No
lo pudo decir mejor el cantautor brasileño, Caetano Veloso,
quien declaró en una entrevista al diario “O Globo” el
sábado pasado: “Chávez es como una burka. La burka es una
cosa antigua y medieval, pero no deja de ser una novedad…
Chávez sabe jugar con elementos que entran en el
imaginario colectivo…Socialismo del siglo XXI…Es como una
burka. Uno habla de una burka y de inmediato viene una
imagen que se tornó típica en tiempos pasados. Chávez
también es así”.
Ahora bien, con todo lo inspirada que resulta esta
afirmación del poeta, músico y cantor de canciones eternas
como “Coraçao Vagabundo”, “Ñao identificado” y “Cajuina”,
no hay duda que se trata de la impresión visual de un
ciudadano de los escenarios del mundo que, no obstante su
lucidez, no cala cabalmente en toda la extensión del
anacronismo que tiene de cabeza a los venezolanos y a
buena parte América latina.
Para los hombres y mujeres de Venezuela, por el contrario,
Chávez es una presencia que traspasa lo visual, impresivo
y aparente, y en un sentido, no precisamente simbólico, se
hace un todo con la prenda de vestir femenina del Islam
medieval que aún entre los musulmanes evoca la opresión,
la oscuridad, el atraso y el mandato de que la realidad es
peligrosa si no se percibe parcial, sesgada, interferida y
fragmentariamente.
Es la insignia de los fundamentalistas de todos los
credos, de los que desde el mundo laico o religioso no
tienen multilateralismo, extensión, ni profundidad y son
inaptos para comprender que la existencia es un fenómeno
maravillosamente diverso y cambiante y reacio a transigir
con los fundamentos.
O sea, de los que se imponen por el puño, a los trancazos
y a rajatabla, y no aceptan otra verdad que aquella que
piensan bajó de los cielos.
Pero la burka se propone también aislar a los individuos
de la tentación de decidir, de los pecados y caídas, de
ese universo del riesgo, la libertad, el placer y la
sensualidad que debilita la voluntad que solo debe
dirigirse a la reingeniería de los fines con que el
Supremo pretende reconstruir la sociedad
Por eso es imperativo que en estos días en que ya es
inevitable que Chávez asuma el poder total y vitalicio,
los impuros derrochadores, contaminados y descarriados que
disfrutan de los altos sueldos que en mala hora recibieron
de las políticas equivocadas del proceso, empiecen a
rebajárselos hasta un 500 por ciento, que aprendan a vivir
cual cartujos, que anden descalzos y vistan en la
indigencia, y tomen los bienes que acopiaron en los días
en que reinó la impunidad, la inmoralidad y la indecencia
y los repartan entre los pobres.
Pero sobre todo, que se pongan su burka mental y no vean
más allá de sus narices, que sacralicen cuanto se les
trasmite, admitan que no existe otra realidad que la que
se les impuso, y estén dispuestos a entregar sus vidas
para que las pesadillas del Único marchen a paso de
vencedores.
Es un andar en las tinieblas o con un mapa que no es el
suyo, porque alguien se tomó el cuidado, la preocupación y
la solicitud de trazárselo y solo camine, retroceda,
pierda o salve por donde el Gran Arquitecto decidió.
Eso sí, a pie, y lejos de esos carros de lujo que también
pervierten, de esas “camionetotas” que, al par de incitar
la envidia de los demás, son la marca de los soberbios, de
los orgullosos y de los diferentes.
Una sociedad uniforme y cuartelaria, monástica y en olor
de santidad entonces, ganada para la obediencia y la
pobreza, para el ayuno y la castidad, como que solo de tal
arcilla puede salir la tropa que acompañará al jefe a
conquistar y regenerar a la humanidad.
A seguir pues el ejemplo que viene de arriba, de las
alturas, como que Chávez es el campeón de las privaciones,
como que todo lo reparte entre los pobres, anda siempre a
pie y por eso se le ve por todos los caminos de Venezuela,
y las pocas veces que viaja al exterior lo hace en líneas
áreas comerciales y en clase turística.
También es un jefe de estado sin guardaespaldas, y podría
decirse que solitario, pobre de solemnidad y que en los
países que es obligado a visitar pela por la chequera,
reparte petróleo, dólares y donativos y regresa a
Venezuela sin un centavo y a entregarse de nuevo al
sufrimiento, los ayunos y cilicios que voluntariamente se
ha impuesto.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |