En
los cuatro meses y días que median entre el 17 de
diciembre pasado y la noche de abril en que escribo estas
notas (26 o 27, me parece), Hugo Chávez se ha convertido
en la máquina de amenazas más conspicua, recurrente e
intimidante de que tenga memoria la historia reciente de
Venezuela y América latina.
Un fabricante de rayos, truenos y lava ardiente que
empieza a eclosionar sin piedad, ni motivo aparente en
cuanto los primeros rayos del sol se desparraman sobre la
superficie de la atribulada República Bolivariana de
Venezuela.
El enigma es: ¿Y cuál es la causa de semejante furia,
tormenta, vendaval? ¿Por qué este presidente prioriza su
conversión en un MP3 omnisciente, ensordecedor y de más de
un gigabyte de memoria para no darse alivio, en vez de
trabajar y hacer algo por un país que literalmente se le
cae a pedazos? ¿Acaso una inminente invasión de enemigos
secretos que se comunican con Chávez en sueños y le
cuentan sus planes de dominio, destrucción y muerte? ¿O
será tal vez que muy en la onda del Idi Amín de Giles
Foden, Kevin Macdonald y Forest Withaker anda por la vida
con una corte de espíritus que lo protegen y alertan de
inminentes peligros, atentados y agresiones? O ¿ por qué
no pensar que Venezuela está sencillamente al borde de una
guerra civil, con una oposición con ejércitos en el
oriente, sur y occidente del territorio que capitaneados
por señores de la guerra como Oswaldo Álvarez Paz, Oscar
Pérez, Antonio Ledezma, Ernesto Alvarenga y la Negra
Rosaura se disponen a una toma de la capital, mientras
multitudes y grupos de comando perpetran actos
terroristas, saqueos, ocupaciones y tomas de cuanto se les
ocurre y condiciona el clima para una decisión final?
Pues no, nada de eso es lo que percibe cualquier
observador que hojea los medios, habla con viajeros que se
desplazan por uno y otro rincón de la geografía nacional o
sale a caminar por Caracas o ciudades del interior que de
comportarse con la visión apocalíptica del líder máximo de
la revolución latinoamericana y mundial, crepitarían en
las llamas o yacerían bajo los escombros.
Hay sí una guerra, pero es la del hampa organizada, semi
organizada, o desorganizada contra los 26 millones de
venezolanos, contra los hombres y mujeres de a pie que
salen a las calles con la certeza de que frente a feroces
asesinos armados no tienen otra protección que la de Dios,
pues Chávez y sus ejércitos están ocupados en la guerra de
los discursos, en el teatro de los aplausos, las arengas y
las complacencias donde multitudes uniformadas juran que
dejarán familias, afectos, trabajo y religión para seguir
al jefe, al comandante en jefe.
De modo que ya Giles Foden y Kevin Macdonald (autor el
primero de la novela sobre el dictador ugandés, y el
segundo director de la película que corre exitosamente en
este momento por el mundo), tienen argumento para su
próximo trabajo conjunto, que no es otro que la historia
de un militar tropical y caribeño que toma el poder por
las malas, inventa que carga el mandato histórico para
hacer una revolución y salvar a la humanidad y se dedica
hacer guerras, conquistar países, enfrentar imperios, y
desafiar a mortal combate a cuanto cristiano coloca en la
lista de sus enemigos… pero claro… siempre desde las
tribunas.
O sea, que el auténtico pathos, la verdadera tragedia de
la próxima colaboración Foden- Macdonald consistiría en
focalizar esta máquina de palabras entre patética y
desolada que usa y abusa del poder para hacerse oír y
temer, mientras la mayoría de sus seguidores le viven la
parte, la oposición hace esfuerzos para tomarlo en serio,
y, del resto de los venezolanos, la mitad lo ignora y la
otra mitad corre a protegerse del ruido.
Es, en definitiva, una prueba del impacto de las nuevas
tecnologías de la comunicación sobre una sociedad reacia a
apartarse de sus rutinas, y criminalmente usados y
disparados por un ególatra empeñado en fabricarse una
historia heroica que comenzó cuando un golpe de suerte
(que en el argot político de América latina se conoce como
golpe de estado), crearon la magia de despertarlo un día
en el poder, en el propio centro poder.
