No
fue grata la noticia de que el más grande arquitecto
latinoamericano del siglo XX, el brasileño Oscar Niemeyer,
interrumpía el sosiego de sus venerables 99 años para
hacer realidad una de las ideas más estentóreas,
estrafalarias y alevosas del presidente Chávez: proyectar
una escultura de 100 metros a la gloria del Libertador,
Simón Bolívar, en la cima del cerro El Ávila ” para que se
vea desde el mar y de noche cuando esté iluminada”.
Y cuando digo que la idea es del político y no del artista
(según dio a entender Niemeyer en un encuentro con los
medios la semana pasada en Río de Janeiro), es porque
Chávez el 17 de enero del mes en curso, en un acto
celebrado en Caracas, puso empeño en establecer la autoría
de la idea y quizá del proyecto, contando cómo en la
madrugada de una de sus tantas noches de insomnio, le bajó
la iluminación por la que Bolívar podría ser dentro de
poco una copia en cemento tan desmesurada, como
aplastante.
Pero dejemos al caudillo venezolano relatar su roce
íntimo, no ya con el dios de la guerra y los manes de la
revolución, sino con las musas que tampoco son extrañas en
estos coloquios, cuando en el silencio de las tensas
noches tropicales, se larga a viajar por el Empíreo y aun
el más allá:
“Yo tengo la idea y yo quiero que se convierta en
proyecto” dijo aquella mañana al marcar otra fecha para la
historia, pero ahora del arte. “Y quiero que lo hagamos,
señor vicepresidente, allá en El Ávila, de hacer un gran
Simón Bolívar que se vea desde lejos del mar y que de
noche esté iluminada.
Todo el que venga está viendo el frente de Sudamérica, y
quien mejor que Bolívar para decirles: ¡Bienvenidos!, con
una espada en alto bien grande. Ideas que a uno se le
ocurren sobre todo en la madrugada…Podemos hacer hasta un
concurso público. Farruco, tú diriges la operación”.
Y ahí es donde, con todo el respeto y devoción que siento
por Oscar Niemeyer, debo afirmar que quizá le falló la
memoria a la gloria sudamericana y mundial, pues sin
corregirse y sin duda que a causa de que le habían
ocultado información, sostuvo que la idea se le había
ocurrido al recibir a Chávez en su casa de Río Janeiro con
motivos de la cumbre del MERCOSUR, insistiendo en que
“Chávez no me pidió nada. No lo voy a mostrar a nadie
antes que Chávez lo vea, pero creí que sería un buen
homenaje”.
Nada extraño, sin embargo, en las relaciones entre los
hombres de fuerza y los genios del arte que comulgan con
las ideas de revolución social que condujeron al
esperpento del realismo socialista y que en tiempos del
colapsado imperio soviético perpetraron una hilera de
complejos escultóricos y de estatuas conducentes que aun
hoy se destruyen dada su extensión, frecuencia, mal gusto
y artificiosidad.
Y donde, lejos de exaltar la memoria del glorificado, se
grita el poder del glorificador, pues a kilómetros a la
redonda, desde el mar, las montañas, los valles, los ríos
¿quién que vea la estatua de 100 metros de Bolívar
esculpida por Oscar Niemeyer, no va a pensar en el otro
genio, el que la imaginó, concibió e hizo realidad,
venciendo cimas de 2000 y más metros, atravesando alturas,
pendientes, selvas y quebradas, y privándose de cientos de
millones de dólares que bien pudo emplear comprándose otro
avión, una nueva residencia, o donándoselos a un nuevo
aliado?.
Y todo ello sin calcular el daño inmenso que se le
procuraría a los caraqueños y habitantes del litoral
central, afectando un pulmón vegetal que los alivia de la
presión que sigue a la contaminación del tráfico vehicular
y fabril y es un parque nacional de 85.192 hectáreas que
existe desde 1958, con decenas de especies de flora y
fauna endémicas, o de restringida distribución, sitios
históricos coloniales y precolombinos, e incontables e
imprescindibles áreas de recreo, deportivas y excursión.
Y con una ecología muy frágil, fragilísima, como que el
terreno arcilloso, el régimen pluviométrico y las
veintenas de riachuelos y quebradas que se desparraman por
toda su geografía, lo convierten en el origen de los
deslaves que de manera regular se suceden en la zona desde
los tiempos más remotos, el ultimo de los cuales arrasó
literalmente con el Estado Vargas en diciembre de 1999,
dejando un saldo de más de 10000 fallecidos y ciudades,
pueblos y caseríos que desaparecieron del mapa.
Pero nada que perturbe el sueño de Chávez de construirle
una estatua de 100 metros a Bolívar en la cima de El Ávila
con al complicidad de Oscar Niemeyer, seguramente que
presumiendo que con semejante aval sea más difícil
desaparecerla el día en que por respeto a la auténtica
gloria de Bolívar y de Niemeyer, a la historia, la
ecología, el arte y la salud mental de los venezolanos y
los latinoamericanos, haya que hacerla añicos.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |