Sobran
indicios para pensar que el choque que podría significar
dentro de poco que un grupo de magistrados de la Sala
Constitucional del TSJ sea juzgado por el Poder Moral y
separado de sus funciones por la Asamblea Nacional tiene
su origen, no tanto en la modificación de un artículo de
la Ley de Impuesto sobre la Renta que reduce la base
impositiva al salario neto de los contribuyentes, cómo en
el giro marcadamente anticonstitucional que le ha impreso
el presidente Chávez al llamado proceso después de las
elecciones del 3 de diciembre pasado.
Y que ha encontrado un crítico feroz en el magistrado,
Jesús Eduardo Cabrera, quien ha dicho en reuniones
privadas, y conversaciones de pasillo, que después de la
mega Habilitante, y de la reforma constitucional para
sancionar la reelección indefinida, el presidente Chávez
se coloca flagrantemente al margen de la Ley.
Y por tanto, en sujeto proclive a una medida de
deslegitimación por parte de la suprema sala, como que es
imposible que un presidente “interdictado” aspire a seguir
al frente de los destinos de la República.
Pero hay otro detalle en el cambiazo o acelerón promovido
por Chávez, tan pronto se sintió con los votos suficientes
para avanzar en el proyecto socialista y autoritario, que
no se le ha escapado a Cabrera - y del cual es un
obsecuente denunciador entre sus colegas de la Sala
Constitucional y de otras salas del TSJ -, como es el
hecho de que después de la emergencia del jefe de Estado
como centro de un poder ejecutivo vitalicio, y con un
dominio pleno sobre el resto de los poderes, la Sala
Constitucional del TSJ, tal como ha sido establecida en la
constitución vigente, desaparecería de un todo, o sería
reformada de tal manera que, de ser la intérprete de la
legalidad o ilegalidad de los actos constitucionales en
curso, pasaría a ser una herramienta que sancione como
“absolutamente ajustada a la Carta Magna” la instauración
del poder del Único.
De modo que una “guerra a muerte” ha sido declarada entre
la Sala Constitucional y el Poder Ejecutivo, o mejor
dicho, entre Jesús Eduardo Cabrera y Hugo Chávez , y en la
cual el último ha comenzado golpeando primero y lanzando
al ataque sus unidades especializadas en guerra sucia, que
no han dudado en acusar a Cabrera de “mafioso”,
amenazando, de paso, a los magistrados que se le
solidaricen, con la cárcel de Uribana (el centro
penitenciario en el que se han sucedido los peores
asesinatos entre reclusos de los últimos meses).
Porque es que de otra manera no se explicaría que por un
incidente menor que pudo ser enmendado en una simple
revisión, y que ya había sido aceptado por el SENIAT, como
fue la modificación del Artículo 31 de la Ley de Impuesto
sobre la Renta - que restituía, además, el derecho de los
contribuyentes a que no se les afectaran impositivamente
sus emolumentos más allá de sus salarios netos- se
convirtiera en un área de discordia que comienza con el
pase de los miembros de la sala, de magistrados a unas
piezas de cacería que en semanas podrían ir a la cárcel,
al exilio o al anonimato que es también una especie de
muerte física y moral.
Pero que fue interpretado por Chávez y sus adláteres como
una decisión tomada a trancas y barrancas para proteger
las primas y bonificaciones de los magistrados del TSJ que
se habían rebajado los sueldos en diciembre (por una
exhortación-orden del jefe de Estado), de 28 a 14 millones
de bolívares mensuales, pero aumentando los ingresos
“extras” para compensar las pérdidas “ordinarias”, siendo
que en buena ley no se puede desvalijar al contribuyente
de un derecho para engordar los recursos del Estado.
Y de un derecho cuya modificación tiene que ser hacia
arriba y no hacia abajo, o sea, hacia una retribución
mayor y no menor, pues la constitución establece que los
derechos “progresan” y no “retroceden”, y que cualquiera
que lo haga o instigue, se coloca al margen de la Ley.
De modo que por donde se mire, la modificación del
Artículo 31 de la Ley de Impuesto sobre la Renta se ajusta
a derecho y por ningún respecto puede ser calificada de
“mafiosa y delincuencial”, como es la opinión de
connotados voceros del régimen como son los asambleístas,
Carlos Escarrá e Iris Valera.
Pero que es un pretexto ideal para debilitar y hostigar la
posición de los miembros de la Sala Constitucional en
general, y del magistrado Cabrera en particular, y para
ello se están calculando las pérdidas del Fisco -al hacer
extensiva la modificación del “Artículo 31” a lo que
deberían pagar los altos funcionarios de la administración
y los grandes ejecutivos de la empresa privada a partir
del 2008- en un faltante de cerca de 600 millardos de
bolívares anuales que en ningún caso podría significar la
quiebra del estado más rico de América latina.
Pero que permite alegar que la Sala Constitucional y
Cabrera actuaron para proteger los intereses de los pulpos
del capitalismo privado que de ahora en adelante,
siguiendo el ejemplo del TSJ, se rebajarán los sueldos
netos pechables, para después aumentarse las primas y
bonificaciones no pechables, y así estafar a la República,
al SENIAT y a la Ley de Impuesto sobre la Renta.
Y aquí la diputada, Iris Varela, ha soltado la especie de
que Cabrera redactó la ponencia que modifica el “Artículo
31” en complicidad con una alta funcionaria del Ministerio
Público y una abogada de un reconocido bufete de Caracas,
las cuales actuaron por encargo de burócratas del estado y
empresarios privados de altos sueldos, y que según
informaciones confiables, no son otras que la Fiscal,
Luisa Ortega Díaz, y la profesional del derecho, Esther
Bigott de Loayza.
Ahora bien, un poco de memoria nos permite aterrizar en el
detalle de que se trata de una Fiscal y una abogada
ligadas al recién defenestrado exvicepresidente, José
Vicente Rangel; al también alma en pena exministro de
Educación, Cultura y Deportes, Aristóbulo Istúriz; al
igualmente agónico magistrado expresidente del TSJ, Omar
Mora Díaz; al siempre triste, vapuleado y confuso Fiscal
General de la República, Isaías Rodríguez; y a un jarrón
chino que en otro tiempo fue un todopoderoso ministro del
Interior y Justicia, pero ahora es un burócrata sin habla,
ni función relevante, Jesse Chacón Escamillo.
Todos miembros de la pandilla que asesinó política y
moralmente al exmagistrado, Luis Velázquez Alvaray,
dijeron ellos que por actos de corrupción, pero en
realidad para pasarle factura por un folleto de su autoría
donde se proponía por primera vez la reelección indefinida
de Chávez.
Y puras fichas del fenómeno que el mismo exmagistrado,
Velázquez Alvaray, denunció como “chavismo sin Chávez”; y
un periodista especializado en las interioridades del
proceso como Miguel Salazar, denuncia en el semanario que
dirige, “Las Verdades de Miguel”, como los autores de una
estrategia a mediano plazo que haría del chavismo un grito
muerto, fallido y sin ninguna trascendencia a efectos de
la historia venezolana presente y futura.
O sea, un conjunto de sombras, sospechas e
improbabilidades que resultan tanto más ciertas, cuanto
parecen más increíbles, pero que suenan muy aptas para
estimular el apetito de un degustador compulsivo del dulce
de lechoza como Hugo Chávez, que dicen disfruta las
delicias de las recetas anticipadamente y antes de que
salgan del horno.
Ojalá no se le atraganten.