De la misma manera que aquel policía regordete, boxeador
de todos los pesos, pinche de cocina, tribal, militaroide
y amañado en los oficios de la magia negra se hizo con el
control de aquella Uganda que durante casi una década
crujió de terror, fue sometida al escarnio de sus
desfachateces y aun hoy lo recuerda con un miedo
reverencial que esquiva traerlo aunque sea a la vida de
las palabras.
Amenazas de invasión a Inglaterra y derrocamiento de la
reina Isabel II y la monarquía inglesa, fin del
pontificado de los papas y del estado del Vaticano, guerra
contra el estado de Israel y sus aliados, toma de la ONU y
de la OUA para postrarlas a los designios de su dictadura,
reinterpretaciones de la Biblia, el Corán y el resto de
los textos sagrados, versiones “a su manera” de la
historia de Uganda, África y el mundo, utilización de
miedos ancestrales para el descoyuntamiento, desconcierto
y desarticulación de los enemigos y anuncios de una
cruzada con la cual liberaría a los oprimidos y pobres del
mundo, para luego pasar a constituirse en el rey o
emperador del Universo.
Y sobre todo insultos, denuestos, agravios, ataques,
denuncias y acusaciones a todo el que osara oponérsele,
contrariar, discrepar o dudar del destino manifiesto que
ya estaba escrito en las disposiciones de la historia y
los arcanos del tiempo y de los cielos.
O sea, todo un material para escribir no una sino 10
novelas, para filmar no una película sino seriales de
cine, radio y televisión, para aprender de la historia y
recrearse en noches en que el stress, la contaminación y
la inseguridad nos avientan a los hogares con la esperanza
de conciliar el sueño… sino fuera porque entre amenazas y
amenazas, entre extravagancias y extravagancias, Idi Amín
Dadá tuvo tiempo para dar cuenta de la vida de 500 mil
ugandeses.
Porque era que el hombre, a diferencia de otros dictadores
del siglo XX, y de algunos del siglo XXI, no era muy apto,
(“muy faculto” dicen en mi tierra), para las palabras y
entonces se tomó mucho menos tiempo en hacer realidad sus
amenazas.
Pero habría que considerar también que en la década de los
70 las tecnologías de la comunicación no se asomaban
siquiera a su estado actual tan apropiado para distraer a
dictadores del Tercer Mundo, ya que los hace sentirse los
reyes de la galaxia cuando no son mas que locutores o
conductores de programa afortunados que viven “sus 15
minutos” de fama.
De ahí que hasta cierto punto el engolosinamiento de
Chávez y sus huestes con más y más programas de radio y
televisión, con más y más horarios estelares, con más
cámaras y más micrófonos es una ventaja, pues no es
peregrino suponer que infatuados en el poder virtual, se
olvidan del real.
Pero ahí está él (él y sus huestes), amenazando,
insultando, hostigando, sitiando, arremetiendo, atacando,
llamando e incitando a que la pesadilla bullente y
sangrante que hasta ahora es un alarido de la “banalidad
del mal” de que hablaba Hannah Arendt, pase a ser la
primera gran tragedia histórica del siglo XXI.
Por ahora sé que periodistas y dueños de medios, oficiales
y soldados, gobernadores y alcaldes , actores y
sindicalistas, jugadores y dueños de loterías,
adolescentes y trasnochadores, católicos y protestantes,
gringos y estados de la OEA, acaparadores y comerciantes,
médicos y dueños de clínicas privadas, jueces y
magistrados, productores de petróleo y de etanol, son
blanco de los cañones verbales de este vástago de los
trópicos que se inventó una revolución, una guerra y una
historia para su uso personal, familiar y tribal.
Una figura patética, desolada y risible en definitiva,
sino fuera por que es un disparatario armado y ya sabemos
que con las armas no se juega.
Y si no que lo cuenten los ugandeses de la década de los
70, y los de la novela de Giles Foden y la película de
Kevin Macdonald y Forest Withaker.