Aunque
es temprano para pulsar hasta donde crecerán los brotes de
disidencia que día a día estallan en el seno del bloque
oficialista que se define como chavista, no hay duda que
se trata de un suceso que, no por predecible, deja de
generar perplejidades e interrogantes.
Claro que sin esperar que, por las especiales
características del proceso que Chávez presenta cada día,
cual hijo bastardo, con nombres y apellidos distintos,
conduzca a las purgas y persecuciones que desde sus
inicios tiñó de sangre a la generalidad de las
revoluciones socialistas del siglo XX, pero sí para
presumir que un forcejeo inédito, oscuro y violento dejará
ilusiones maltrechas, ofendidas y cojitrancas, y, más
temprano que tarde, predispuestas a pasar facturas.
Pero tampoco es pronosticable que en ninguno de los rounds
del pugilato que a partir de ahora suministrará los
titulares a la crónica roja del chavismo, surjan aquellos
debates ideológicos ciclópeos que quizá fueron el aporte
más sustancial de las utopías marxistas a la historia de
las ideas, con figuras del pensamiento como León Trotsky,
Nicolai Bujarin, y Liu Shao Chi (para solo nombrar unos
pocos), exponiendo sus ideas, defendiéndolas y muriendo
por ellas, sino algo más rupestre, casuístico y trivial,
con escarceos en los medios impresos sobre tesis y
antítesis que de tan conocidas se hacen intragables,
protestas puntuales en radio y televisión como las que ya
aparecen en los noticieros, y artículos, ensayos, folletos
y libros escritos quizá con epígrafes de la letra de aquel
bolero imprescindible de Consuelo Velásquez, “Amar y
Vivir”, que canta en un momento a “ lo que pudo haber sido
y no fue”.
Porque es que si existe una revolución en la historia de
las revoluciones que se haya manejado con ideas gruesas,
elementales y sin brillo, esa es la revolución
bolivariana; sin originalidad, creatividad, ni nada
parecido a un descubrimiento que contribuya a aclarar
zonas oscuras de la Venezuela eterna, colgada de slogans
de la más estrecha publicidad política como ese último de
“Todo el poder para los soviéticos” (en al versión
nacional “para los Consejos Comunales”), o de frases
felices de pensadores como Gramsci en aquello de “Cuando
lo viejo no ha terminado de morir y lo nuevo no ha
terminado de nacer”; pero sobre todo y básicamente,
extrayendo con pinzas frases de las “Cartas, Discursos y
Proclamas” de un pensador liberal, demócrata y civilista
como Simón Bolívar, que ha sido adulterado, retroquelado,
rematrizado y reempaquetado con la etiqueta de “Solo para
engañar incautos”.
Igual que ha sucedido con unos pensadores que no existen y
que literalmente han inventado, como serían unos supuestos
ideólogos de la llamada “Revolución Federal o Guerra
Larga”, cuyo teórico fundacional sería un filósofo de la
historia del cual no se conoce una línea, una frase, una
carta, un discurso, y mucho menos un ensayo o libro, pero
con el cual Chávez habla al parecer, no se sabe si a
través de unos manuscritos secretos (como los del Mar
Muerto, o los Protocolos de los Sabios de Sión), o de
alguna intervención mediúnica: Ezequiel Zamora.
Pero de cuya refacción ha desenterrado el arsenal de
fábulas, mitos y analectas armadas para buscar relaciones
y equivalencias con episodios y personajes de las
revoluciones del siglo XX (porque los venezolanos tenemos
que suscribirnos a una tradición revolucionaria a juro),
pero deducidas en realidad de frases y epigramas dejados
por los ultrarradicales de la Guerra Larga en su afán de
agitar a los más pobres, de gente como Martín Espinoza y
Valentín González que cumplida la fase propagandística del
proceso fueron fusilados por Zamora, quien sabe si para
dejar pruebas de que era otro demócrata y liberal sin nada
que ver con Emiliano Zapata, Lenin y el socialismo.
Pero lo peor en este contexto es que sin pensadores
nacionales que de alguna manera avalen que en este país
hay una revolución y que Chávez es su profeta, jefe y
caudillo, y que precisamente “por nacionales” no son
proclives a dejar pasar los trucos, contrabandos y
adulteraciones que vienen en el contenedor de la
revolución bolivariana, entonces “el líder máximo” no ha
tenido empacho en exportar “teóricos” de otros continentes
y países que en una grotesca operación de recoloniaje
intelectual repiten el papel de aquellos monjes de la
conquista que llegaron a “civilizar” y “cristianizar” a
los nativos para que accedieran al reino de los cielos.
O sea, otro fiasco del eurocentrismo, pero fundamentado
ahora, no en los evangelios ni en las filosofías de origen
aristotélico y tomista, sino en las ideas de un profeta
ateo y materialista, Carlos Marx, que de libertador de los
obreros industriales de Europa y Estados Unidos, fue
reconvertido en el redentor de los “buenos salvajes” de
indo y afro América.
Es así como Venezuela ha conocido los nombres de Heinz
Dieterich e Ignacio Ramonet, alemán que reside en México
el primero, y gallego que reside en Francia el segundo, o
sea, dos especímenes de una especie en vías de extinción,
el europeo “lúcido, bueno y santo” que descubre que su
misión en este mundo es ir a independizar las colonias, y
que con suerte varia va dejando una estela de heroísmos
fallidos, arrepentimientos, recurrencias y pésimas
“memorias”.
Pero que han fascinado a Chávez por lo arcaicos, y porque
le permiten, sin una brizna de crítica, seguir adelante
con la primera monarquía absolutista y dinástica
establecida en tierras colombinas después de la bancarrota
del imperio español y del super poder que aun no suelta
desde sus mandíbulas moribundas, pero feroces, Fidel
Castro.
Pero que, sobre todo, han actuado como constrictores,
yuguladores y castradores de un pensamiento revolucionario
endógeno y nacional, venezolano y americanista, que corte
las amarras con las que Chávez se ata más y más a un
laberinto de anacronías que lo tiene rodando,
literalmente, hacia la comisión de crímenes de lesa
humanidad.
De las ideas que pudieron aportarle teóricos como la
historiadora, Margarita López Maya, el economista, Edgardo
Lander y el sociólogo, Julio Escalona, con credenciales,
no solo en el campo académico, sino en una práctica
política de años donde los intereses de Venezuela
brillaron siempre limpios de polvo y telarañas.
Pero que no son ciertamente las voces que Chávez quiere
oír, los índices a los que dejaría señalarlo y disentir,
porque para ellos, como para cualquiera que se atreva a
decir “NO”, Chávez tiene la orden de “cuadrarse”, el
“atención firm” que espera a los que son reacios a ponerse
los anteojos o coger las muletas para que cumplan a
cabalidad el entrenamiento para la sumisión.
Y lo mismo será para quienes en el campo propiamente
político se nieguen a aceptar que llegó la hora de
esfumarse, de anonimarse, de autoinmolarse, de
ceroizquierdizarse, ya que cualquier presencia, cualquier
voz, cualquier idea, por el simple hecho de existir, se
torna intolerable.
Llegó entonces la hora de callar, de desaparecer, de
rumiar, de dejarse suplantar, de emigrar para ver si en
otros escenarios y en otros públicos, es posible decir lo
que está vedado en casa.
Pero no sin antes dejar claro que no todo sucedió sin
resistencia y que así como una vez se le dio el beneficio
de la duda al jefe, también se tuvo el coraje de gritar
cuando todo pareció inevitable.
De resistir y denunciar cuando en la Asamblea Nacional se
acabaron los derechos de palabra y la facultad de legislar
pasó a ser considerada molesta, peligrosa, sustituible y
transferida a Chávez.
De luchar por la señal de RCTV en fin, que es el preludio
de la desaparición de todas las señales y su sustitución
por la sombra de un robot en uniforme para el cual
lenguaje debe reducirse porque para mandar solo se
necesitan monosílabos.
Es la fábula mil veces vivida, sufrida y contada del zorro
que engaña a los pollitos con el cuento de que el cielo se
está cayendo, de que hay que protegerse a la brevedad y
los lleva, en una maniobra salvadora y redentora, a
esconderlos en una cueva, pero solo para engullírselos a
sus anchas y de unos pocos bocados.
Y que los venezolanos se empeñaron en representar de una
manera tan real, idónea, cumplida y dramática.