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Alan Greenspan y el destete de Chávez
por Manuel Malaver  
domingo, 23 septiembre 2007


Al referirse a la situación económica de Venezuela, el gobierno de Chávez y los problemas de la industria petrolera nacional, el expresidente de la Reserva Federal estadounidense, y gurú de la economía mundial, Alan Greenspan, escribe en el capítulo 17 (“Latinoamérica y el populismo”) de su libro, “La Era de la Turbulencia: Aventuras en un Mundo Nuevo”: “Venezuela puede tener las más grandes reservas petroleras del mundo, pero el petróleo no tiene valor a menos que se pueda crear una economía para extraerlo. De ahí que afirmó que para sostener su actual política, Chávez enfrenta un importante dilema. Dos tercios de los ingresos de su país por petróleo provienen de envíos a Estados Unidos. Por lo cual, sería muy costoso para Venezuela destetarse de su mayor cliente, ya que produce mayormente crudo agrio y pesado que requiere de la capacidad de las refinerías de Estados Unidos”.

Y así, de un tirón y en apenas 8 líneas, Greenspan fija la paradoja del modelo rentista y petrodependiente de la revolución chavista que podemos resumir tomándonos un poco más de tiempo y espacio: se trata de la primera revolución en la historia permisada por su archienemigo, los Estados Unidos de Norteamérica, ya que en cuanto Bush, cualquier otro presidente o los poderosos magnates de la industria decidan cerrar el grifo del “crudo agrio y pesado” que envía PDVSA a los mercados gringos, entonces el llamado socialismo petrolero, que no es otra cosa que rentismo petrolero tradicional pero con una extremada dependencia del imperio, se caerá como un castillo de naipes, se apagará como vela en un vendaval o se disolverá como arena en el agua.

La gran pregunta es (y aquí no se adentra Greenspan): ¿por que el gobierno de George Bush que tampoco dice ser amigo del de Chávez, ni estar interesado en su permanencia en el poder, no se atreve, no le cierra el grifo, siendo que se trata de un suministro menor de no más de 1 millón, 500 mil barriles diarios, perfectamente sustituibles y en condiciones de que tendría el apoyo de las mayorías electorales de Estados Unidos?

¿Por qué, en fin, no da el paso de buscarse otro proveedor más confiable que podrían ser México o Canadá, evitando, de paso, que Chávez continúe gastando los petrodólares que caen en sus arcas desde el bolsillo de los contribuyentes norteamericanos, en inmensas cantidades de armas dizque para prepararse para una guerra próxima e inevitable contra USA?

Lo que es más: ¿Por qué no es contenido en sus planes de destruir la democracia venezolana y de desestabilizar las del resto del continente, empleando ingentes cantidades de recursos en economías quebradas y estados inviables a cambio de que lo secunden en sus planes de operar como un factor de perturbación en Venezuela y en toda la región?

Y aquí no cabe sino admitir que Bush y el Departamento de Estado son prisioneros de un principio de política heredado del fin de la Guerra Fría y, según el cual, los “fuertes” deben permitirle a los “débiles” todas las libertades que quieran siempre y cuando acaten las normas vigentes del actual orden internacional y no participen en aventuras, alianzas o conspiraciones que pongan en peligro la existencia, paz e integridad de uno o varios países miembros de la comunidad de naciones.

Y después del colapso del comunismo, el fin de la Unión Soviética y la quiebra de la ideología socialista y marxista, es evidente que estamos hablando del terrorismo, la variante de la Guerra Fría que patrocinada por el fundamentalismo islámico y operando en regiones indeterminadas y con organizaciones imprecisas y sin identidad, ha llevó a cabo en los últimos 8 años pavorosos atentados como los del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, los del 11 de abril del 2004 en Madrid y los del 7 de julio del 2005 en Londres.

Con una variante de última hora centrada en los mismos fines y que sería tan, o más letal que la destrucción generada por el terrorismo, como serían los programas de desarrollo nuclear cuyas bombas caerían sobre los países de América, Europa y Asia según la amenaza de los presidentes de Irán y Corea del Norte, Mahmaoud Ahmadinejad y Kim Jong-ll, tome cuerpo y pase de las palabras a los hechos.

Pero es indudable que en este contexto, Chávez, se ha manejado con prudencia, pues si son evidentes sus simpatías con los subversivos sean del signo que sean y favorece una alianza más que sospechosa con el presidente de Irán, Ahmadinejad, “hasta ahora” no se le puede acusar de estarle suministrando apoyo real y efectivo a terroristas, ni involucrado en proyectos de guerra nuclear ni de otro tipo.

Todo lo contrario, por lo general esconde el hacha de la guerra, y de vez en cuando flamea la bandera blanca para intermediar en procesos de paz como el que llevan adelante en este momento las FARC y el gobierno de Álvaro Uribe en Colombia.

Y todo sin contar que más allá de sus bravatas, el gobierno de Chávez permanece como miembro de organismos e instituciones internacionales, como la OEA y la ONU, que aparte de sus ineficiencias, se rigen por cartas democráticas y normas de cumplimiento de la legalidad y el estado de derecho si no estrictas, por lo menos exigibles.

De modo que puntos a favor de Chávez en caso de que Estados Unidos, o cualquier otro país, quisieran “destetarlo” o aplicarle sanciones económicas por actividades al margen de la ley y de abierta rebeldía contra las democracias constitucionales que imperan mayoritariamente en el mundo y son las garantes del respeto a la ley, la libertad, la democracia y el estado de derecho.

Y contra los Estados Unidos que conocen la peligrosidad y los riesgos a que conduce el tipo de política made en la Venezuela chavista, pero que por el éxito descomunal que terminó acreditándole el fin del comunismo y el colapso de la Unión Soviética, se ve ahora atado de manos y con escasa posibilidad de aplicarle una política de disuasión y contención al también llamado “Centauro de Sabaneta” o “Héroe del Museo Militar”.

Y aquí surge la segunda gran pregunta: ¿Hasta cuando? Pues sencillamente hasta que Chávez decida que puede tolerar el “destete” de su principal cliente, que ya no le hacen falta los ingresos de la exportación de un millón, 500 mil barriles diarios de petróleo a los Estados Unidos, y renuncia a acatar la ley internacional, pasando a apoyar abiertamente a los terroristas, o a participar en aventuras nucleares más allá del respaldo formal a aliados como Mahmoud Ahmadinejad.

Desde luego que tal paso iría complementado con el establecimiento en Venezuela de una dictadura totalitaria stalinista y castrista que barrería con lo que resta de estado de derecho y establecería una colectivización forzada y forzosa.

Opción de política que surgiría, no por el éxito del modelo del desarrollo económico de Venezuela, o por la conquista de nuevos mercados que le permitirían prescindir de la dependencia petrolera de los Estados Unidos, sino porque se habría avanzado tanto en el proceso de ideologización del país, de control totalitario de la población y del establecimiento de un régimen de fuerza contrario a la ley y el respeto a los derechos humanos, que resultaría fácil imponerle a los venezolanos una “economía de guerra” como la que proclama el socialismo clásico, o de “Período Especial” como la que sufre Cuba después de la caída de la Unión Soviética.

O sea, un modelo socialista no ya fundamentado en el éxito económico, ni en la prosperidad que es el que se proclama hasta ahora, sino en la carestía extrema, la miseria generalizada y las hambrunas crónicas que, de una parte, obliguen a las clase medias a huir del país, pero de la otra, garantice un control sin límites y despiadado de los que se quedan.

Que es lo que en casi medio siglo permitió la sobrevivencia del régimen castrista, pues en tal estado de anomia, corrupción, destrucción y totalitarismo, no cabe sino adorar al Único, al Solo, al Fuerte que es de quien depende de que los escasos suministros lleguen a los estómagos de los adoradores.

Sistema que resulta muy atractivo para los Chávez, Ahmadinejad y Mugabe, ya que garantiza el viaje sin retorno a la dictadura vitalicia, monárquica y dinástica, y en medio de la aclamación de las masas hambrientas que aprenden que si no lo apoyan pueden termina en el exilio, la cárcel o el patíbulo.

 
 

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