Como
para que no queden dudas que la Reforma Constitucional
bajó como una orden de un militar impaciente ansioso de
barrer los últimos vestigios de vida democrática que
restaban en el país, la Asamblea Nacional procedió, no
solo ha aprobar el documento en bloque (es decir, sin
discusión), sino también a convertir en un sainete las
consultas que simularían que simple y llanamente se estaba
ejecutando un nuevo golpe de estado constitucional contra
el ordenamiento que apenas tenía 8 años de vigencia y era
de impronta y autoría exclusivamente chavista.
O sea, que aparte de otros méritos, Chávez podría aspirar
a pasar a la historia como el primer dictador experto en
autogolpes, en fraguar ficciones que, según él, concretan
el sueño de liberación y salvación de los pobres, pero
para desecharlas al poco tiempo como inaptas y apropiadas
para que sus enemigos regresen y vuelvan a aplicarle el
“tente acá” del 11 de abril del 2002 pasado.
En otras palabras: que mejor maestro del teatro del
absurdo constitucional no puede haber, mejor marionetero
para que los áulicos se movilicen y cumplan con los
mandatos de este Ubú Rey tropical y caribeño, pues habría
recordar los elogios que durante 9 años le dedicó a la
ahora nueva moribunda constitución y su decisión de un día
para otro de borrarla y mandarla al basurero después de
haber proclamado que “era la mejor constitución del
mundo”.
Pero que según fue concretándose el salto del teniente
coronel, Chávez, de un sistema político con independencia
de poderes a medias, con espacios de pluralidad no en
aumento sino en descenso, y derechos humanos no
progresivos sino recesivos, a otro totalmente controlado,
sin oportunidades para la diversidad y la disidencia y
bajo la férula absoluta del autócrata, fue quedándole
corto, deficitario y en espera de que en un nuevo golpe de
suerte político permitiera aproximarlo a la solución
final.
Este vino con la oportunidad de las elecciones de
diciembre pasado cuando Chávez buscó reelegirse para un
segundo período de 6 años (ya llevaba 7 por decisión
ilegal del Tribunal Supremo de Justicia y sus salas
Electoral y Constitucional), montó otras elecciones
fraudulentas con registro de electores espúreo, votación
inauditable, propaganda ventajista y autoridades
electorales militantes convictos y confesos del partido
oficial que no dudaron en atribuirle a “su comandante en
jefe” una mayoría de 7 millones de votos.
Pero que en ninguna circunstancia creaban “electoralmente”
las condiciones para barrer con los espacios democráticos
y plurales de la otra constitución (la vigente hasta este
momento y ahora en trance de desaparecer), pues la
oposición con 4 millones de votos y una abstención de casi
el 30 por ciento, aportaban el contrapeso perfecto para
que Chávez entendiera que, si los resultados electorales
eran reales, contaba entonces con una precaria mayoría que
solo lo obligaba a negociar para gobernar de acuerdo a un
programa consensuado.
Resultó, sin embargo, lo contrario, pues Chávez quizá en
previsión de que rápidamente pasaría a ser minoría
electoral y que ni aun con un CNE fraudulento volvería a
alegar otro triunfo en las mesas de votación, pasó a
aplicar lo que se ha llamado un “acelerón”, o conjunto de
políticas y medidas por las que desaparecen los derechos
humanos fundamentales, se arrasa con la independencia de
los poderes aun como formalidad, se pone fin al derecho de
propiedad y la libertad de expresión, y Chávez se
convierte en presidente vitalicio y atribuye el derecho de
modificar la división territorial del país, el sistema de
vida y los valores y principios que han normado hasta
ahora el desarrollo histórico de la República de
Venezuela.
No se piense, sin embargo, que sin procurar alguna
legitimidad en una presunta urgencia de implementar una
república de justicia social, de iguales y en la cual se
fumigarían los males viejos y nuevos que están haciendo de
Venezuela, después de 8 años de experimento revolucionario
chavista, una sociedad de pobreza creciente, corrupción
incontrolable y desigualdad sin parangón con otros
períodos de la historia pasada y reciente del país.
Añagaza que sería tolerable sino fuera la misma que
utilizaron los utopistas marxistas para ejecutar durante
el siglo XX algunas de las catástrofes humanitarias más
escandalosos de la historia, con sociedades sumidas en la
miseria, víctimas de élites burocráticas que actuaron con
más sevicia y perversidad que las antiguas oligarquías y
frente a la emergencia de autócratas absolutos que
controlaban hasta el aire que respiraba el último de los
ciudadanos.
Pero es que está también el detalle de que Chávez lleva 9
años en el poder y pudo demostrar en algo que, tanto sus
propuestas, como su liderazgo político, significaban por
lo menos algunas de las soluciones para que Venezuela
escapara de la crisis y se orientara a insertarse en la
sociedad del conocimiento, cibérnética, plural y
competitiva del siglo XXI, en vez de deambular por los
mismos fracasos que convirtieron a la Unión Soviética, la
China Comunista y los países de Europa del Este en
borrones del pasado que solo se recuerdan para abominarlos
y exorcizarlos.
Las noticias que recorren el mundo a diario con un
gobierno chavista que, no solo hunde a Venezuela en la
pobreza, la corrupción y violencia, sino que también
exporta pobreza, corrupción y violencia no permiten dudas
en este sentido y obligan a pensar que el totalitarismo
que signó el socialismo real del siglo XX, encontró otro
retoño en el socialismo real del siglo XXI.
Para una sola muestra, el caso del empresario chavista que
viajó recientemente con un grupo de funcionarios de PDVSA
a Buenos Aires llevando 800 mil dólares no declarados en
un maletín, sin duda que para pagar coimas, o
suministrarle recursos a los grupos de piqueteros que
apoyan a Chávez y su revolución en la capital del Plata y
por toda Argentina.
Pero también la forma como Chávez ha ido fortificando con
envíos crecientes de armas, equipos y petrodólares al
gobierno etnocéntrico y socialista de Evo Morales que
intenta hacer de Bolivia un brazo armado sureño de Cuba y
Venezuela, mientras divide, desata odios, cada día revela
su catadura autoritaria y fascista y empuja al país
altiplánico a una previsible y al parecer inevitable
guerra civil.
De modo que un fenómeno no nacional, sino continental y
aun con pretensiones de insertarse en la política mundial
para intentar de alguna forma que Chávez satisfaga su
insaciable egolatría de estar en los titulares de la
prensa planetaria, en los despachos de gobiernos y
agencias de riesgo, y en un segmento minúsculo de la
opinión pública internacional que compense el rechazo de
que es objeto por más de la mitad de los venezolanos.
Pero amenazados ahora con la Reforma Constitucional y
novedades tales como la presidencia vitalicia, el poder
desde abajo ordenado por los de arriba y la aparición de
un culto a la personalidad que está dejando pálido al de
Stalín, Mao y Castro, de ser forzados a aceptar aunque sea
con desprecio y odio a este rey caribe, petrolero y
tropical que llegó con ánimo de fundar una monarquía y una
dinástica y con la complicidad de gobierno democráticos y
organismos multilaterales que en teoría rechazan tales
prácticas, pero se hacen los indiferentes para que Chávez
las vaya implementando.
Y en torno a la cual ya se pronunció más de la mitad del
país tan pronto se anunció a finales de diciembre pasado,
con las manifestaciones que sucedieron en los primeros
meses del año con motivo de la incautación de la señal
abierta del canal de televisión privado RCTV que era parte
del plan de restarle cualquier impacto a la trasgresión de
la reforma, pues a menos medios, entonces más posibilidad
que Chávez y la Asamblea Nacional teatralicen el sainete
que hemos visto en los últimos días.
En ese caso se trató de cerrarle la voz a un medio que
tenía casi el 50 por ciento de la teleaudiencia nacional,
que venía criticando la marcha de la revolución chavista
desde un régimen populista radical, pero que respetaba
algunas libertades, a una dictadura de signo totalitario,
estatista y colectivista, de presidencia vitalicia y
sucesión monástica cuya sintomatología y patología no
conduce sino a la destrucción de Venezuela.
Y es por todo eso que es imprescindible que el pueblo
vuelva a la calle, a protestar, a manifestar y refrendar
su fe en la democracia, su convencimiento de que solo en
un sistema democrático y de libertades crecientes se puede
acceder al bienestar, la justicia y la igualdad.
A diferencia de que del socialismo y el totalitarismo solo
quedan un grupo de países que tratan de ganar el tiempo
perdido y curar las sequelas de las heridas de una
catástrofe que ojala no les alargue el sueño de
incorporarse a la civilización.
Y por todo ello es que no hay tiempo que perder, que
Venezuela debe ponerse otra vez en pie de lucha, y volver
a aquel mayo venezolano que de de tan necesario y
extrañado parece hubiera ocurrido hace un siglo.