Con
las encuestas revelando hasta 10 puntos de ventaja a favor
del NO, una alarmante división en sus propias filas,
connotadas figuras del chavismo militar, político e
intelectual llamando a votar contra la reforma y por lo
menos tres crisis de difícil manejo en la política
internacional, es evidente que, independientemente de los
resultados del referendo del domingo próximo, la llamada
“revolución” quedará en tal grado de precariedad que no es
aventurado predecir su colapso en cualquier momento del
2008.
Lo admite el mismo teniente coronel, Chávez, quien a
diferencia de otros desiderátum en los cuales no era
imposible su derrota, afirmó siempre que no resistiría, ni
haría de su permanencia en el poder algo así como el
empeño de jugárselas todas a una solución final.
Y es que Chávez está consciente que si el domingo 2 no le
trae el milagro de ganar por avalancha, o de imponer un
fraude que encuentre un rechazo apenas tibio de parte de
la oposición, sería imposible mantener orden en las filas
y emprender con éxito el programa que haría de Venezuela
el segundo país socialista del mundo occidental.
Por el contrario, una derrota democráticamente aceptada le
permitiría redimensionar el proyecto, recuperar la
confianza entre los suyos, aterrizar en la Venezuela que
no quiere admitir pero que lo está derrotando, acercarse
con más humildad y probabilidad de inserción en el
caldeado ambiente internacional y regularizar una
situación que, en tanto sea forzada más y más a una
inevitable ruptura, hará lucir al chavismo como un
fenómeno pasajero y excrecencial de la historia nacional.
Claro que ello no evitará su salida del poder, ya sea que
ocurra por crisis sociales como las que en los últimos
años determinaron en otras naciones de América latina que
presidentes democráticamente electos fueran sustituidos
por vicepresidentes o autoridades designadas por el
congreso o los altos tribunales de justicia, o en unas
elecciones convocadas al final de su actual período que
determinen que su único escape es desaparecer de la
política y el país.
Circunstancia una u otra que no decapita al chavismo como
opción política y lo deja con una cierta capacidad de
vigencia y recuperación si se democratiza, civiliza y
renueva.
En otras palabras, que mientras más se empeñe Chávez en
autoimponerse la violencia, imponérsela a los suyos e
imponérsela a Venezuela, más le estará fijando límites a
su sobrevivencia política, más se estará arriesgando a que
un “soplido” de los que habla su padre y mentor Fidel
Castro, lo aviente a la transitoriedad y al olvido.
De modo que no es solo que el horizonte de la revolución
violenta, excluyente y totalitaria se está cerrando, sino
que aun medida en término de que rectifique y acepte la
única opción viable para las revoluciones de siglo XXI,
-que no es otra que la democratización, la inclusión y la
humanización-, será difícil, sino imposible, que el
chavismo tenga otra vía de acceder al poder que no sea la
de contarse legal y democráticamente según las
preferencias del electorado.
Un mecanismo no precisamente heroico, ni epopéyico, ni
carismático, pero sin duda con los mejores atributos para
que la sucesión legítima los gobiernos se realice en paz y
no signifique la instauración de la violencia que con su
pérdida de bienes, vidas humanas y derechos tangibles e
intangibles, es un ticket seguro a la miseria, las
injusticias sociales y las desigualdad.
Lecciones toda definitivamente aprendidas por las mayorías
venezolanas que votarán NO el domingo, por los chavistas
que también lo harán y una comunidad internacional
convencida que Venezuela merece un gobierno y un destino
mejores.
Pero que básicamente deberían ser tomadas en cuenta por un
liderazgo oficial que no se convence de que
inapelablemente su hora pasó y no tiene enfrente otra
alternativa que no sea la de apartarse… sea por las
buenas, o por las malas..
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |