
su vez se inspiraba en los textos constitucionales de la
Rusia soviética, la China comunista y los países de Europa
del Este, repúblicas que todos saben derogaron sus
constituciones socialistas a finales de los 80 y comienzos
de los 90 y las sustituyeron por otras de signo
capitalista y democrático
Las razones para tal cambio fueron que el sistema
político, social y económico adoptado, el socialista,
promovió tal catástrofe histórica, natural y humanitaria,
que no hubo más camino que sacudírselo como una maldición
y tratar de recuperar el tiempo perdido regresando al
orden que durante toda la Guerra Fría fue condenado y
objeto de una cruzada de destrucción.
De modo que al optar por el modelo cubano al reformar la
Carta Magna y negarse a ver y admitir que la democracia es
la alternativa elegida por la mayoría de los países del
continente y del mundo, Chávez está apostando al fracaso
de su proyecto, a observar impotente cómo Venezuela se irá
degradando y deteriorando al extremo de que
desabastecimiento, carestía, racionamiento y hambrunas
serán los sellos distintivos de la revolución.
La gran pregunta es: ¿Cómo un hecho histórico de data
reciente, que fue presenciado, notariado y asumido por el
conjunto de la sociedad, no les dice nada a los
neomarxistas, es negado como si fuera un espejismo, y
puesto de nuevo en movimiento cuando en realidad está
muerto y, si una vez fracasó en el mundo de los vivos, lo
hará ahora en el de los difuntos?
Evidentemente porque no se trata de un movimiento político
racional sino religioso, de esos que piensan que la
realidad no existe y puede ser sustituida por los dogmas
de los filósofos utopistas y el voluntarismo de los
feligreses.
O sea, por todo lo que conduce al fracaso.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |