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La fast track de la Reforma Constitucional
por Manuel Malaver  
domingo, 26 agosto 2007


Como para que no queden dudas que la Reforma Constitucional bajó como una orden de un militar impaciente ansioso de barrer los últimos vestigios de vida democrática que restaban en el país, la Asamblea Nacional procedió, no solo ha aprobar el documento en bloque (es decir, sin discusión), sino también a convertir en un sainete las consultas que simularían que simple y llanamente se estaba ejecutando un nuevo golpe de estado constitucional contra el ordenamiento que apenas tenía 8 años de vigencia y era de impronta y autoría exclusivamente chavista.

O sea, que aparte de otros méritos, Chávez podría aspirar a pasar a la historia como el primer dictador experto en autogolpes, en fraguar ficciones que, según él, concretan el sueño de liberación y salvación de los pobres, pero para desecharlas al poco tiempo como inaptas y apropiadas para que sus enemigos regresen y vuelvan a aplicarle el “tente acá” del 11 de abril del 2002 pasado.

En otras palabras: que mejor maestro del teatro del absurdo constitucional no puede haber, mejor marionetero para que los áulicos se movilicen y cumplan con los mandatos de este Ubú Rey tropical y caribeño, pues habría recordar los elogios que durante 9 años le dedicó a la ahora nueva moribunda constitución y su decisión de un día para otro de borrarla y mandarla al basurero después de haber proclamado que “era la mejor constitución del mundo”.

Pero que según fue concretándose el salto del teniente coronel, Chávez, de un sistema político con independencia de poderes a medias, con espacios de pluralidad no en aumento sino en descenso, y derechos humanos no progresivos sino recesivos, a otro totalmente controlado, sin oportunidades para la diversidad y la disidencia y bajo la férula absoluta del autócrata, fue quedándole corto, deficitario y en espera de que en un nuevo golpe de suerte político permitiera aproximarlo a la solución final.

Este vino con la oportunidad de las elecciones de diciembre pasado cuando Chávez buscó reelegirse para un segundo período de 6 años (ya llevaba 7 por decisión ilegal del Tribunal Supremo de Justicia y sus salas Electoral y Constitucional), montó otras elecciones fraudulentas con registro de electores espúreo, votación inauditable, propaganda ventajista y autoridades electorales militantes convictos y confesos del partido oficial que no dudaron en atribuirle a “su comandante en jefe” una mayoría de 7 millones de votos.

Pero que en ninguna circunstancia creaban “electoralmente” las condiciones para barrer con los espacios democráticos y plurales de la otra constitución (la vigente hasta este momento y ahora en trance de desaparecer), pues la oposición con 4 millones de votos y una abstención de casi el 30 por ciento, aportaban el contrapeso perfecto para que Chávez entendiera que, si los resultados electorales eran reales, contaba entonces con una precaria mayoría que solo lo obligaba a negociar para gobernar de acuerdo a un programa consensuado.

Resultó, sin embargo, lo contrario, pues Chávez quizá en previsión de que rápidamente pasaría a ser minoría electoral y que ni aun con un CNE fraudulento volvería a alegar otro triunfo en las mesas de votación, pasó a aplicar lo que se ha llamado un “acelerón”, o conjunto de políticas y medidas por las que desaparecen los derechos humanos fundamentales, se arrasa con la independencia de los poderes aun como formalidad, se pone fin al derecho de propiedad y la libertad de expresión, y Chávez se convierte en presidente vitalicio y atribuye el derecho de modificar la división territorial del país, el sistema de vida y los valores y principios que han normado hasta ahora el desarrollo histórico de la República de Venezuela.

No se piense, sin embargo, que sin procurar alguna legitimidad en una presunta urgencia de implementar una república de justicia social, de iguales y en la cual se fumigarían los males viejos y nuevos que están haciendo de Venezuela, después de 8 años de experimento revolucionario chavista, una sociedad de pobreza creciente, corrupción incontrolable y desigualdad sin parangón con otros períodos de la historia pasada y reciente del país.

Añagaza que sería tolerable sino fuera la misma que utilizaron los utopistas marxistas para ejecutar durante el siglo XX algunas de las catástrofes humanitarias más escandalosos de la historia, con sociedades sumidas en la miseria, víctimas de élites burocráticas que actuaron con más sevicia y perversidad que las antiguas oligarquías y frente a la emergencia de autócratas absolutos que controlaban hasta el aire que respiraba el último de los ciudadanos.

Pero es que está también el detalle de que Chávez lleva 9 años en el poder y pudo demostrar en algo que, tanto sus propuestas, como su liderazgo político, significaban por lo menos algunas de las soluciones para que Venezuela escapara de la crisis y se orientara a insertarse en la sociedad del conocimiento, cibérnética, plural y competitiva del siglo XXI, en vez de deambular por los mismos fracasos que convirtieron a la Unión Soviética, la China Comunista y los países de Europa del Este en borrones del pasado que solo se recuerdan para abominarlos y exorcizarlos.

Las noticias que recorren el mundo a diario con un gobierno chavista que, no solo hunde a Venezuela en la pobreza, la corrupción y violencia, sino que también exporta pobreza, corrupción y violencia no permiten dudas en este sentido y obligan a pensar que el totalitarismo que signó el socialismo real del siglo XX, encontró otro retoño en el socialismo real del siglo XXI.

Para una sola muestra, el caso del empresario chavista que viajó recientemente con un grupo de funcionarios de PDVSA a Buenos Aires llevando 800 mil dólares no declarados en un maletín, sin duda que para pagar coimas, o suministrarle recursos a los grupos de piqueteros que apoyan a Chávez y su revolución en la capital del Plata y por toda Argentina.

Pero también la forma como Chávez ha ido fortificando con envíos crecientes de armas, equipos y petrodólares al gobierno etnocéntrico y socialista de Evo Morales que intenta hacer de Bolivia un brazo armado sureño de Cuba y Venezuela, mientras divide, desata odios, cada día revela su catadura autoritaria y fascista y empuja al país altiplánico a una previsible y al parecer inevitable guerra civil.

De modo que un fenómeno no nacional, sino continental y aun con pretensiones de insertarse en la política mundial para intentar de alguna forma que Chávez satisfaga su insaciable egolatría de estar en los titulares de la prensa planetaria, en los despachos de gobiernos y agencias de riesgo, y en un segmento minúsculo de la opinión pública internacional que compense el rechazo de que es objeto por más de la mitad de los venezolanos.

Pero amenazados ahora con la Reforma Constitucional y novedades tales como la presidencia vitalicia, el poder desde abajo ordenado por los de arriba y la aparición de un culto a la personalidad que está dejando pálido al de Stalín, Mao y Castro, de ser forzados a aceptar aunque sea con desprecio y odio a este rey caribe, petrolero y tropical que llegó con ánimo de fundar una monarquía y una dinástica y con la complicidad de gobierno democráticos y organismos multilaterales que en teoría rechazan tales prácticas, pero se hacen los indiferentes para que Chávez las vaya implementando.

Y en torno a la cual ya se pronunció más de la mitad del país tan pronto se anunció a finales de diciembre pasado, con las manifestaciones que sucedieron en los primeros meses del año con motivo de la incautación de la señal abierta del canal de televisión privado RCTV que era parte del plan de restarle cualquier impacto a la trasgresión de la reforma, pues a menos medios, entonces más posibilidad que Chávez y la Asamblea Nacional teatralicen el sainete que hemos visto en los últimos días.

En ese caso se trató de cerrarle la voz a un medio que tenía casi el 50 por ciento de la teleaudiencia nacional, que venía criticando la marcha de la revolución chavista desde un régimen populista radical, pero que respetaba algunas libertades, a una dictadura de signo totalitario, estatista y colectivista, de presidencia vitalicia y sucesión monástica cuya sintomatología y patología no conduce sino a la destrucción de Venezuela.

Y es por todo eso que es imprescindible que el pueblo vuelva a la calle, a protestar, a manifestar y refrendar su fe en la democracia, su convencimiento de que solo en un sistema democrático y de libertades crecientes se puede acceder al bienestar, la justicia y la igualdad.

A diferencia de que del socialismo y el totalitarismo solo quedan un grupo de países que tratan de ganar el tiempo perdido y curar las sequelas de las heridas de una catástrofe que ojala no les alargue el sueño de incorporarse a la civilización.

Y por todo ello es que no hay tiempo que perder, que Venezuela debe ponerse otra vez en pie de lucha, y volver a aquel mayo venezolano que de de tan necesario y extrañado parece hubiera ocurrido hace un siglo.

 
 

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