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Sobre la leyenda de un Cristo socialista
por Manuel Malaver  
miércoles, 21 febrero 2007



Creo que hay algo de inmunología en la insistencia del presidente Chávez de presentar a Jesús, el Cristo, como el primer predicador y auténtico fundador del socialismo.

Y es que si lo hiciera a nombre de quienes con toda razón podrían reclamar la autoría de tan colosal fracaso, los alemanes Carlos Marx y Federico Engels en la teoría; y los rusos, Vladimir Lenin, y Josif Stalin en la práctica, entonces es seguro que se vería rodeado de ambulancias y paramédicos para llevarlo al manicomio más cercano.

Chávez, en consecuencia, es el primer socialista vergonzante de la historia, ya que, queriendo restaurar el sistema político y económico que estrenó los totalitarismos del siglo XX, no lo hace rescatando la escolástica marxista-leninista, sino renegando de ella.

Pasa entonces a realizar una vulgar operación de contrabando con los Evangelios y la palabra del Señor Jesús, citando versículos fuera de contexto, extrapolándolos la generalidad de las veces y sin relacionarlos con otros versículos que son los que le confieren su auténtico significado.

Así, por ejemplo, al citar y comentar El Sermón de la Montaña ( Mateo:5), el exégeta bolivariano escamotea el hecho de que más que referirse a la pobreza material e histórica (que también debe ser remediada), Jesús habla de una condición espiritual por la que el ser humano es empujado a la minusvalía, a una perdida de su dignidad y centralidad, de la que solo puede ser rescatado por la eficacia de la palabra divina.

Y sin duda que el mejor vehículo para tal logro, es partir de la pureza de alma, de la humildad y modestia que prospera sobre todo entre los de limpios de corazón, cuerpo y espíritu.

De ahí que en los versículos del Sermón de la Montaña hay copiosas referencias a los “mansos”, a los “misericordiosos”, y “humildes”, a todos aquellos que solo cuentan con el amor, la paz y el perdón para combatir el mal.

Por eso se dice también en el versículo 9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados Hijos de Dios”.

O sea, que el mal, si lo hay, se combate con la paz, el amor y el perdón, y no con el odio, la guerra, y la condena que es como vemos que se comporta a diario el profeta bolivariano.

Sigamos a este respecto lo que dice Jesús, según el Evangelio de Mateo, en el Capítulo 5 de los versículos 38 y 39: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: “Ojo por ojo, y diente por diente. Más yo os digo: No resistáis el mal; antes a cualquiera que os hiriere en la mejilla diestra, vuélvele también la otra”.

Y más adelante en los versículos 43 y 44: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Más yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y persiguen”.

O lo que es lo mismo: que si bien en los primeros versículos del Sermón de la Montaña se alude a una condición de pobreza que puede ser material y/ o espiritual, en el capítulo completo queda claro que no es por la espada, la guerra y el odio como debe ser corregida y superada, sino encontrándose los fieles en el amor de Díos que es la paz, el perdón y la reconciliación.

Y en esta enseñanza palpita la esencia del cristianismo: el bien, como el mal, en cualquiera de sus manifestaciones, no son absolutos, ya que su realización son cedidas por Dios al hombre a través del libre albedrío, y por eso al pecar, el hombre responde a la naturaleza de Dios, que también es perdón.

Libre albedrío que igualmente funda la libertad, pues confiere la decisión de elegir entre el bien y el mal, en un proceso que crea la individualidad que es responsable de sus actos ante Dios y los hombres.

De ahí que ni estado protector ni colectivismo, ni teocracia ni fundamentalismo, están entre los presupuestos del cristianismo, pues Cristo instituyó la libertad, el individualismo, la democracia, la pluralidad y el laicismo, como vías para resistir a quienes, escamoteando las escrituras, toman el camino que conduce a la dictadura y el despotismo.

Y es por todo eso que se me ocurre pensar: o que Chávez no leyó los Evangelios, o que no leyó a Marx, pues si lo hubiera hecho es seguro que habría caído en cuenta que son inconciliables.

Aunque es posible que no haya leído a uno ni a otros, y que por ahí venga el voluntarismo, la aventura y la pesadilla que está a punto de arrastrar a los venezolanos a la más grande catástrofe de su historia.     
 

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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