Creo
que si no es por los representantes de Cuba, Nicaragua,
Venezuela, Ecuador, Bolivia y Corea del Norte las palabras
“socialismo y revolución” no se habrían oído en la 62
Asamblea Anual de la ONU celebrada la semana pasada en
Nueva York.
Anacronismo que dejó fuera a 186 gobiernos de los 192
países reconocidos por la organización mundial y que
permite establecer el grado de desprestigio y rechazo en
que han caído dos de los paradigmas políticos más
socorridos del último siglo.
De modo que sin exagerar puede afirmarse que solo un
puñado de gobiernos, cifrado en no más del 3.12 por ciento
del total insiste en sostener la vieja antigualla, la
devastadora utopía casi desaparecida de la historia
después de sumir en la miseria, injusticias, desigualdades
y gigantescas violaciones de los derechos humanos a más de
tres cuartos de la población total del planeta.
Porque es que incluso gobiernos de vocación dictatorial y
totalitaria como son los de Irán, Siria, Myammar y Zimbawe
guardan distancias de las palabrejas y fundan más bien en
manifiestos religiosos, nacionalistas y etnocéntricos su
pretensión de apartarse del marco jurídico, ético,
cultural e intelectual que rige la actual comunidad
internacional.
Otro dato importante es que de los seis gobiernos
“socialistas y revolucionarios” convictos y confesos,
cinco están situados en América latina, subcontinente
tristemente célebre por sus dictaduras militares y una
tradición populista que en muchos sentidos lo emparenta a
otras áreas del globo donde el estatismo y su peor
producto agregado, el colectivismo, han hecho estragos.
No debe olvidarse, sin embargo, que el número de países
del continente americano se extiende a un total de 28, por
lo que otra vez nuestros mohicanos aparecen en una
lamentable minoría (menos del 15 por ciento), y sin
posibilidades de que ni siquiera como tendencia se les
pueda tomar en serio.
Y es que al caracterizarlos con las etiquetas ya
mencionadas también debe tomarse en cuenta que no se trata
de un grupo homogéneo que, como en los tiempos del
socialismo real y del sistema soviético, se comporta en
base a un centro que traza una órbita y frente a la cual
es arriesgado desviarse, o apartarse.
No, lo que puede observarse en la alianza séxtuple es una
auténtica turbulencia, expresada en que, no solo los
pretendidos satélites se apartan del modelo y hasta
intercambian roles, sino que igualmente no pocas veces lo
desafían y hasta suplantan.
Así, por ejemplo, a nivel de América latina, mientras el
nuevo liderazgo cubano representado en Raúl Castro aparece
de vuelta y limitando su vocación “socialista y
revolucionaria” a su histórica confrontación con los
Estados Unidos, la Nicaragua de Ortega es un país
capitalista que ancla su proyecto de desarrollo en el
CAFTA (Tratado de Libre Comercio regional entre USA y
Centroamérica), el Ecuador de Correa otro que incluso
tiene el dólar como moneda nacional, y la Bolivia de Evo
Morales es un mosaico de disturbios políticos, geográficos
y territoriales donde incluso la palabra “economía” está
desapareciendo del habla.
¿Cómo es posible entonces que hagan tanta bulla, fomenten
tormentas, sean la última novedad en materia de miedos, le
quiten el sueño a gobiernos, instituciones e
individualidades, y mantengan en vilo a una parte de la
opinión pública que tiembla ante el regreso del
totalitarismo, el sistema concentracionario, monárquico y
dinástico que dejó a un importante número de países
sembrado de pánico, gulaps, cárceles, cámaras de torturas
y campos de concentración?
Sin duda que porque el promotor del paquete de refundación
del marxismo y de resurrección del sistema político y
económico que alegaba basarse en la ciencia para hacer
realidad una utopía tan criminal, como inhumana, es un
militar venezolano con escasa experiencia política,
enemigo jurado de la civilidad y la democracia y sin
educación formal histórica ni de ningún tipo para entender
que las ideas, como ya se dice en el Eclesiastés, tienen
su tiempo, que las crisis lejos de contener catalizadores
que aceleran las revoluciones más bien las retrasan y que
las últimas lecciones de la historia global reivindican a
la razón y la evolución para promover cambios, progresar y
lograr que la humanidad se coloque en parámetros jamás
conocidos hasta ahora de libertad, bienestar, democracia y
estabilidad.
Para comprobarlo Chávez podría ver enfrente las ruinas aun
humeantes del socialismo real y del imperio soviético,
destruidos por los pueblos y clases a las cuales
pretendieron conducir al paraíso terrenal, siendo que lo
que establecieron fue un infierno de crueldades, traumas,
desequilibrios e insanias pocas veces conocido en la
historia.
El teniente coronel venezolano, por el contrario, se niega
a reconocer la realidad y la experiencia, y muy a lo
militar y marxista pretende que con sus cinco aliados, va
emprender e imponer la hazaña histórico-religiosa de
resucitar a los muertos, e inducirlos a trabajar, luchar,
batallar y triunfar.
Para ello, y cual doctor Frankestein cualquiera, está
empleando a fondo los ingentes recursos de la renta
petrolera nacional que ya no se dirige a paliar las
necesidades que mantienen a Venezuela como un país
atascado en sus expectativas de bienestar y desarrollo,
sino a financiar una alianza política, económica y militar
con la que restaurara el socialismo y conducirá a los
pueblos del mundo a pulverizar el capitalismo, el
neoliberalismo y el imperialismo.
Ensayo de laboratorio como no cruzó por ninguna otra de
las mentes alucinadas que han dejado una huella lamentable
en la historia, pero que, sin embargo, se deja circular,
flotar y rodar, no por lo que tiene de temeraria, sino de
ridícula.
En este sentido, nada más patético que oír a los
cancilleres de Cuba y Venezuela y a los presidentes de
Nicaragua, Ecuador y Bolivia dándole respiración boca a
boca al lenguaje político de los años 60, con sus llamados
a la guerra, al socialismo, a la revolución, a fomentar
2,3, 4, 5 Vietnam, pero que sin que resultara inteligible
para un 95 por ciento de delegados interesados más en el
comercio global, en los acuerdos de cooperación, en los
tratados multilaterales que en lo que puedan hacer los
fusiles, los cañones, las guerrillas y las bombas atómicas
y nucleares.
Concentrados en desafíos nuevos como son el calentamiento
global, los niveles de contaminación planetaria, las curas
contra virus como el HIV, el virus del Nilo y el Ébola,
que requieren de la cooperación y la unidad
internacionales y no de divisiones en clases, razas,
religiones y prejuicios que fueron las que propagó en
viejo socialismo, e insiste en propagar el nuevo.
Pero igualmente en planes para reducir la pobreza, las
injusticias y la desigualdad que no pueden hacerse
efectivos sino en sociedades libres, democráticas y
fundadas en un estado de derecho donde la pluralidad, la
diversidad, el respeto a las minorías y los derechos
humanos cimenten un mundo global, interactivo e
interrelacionado en el cual los paradigmas políticos,
económicos y sociales se expresen en una promoción sin
límites para que los ciudadanos accedan a todas las
oportunidades.
Y nada más contrario a ello que los sistemas políticos de
partidos y jefe únicos, de presidentes vitalicios, con la
consagración de la omnipotencia del estado para que sea el
centro de la producción, distribución y dación de los
bienes, porque ya se sabe que el solo “bien” que se va a
producir, distribuir y dar es a un feroz dictador que
empuñara la vida, hacienda y derechos de todos los
ciudadanos.