Cada
revolución socialista tiene su carro emblemático y sin
duda que el del socialismo del siglo XXI es un rústico
norteamericano fabricado por General Motors con la
extraña, pero eufónica etiqueta de Hummer.
Por eso en cuarteles y ministerios, en misiones y consejos
comunales, en gobernaciones y alcaldías los chuscos en que
es tan rica la política venezolana de todas las
Repúblicas, cambian a todo dar la consigna patibularia y
cubanoide de “Patria, socialismo o muerte”, por la risueña
y más venezolana de “Patria, socialismo y Hummer”.
Y no es que todas las fichas de tan extensa fronda
burocrática tengan su Hummer, sino que jefes muy
connotados de la nomenclatura ya accedieron a tan preciado
bien, y los que no, no hacen sino pensarlo, soñarlo,
acariciarlo.
Un amigo oficial del Ejército habitué a los berrinches que
el líder máximo de la revolución latinoamericana y mundial
arma a troche y moche en Fuerte Tiuna, me trajo al otro
día el rumor de que si se pela el oído lo que se oye entre
los miles de soldados y cientos de oficiales que son
conminados por el comandante en jefe a corear el pavoso
dicho, sí bien es la muletilla de origen castrista y
guevarista, viene entrecruzada, confundida y matizada con
la que el ingenio venezolano hace más cónsona con un
socialismo que nada en petrodólares y se siente más cerca
de los príncipes sauditas que de los guerrilleros
caribeños de los 60.
Y la verdad es que he parado la oreja, que he grabado los
zaperocos de Chávez para captar una y otra vez la
mortuoria consignita y…y si no me atrevería a confirmar la
información del oficial, tampoco me atrevería a negarla.
De ahí que me conformaré por ahora con describir el
fenómeno que es el comentario obligado entre oficialistas
y oposicionistas, revolucionarios y
contrarrevolucionarios, emeverristas y pepetistas,
chavistas y didalquistas y que no es otro que la atracción
fatal que existe entre la Hummer y los líderes de la
revolución bolivariana o bonita.
Una máquina, como ya dije, norteamericana, salida de las
cadenas de ensamblaje de GM, estrenada en la “Operación
Tormenta del Desierto” que dio cuenta en cuestión de
semanas del invasor de Kuwait y asesino de los pueblos
kurdo e iraní, Saddam Hussein, de diseño entre civil y
militar y para mi gusto obtusa, ambigua y sin encanto,
pero que está cumpliendo a cabalidad la misión en que
fracasaron por lo menos 4 embajadores estadounidenses en
Caracas, 3 subsecretarios de estado para América latina, y
analistas y periodistas de diversos rango y género:
ablandar a lo más granado y combativo del liderazgo
bolivariano no más ve pasar, o tiene en frente, este ícono
del capitalismo gringo más salvaje, consumista y agresivo
.
El mismo amigo oficial del Ejército me cuenta que, frente
a una Hummer, al revolucionario bolivariano más “patria o
muerte” le entra algo así como una calambrina, se le caen
las medias, entra en estado de trance, se medio paraliza,
enmudece y solo después de minutos despierta a la fría y
cruel realidad de no tenerla, de no poseerla.
Lo demás es deambular durante días, semanas y meses tras
el espejismo, y por supuesto, hacer los trámites, las
conexiones, los barajos para buscar los cobres que lo
eleven a tal clase de status.
Porque es bueno señalar que no se trata de un vehículo
como aquel Lada que al parecer intentó fabricar Stalin
para los obreros soviéticos, ni tampoco el Wolkswagen con
el que Hitler fundó una dinastía automovilística tratando
de que el pueblo alemán tuviera su automóvil, sino de una
nave que supera en costo y suntuosidad los oscuros pero
legendarios Cadillac de los 50, y aun a leyendas
contemporáneas como el Ferrari, el Alfa Romeo y el
Masserati.
Porque es que para pavonearse en una Hummer se necesitan
algo así como 350.000.000 millones de bolívares, y un
adicional de 100 millones para el seguro, el blindaje y
los accesorios que para un carro tan caro, tienen también
que ser muy caros.
O sea, un total de 210.000 dólares al cambio oficial de
2150 bolívares x dólar que incluso un magnate de las
finanzas, un capitán de empresa de este o cualquier país
del Tercer Mundo, dudaría en tirar en dos pares de ruedas.
Y con los cuales puede construirse un consultorio médico,
una escuela primaria, un campo deportivo, un parque
infantil y tantas necesidades que va dejando, no solo un
gobierno que es una fábrica de pobres, sino que los deja a
la deriva mientras auspicia los lujos típicos de la “high
society”.
La gran pregunta es: ¿Dónde y cómo pueden hacerse los
revolucionarios del socialismo del siglo XXI con tanto
dinero? ¿Acaso en inversiones de la bolsa de Nueva York, o
quizá de la misma GM, o tal vez de empresas petroleras que
se echan de Venezuela, pero se apoyan cuando la codicia
indica que pueden redituar jugosos y crecientes
beneficios? ¿ Y por qué no de una forma más simple,
líquida y efectiva : la corrupción?
Preguntas cuyas respuestas dejamos al comandante en jefe,
Hugo Chávez, si es que en su próximo berrinche de Fuerte
Tiuna tiene tiempo de recordar que en cada Hummer viaja
también la negativa a darle a los pobres de Venezuela más
educación, más salud, más entretenimiento, más deportes y
más caminos vecinales.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |