En
este mismo espacio escribimos por lo menos un par de veces
que la negociación para un canje humanitario de 44
secuestrados en manos de las FARC por 400 guerrilleros
presos en cárceles colombianas, se convertiría en una
hábil maniobra de propaganda para que Manuel Marulanda y
su aliado, Hugo Chávez, trataran de recuperarse
políticamente, el primero, por su incapacidad para dar
respuesta a la ofensiva del ejército neogranadino que lo
mantiene desde hace 6 años alejado de las ciudades y
replegado a lo más profundo de las selvas de Putumayo, El
Caquetá, el Vaupés y el Meta; y el segundo, por el
desplome que experimentó su imagen entre los gobiernos de
la región, y la opinión pública nacional e internacional
después que incautó la señal abierta, y los equipos de
Radio Caracas Televisión.
O, lo que es lo mismo: que jamás creímos que Marulanda y
Chávez estuvieran realmente interesados en la liberación
de los rehenes y de los guerrilleros presos y que solo los
utilizaban para argucias que al final no permitirían que
unos y otros regresaran a sus casas, aunque sí recuperar
el terreno perdido política, militar y mediáticamente por
los comandantes en jefe de las FARC y de la revolución
bolivariana.
A este respecto conviene no llamarse a engaño con los 3
rehenes que según las FARC y su aliado Chávez saldrán de
su infierno en los próximos días como prueba del “buen
corazón” de Maralunda y de la eficacia de la gestión del
presidente venezolano, ya que se trata de 3 de entre 700,
y sin duda que los liberan para ir soslayando la auténtica
solución del problema y continuar con el canje humanitario
de nunca acabar.
Con lo cual no queremos decir sino lo que ya dijimos una
vez, y es que nunca estuvo en los planes de Marulanda
liberar a la mayoría de los rehenes y mucho menos a Ingrid
Betancourt, y que mientras Uribe continúe dándole golpes a
la guerrilla podrán ser objeto de una negociación
política, pero nunca humanitaria.
Cuánto están a este respecto en capacidad de ceder tanto
Uribe, como Marulanda, es el quid de la cuestión y no
pamplinas como la gestión de Chávez u otro mediador.
Lo que no sospechábamos era que los compinches de la
maniobra del falso canje, pasarían a otra más audaz y
perturbadora que se dirigiría a desestabilizar al
establecimiento político y militar colombiano y que pronto
los veríamos clamando por el derrocamiento del gobierno de
Álvaro Uribe.
Una primera fase de este torvo y siniestro plan la vimos
cuando, después de pasar casi un mes constituido en jefe
de la campaña internacional para lavarle la cara a
Marulanda y a sus chicos, surgieron indicios ciertos de
que Chávez, a través de la negociadora liberal y
marulandista, Piedad Córdoba, se comunicaba con generales
del Ejército colombiano so pretexto de ganarlos para la
implementación de la zona de “alivio” que también llaman
“despeje”, pero en realidad para insinuarles que debían
guardar neutralidad en caso de que la crisis política
antiuribista concluyera en una insurrección.
Cuán graves y frecuentes eran estas “insinuaciones” lo
reveló el propio presidente, Uribe, en ocasión del
conflicto surgido con Chávez por su separación de la
función mediadora, al confesar que le dijo en la XVII
Cumbre Iberomericana de Santiago, -la misma en la que el
rey de España mandó a callar al venezolano-: “Chávez, no
estés llamando a los generales colombianos, deja que con
los generales colombianos me entienda yo, que soy su jefe,
en cambio que si tú lo haces, me los vas a volver
chavistas”.
Y al parecer, Chávez aceptó el pedido del jefe de estado
neogranadino, pero para volver a las suyas dos días
después, en ocasión de su regreso a Venezuela, vía Cuba, y
siempre por instigación de Piedad Córdoba.
Gota que rebasó el vaso y fue demostrativa de que las FARC
y algunos de sus aliados más radicales del Polo
Demócratico Alternativo, y en especial Piedad Córdoba,
estaban jugando a la desestabilización extrema de Colombia
a través de una insurrección y de la neutralidad del
Ejército y a la cual Chávez había sido añadido como otro
conspirador más.
Y razones no les faltaban, ya que los 5 años de gobierno
uribista han significado la etapa de golpes más certeros
propinados a las FARC en sus casi 50 años de historia, la
popularidad de más de 60 puntos de que goza el antioqueño
en las encuestas lo convierten en seguro gran elector para
las elecciones presidenciales del 2010, y Chávez ve en el
modelo neoliberal que impulsa Uribe y tiene a Colombia
convertido en uno de los países de economía más próspera y
estable de la región, en una auténtica piedra de tranca
para la expansión de su proyecto neopopulista, neo
socialista y neocastrista hacia la parte más sur del
continente.
De modo que motivos de sobra carcomían al eje más
ultramontano de la izquierda colombiana y venezolana para
arremeter contra Uribe, para desestabilizarlo al extremo
de provocar su derrocamiento e iniciar la reconversión de
los dos países hijos de Bolívar en una suerte de entente
donde retoñara la hiedra comunista que dio cuenta de
Rusia, China, los países de Europa del Este, Cuba y Corea
del Norte a comienzos y mediados del siglo XX.
Y para el inicio y profundización del plan, ninguna
oportunidad más propicia que la surgida para la
negociación de un acuerdo de canje humanitario que sentó
en la misma mesa a Uribe, Chávez, las FARC y los radicales
del Polo Democrático Alternativo que dirige Piedad
Córdoba.
Sin duda que Uribe cediendo a la presión de una campaña
nacional e internacional que tiende a presentarlo como el
culpable de que un grupo de colombianos y extranjeros
lleven años secuestrados en manos de las FARC, y por
tanto, sinceramente preocupado porque regresaran a sus
hogares; y Chávez, Marulanda y Piedad Córdoba urdiendo
maquiavelismos, en absoluto interesados en la solución de
un problema clavado en el corazón de colombianos y
venezolanos, y solamente empeñados en promover a la
guerrilla y sus comandantes como una primera batalla a
ganar antes de pasar al final de la “era Uribe”.
Estratagema que naufragó cuando Uribe destituyó a Chávez y
a Piedad Córdoba como facilitador y mediadora en la
negociación, pero que ha tomado un nuevo giro con la
declaración de las FARC de que accedería a liberar a todos
los rehenes, pero solo si Uribe renuncia a la presidencia
de Colombia.
Pretensión que descubre palmariamente la agenda no tan
oculta de Marulanda, Chávez y Piedad Córdoba, que en
ningún sentido contempla una preocupación humanitaria,
sino el atajo de utilizar a los rehenes para descalificar
a Uribe y de paso promover su desplazamiento de la
presidencia de Colombia.
Ofensiva que no solo fue parada en seco por la
contraofensiva uribista, sino que sufrió un descalabro
mayúsculo el 2 de diciembre pasado cuando una mayoría de
electores venezolanos votó contra la pretensión de Chávez
de eregirse dictador vitalicio de una Venezuela
socialista, dejándolo en una situación de extrema
debilidad política, casi sin apoyo popular, con la Fuerza
Armada decidida a irrumpir contra sus próximas violaciones
de la Constitución y las Leyes y al “líder máximo de la
revolución y mundial” en espera de que una futura, breve y
sorpresiva crisis política lo convierta en un parapeto del
pasado.
En consecuencia, sin posibilidad de mantenerse en el poder
y conspirar con quienes, más experimentados que él, han
sabido utilizarlo en una estrategia política de corto
plazo que en un momento de la negociación del acuerdo
pareció exitosa, pero ahora, cuando se ha revelado su
auténtico perfil y objetivo, no luce sino como una
triquiñuela más de las tantas que ha implementado
Marulanda en medio siglo para alzarse con título de
“guerrillero más antiguo del mundo occidental”.
Chávez, en cambio, ni siquiera como presidente de un país
con el estado más rico del continente pudo sobrevivir más
de 9 años, atacado de males que van, desde sospechas
fundadas de insania mental, hasta una indigestión producto
del sancocho de marxismo anacrónico, incompetencia,
corrupción y petrodólares que, dada la abundancia y
manirrotismo con que la dilapida, han logrado que la
comunidad internacional lo deje hacer el papelón de un
loquito sin cura cuya significación es proporcional a las
alzas y bajas de los precios del petróleo.