Al
referirse a la situación económica de Venezuela, el
gobierno de Chávez y los problemas de la industria
petrolera nacional, el expresidente de la Reserva Federal
estadounidense, y gurú de la economía mundial, Alan
Greenspan, escribe en el capítulo 17 (“Latinoamérica y el
populismo”) de su libro, “La Era de la Turbulencia:
Aventuras en un Mundo Nuevo”: “Venezuela puede tener las
más grandes reservas petroleras del mundo, pero el
petróleo no tiene valor a menos que se pueda crear una
economía para extraerlo. De ahí que afirmó que para
sostener su actual política, Chávez enfrenta un importante
dilema. Dos tercios de los ingresos de su país por
petróleo provienen de envíos a Estados Unidos. Por lo
cual, sería muy costoso para Venezuela destetarse de su
mayor cliente, ya que produce mayormente crudo agrio y
pesado que requiere de la capacidad de las refinerías de
Estados Unidos”.
Y así, de un tirón y en apenas 8 líneas, Greenspan fija la
paradoja del modelo rentista y petrodependiente de la
revolución chavista que podemos resumir tomándonos un poco
más de tiempo y espacio: se trata de la primera revolución
en la historia permisada por su archienemigo, los Estados
Unidos de Norteamérica, ya que en cuanto Bush, cualquier
otro presidente o los poderosos magnates de la industria
decidan cerrar el grifo del “crudo agrio y pesado” que
envía PDVSA a los mercados gringos, entonces el llamado
socialismo petrolero, que no es otra cosa que rentismo
petrolero tradicional pero con una extremada dependencia
del imperio, se caerá como un castillo de naipes, se
apagará como vela en un vendaval o se disolverá como arena
en el agua.
La gran pregunta es (y aquí no se adentra Greenspan): ¿por
que el gobierno de George Bush que tampoco dice ser amigo
del de Chávez, ni estar interesado en su permanencia en el
poder, no se atreve, no le cierra el grifo, siendo que se
trata de un suministro menor de no más de 1 millón, 500
mil barriles diarios, perfectamente sustituibles y en
condiciones de que tendría el apoyo de las mayorías
electorales de Estados Unidos?
¿Por qué, en fin, no da el paso de buscarse otro proveedor
más confiable que podrían ser México o Canadá, evitando,
de paso, que Chávez continúe gastando los petrodólares que
caen en sus arcas desde el bolsillo de los contribuyentes
norteamericanos, en inmensas cantidades de armas dizque
para prepararse para una guerra próxima e inevitable
contra USA?
Lo que es más: ¿Por qué no es contenido en sus planes de
destruir la democracia venezolana y de desestabilizar las
del resto del continente, empleando ingentes cantidades de
recursos en economías quebradas y estados inviables a
cambio de que lo secunden en sus planes de operar como un
factor de perturbación en Venezuela y en toda la región?
Y aquí no cabe sino admitir que Bush y el Departamento de
Estado son prisioneros de un principio de política
heredado del fin de la Guerra Fría y, según el cual, los
“fuertes” deben permitirle a los “débiles” todas las
libertades que quieran siempre y cuando acaten las normas
vigentes del actual orden internacional y no participen en
aventuras, alianzas o conspiraciones que pongan en peligro
la existencia, paz e integridad de uno o varios países
miembros de la comunidad de naciones.
Y después del colapso del comunismo, el fin de la Unión
Soviética y la quiebra de la ideología socialista y
marxista, es evidente que estamos hablando del terrorismo,
la variante de la Guerra Fría que patrocinada por el
fundamentalismo islámico y operando en regiones
indeterminadas y con organizaciones imprecisas y sin
identidad, ha llevó a cabo en los últimos 8 años pavorosos
atentados como los del 11 de septiembre del 2001 en Nueva
York, los del 11 de abril del 2004 en Madrid y los del 7
de julio del 2005 en Londres.
Con una variante de última hora centrada en los mismos
fines y que sería tan, o más letal que la destrucción
generada por el terrorismo, como serían los programas de
desarrollo nuclear cuyas bombas caerían sobre los países
de América, Europa y Asia según la amenaza de los
presidentes de Irán y Corea del Norte, Mahmaoud
Ahmadinejad y Kim Jong-ll, tome cuerpo y pase de las
palabras a los hechos.
Pero es indudable que en este contexto, Chávez, se ha
manejado con prudencia, pues si son evidentes sus
simpatías con los subversivos sean del signo que sean y
favorece una alianza más que sospechosa con el presidente
de Irán, Ahmadinejad, “hasta ahora” no se le puede acusar
de estarle suministrando apoyo real y efectivo a
terroristas, ni involucrado en proyectos de guerra nuclear
ni de otro tipo.
Todo lo contrario, por lo general esconde el hacha de la
guerra, y de vez en cuando flamea la bandera blanca para
intermediar en procesos de paz como el que llevan adelante
en este momento las FARC y el gobierno de Álvaro Uribe en
Colombia.
Y todo sin contar que más allá de sus bravatas, el
gobierno de Chávez permanece como miembro de organismos e
instituciones internacionales, como la OEA y la ONU, que
aparte de sus ineficiencias, se rigen por cartas
democráticas y normas de cumplimiento de la legalidad y el
estado de derecho si no estrictas, por lo menos exigibles.
De modo que puntos a favor de Chávez en caso de que
Estados Unidos, o cualquier otro país, quisieran
“destetarlo” o aplicarle sanciones económicas por
actividades al margen de la ley y de abierta rebeldía
contra las democracias constitucionales que imperan
mayoritariamente en el mundo y son las garantes del
respeto a la ley, la libertad, la democracia y el estado
de derecho.
Y contra los Estados Unidos que conocen la peligrosidad y
los riesgos a que conduce el tipo de política made en la
Venezuela chavista, pero que por el éxito descomunal que
terminó acreditándole el fin del comunismo y el colapso de
la Unión Soviética, se ve ahora atado de manos y con
escasa posibilidad de aplicarle una política de disuasión
y contención al también llamado “Centauro de Sabaneta” o
“Héroe del Museo Militar”.
Y aquí surge la segunda gran pregunta: ¿Hasta cuando? Pues
sencillamente hasta que Chávez decida que puede tolerar el
“destete” de su principal cliente, que ya no le hacen
falta los ingresos de la exportación de un millón, 500 mil
barriles diarios de petróleo a los Estados Unidos, y
renuncia a acatar la ley internacional, pasando a apoyar
abiertamente a los terroristas, o a participar en
aventuras nucleares más allá del respaldo formal a aliados
como Mahmoud Ahmadinejad.
Desde luego que tal paso iría complementado con el
establecimiento en Venezuela de una dictadura totalitaria
stalinista y castrista que barrería con lo que resta de
estado de derecho y establecería una colectivización
forzada y forzosa.
Opción de política que surgiría, no por el éxito del
modelo del desarrollo económico de Venezuela, o por la
conquista de nuevos mercados que le permitirían prescindir
de la dependencia petrolera de los Estados Unidos, sino
porque se habría avanzado tanto en el proceso de
ideologización del país, de control totalitario de la
población y del establecimiento de un régimen de fuerza
contrario a la ley y el respeto a los derechos humanos,
que resultaría fácil imponerle a los venezolanos una
“economía de guerra” como la que proclama el socialismo
clásico, o de “Período Especial” como la que sufre Cuba
después de la caída de la Unión Soviética.
O sea, un modelo socialista no ya fundamentado en el éxito
económico, ni en la prosperidad que es el que se proclama
hasta ahora, sino en la carestía extrema, la miseria
generalizada y las hambrunas crónicas que, de una parte,
obliguen a las clase medias a huir del país, pero de la
otra, garantice un control sin límites y despiadado de los
que se quedan.
Que es lo que en casi medio siglo permitió la
sobrevivencia del régimen castrista, pues en tal estado de
anomia, corrupción, destrucción y totalitarismo, no cabe
sino adorar al Único, al Solo, al Fuerte que es de quien
depende de que los escasos suministros lleguen a los
estómagos de los adoradores.
Sistema que resulta muy atractivo para los Chávez,
Ahmadinejad y Mugabe, ya que garantiza el viaje sin
retorno a la dictadura vitalicia, monárquica y dinástica,
y en medio de la aclamación de las masas hambrientas que
aprenden que si no lo apoyan pueden termina en el exilio,
la cárcel o el patíbulo.