Como
una prueba del rigor con que se cumple la Primera Ley de
la Petropolítica podría tomarse el reciente Informe
“Libertad 2006” de la ONG Freedom House, según el cual,
los dos países donde el autoritarismo experimentó el mayor
auge durante el año pasado fueron la Rusia de Vladimir
Putin y la Venezuela de Hugo Chávez.
Pudo haberse incluido también al Irán de Mahmud
Ahmadinejad, aunque por alguna razón no aclarada en el
documento se observa que, “en contraste con Rusia y
Venezuela”, en el país de los ayatolahs “el autoritarismo
sufrió una modesta declinación”.
Ahora bien, aclaratorias aparte, es evidente que nos
encontramos frente a tres poderosos petroestados que, no
solo se beneficiaron en el los últimos cuatro años del
declinante aunque aun sólido auge de los precios del
petróleo, sino que igualmente, antes del ciclo alcista,
pareció que tendían a proteger las libertades y transitar
por la vía de la democracia y el estado de derecho.
Y estas dos circunstancias, precios del petróleo en alza,
más abandono de las opciones a favor de la libertad, la
democracia y el estado derecho, es evidente que ofrecen
una oportunidad de oro para corroborar la Primera Ley de
la Petropolítica que formuló el periodista y analista de
los asuntos mundiales, Thomas Friedman, en un artículo
memorable publicado el 15 de julio del 2006 en la revista
“Foreign Policy” y que reza:
“El precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se
mueven en direcciones opuestas en estados petroleros ricos
en crudo. Cuanto más alto sea su precio medio global, más
se erosionan la libertad de expresión, la de prensa, las
elecciones libres y justas, la independencia del poder
judicial y de los partidos políticos, y el imperio de la
ley.
Y estas tendencias negativas se refuerzan por el hecho de
que cuanto más sube el precio, menos sensibles son los
gobernantes con petróleo a lo que el mundo piensa de
ellos. Y, al contrario, cuanto más bajo sea el precio del
crudo, más obligados se ven esos países a avanzar hacia un
sistema político y una sociedad más transparente, más
sensible a las voces de la oposición y más centrados en
crear las estructuras legales y educativas que maximizarán
la capacidad de sus pueblos en competir, crear nuevas
empresas y atraer inversiones extranjeras…”.
Cuenta Friedman (un periodista de The New York Times
ganador en tres ocasiones del Premio Pulitzer, y autor de
éxitos de investigación reporteril como “From Beirut to
Jerusalem, “The Lexus and The Olive Tree”, “The World is
Flat” (hay versión española), y "Longitudes & Attitudes")
que la idea o corazonada de la relación entre el descenso
de la libertad y el ciclo alcista de los precios del crudo
se le ocurrió oyendo “al presidente de Irán, Mahmud
Ahmadinejad, declarar que “el Holocausto era un mito”, y
al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, mandar al primer
ministro, Tony Blair, “derecho al infierno”, y que su
reacción fue preguntarse: “¿Estarían diciendo estas cosas
si el crudo estuviera a 20 dólares en lugar de 60, y si
sus países tuvieran que funcionar impulsando la creación
de empresas y no solo perforando pozos”.
Y que la respuesta se le insinuó recordando cómo, tanto la
teocracia iraní en tiempos del primer ministro, Mohamed
Jatami, como la Venezuela del teniente coronel, Chávez,
durante los tres primeros años de su mandato, dieron
muestras de apertura, de querer insertarse en la economía
global y evolucionar, el primero, hacia la democracia y la
reconciliación con Occidente, y el segundo, hacía un
conjunto de reformas políticas que aun se juzgan
necesarias, pero sin trastocar el estado de derecho.
O sea, que tendencia a las reformas, la reconciliación y
la evolución política y económica en el marco de la
legalidad, pero mientras los precios altos del petróleo y
la crisis energética no los convirtió en unos jeques y
caciques malhumorados y decididos a imponerle su ley al
mundo.
Pero Friedman también se refiere al caso ruso, los días
cuando, inmediatamente después de la caída de la Unión
Soviética y con el petróleo a precios de gallina flaca,
Boris Yeltsin optó “por una profundización del estado de
derecho, una mayor apretura hacia el mundo exterior y más
sensibilidad a las estructuras legales exigidas por los
inversores globales.
Y luego llegó Vladimir Putin. Piénsese en la diferencia
entre el presidente ruso de cuando el petróleo estaba en
un rango entre 20 y 40 dólares y el de ahora, que se sitúa
entre entre 40 y 70. Entonces tuvimos lo que yo llamaría
‘Putin I’. Después de su primer encuentro con él, en 2001,
el presidente Bush dijo que se había asomado al “alma” del
exdirector de KGB y que vio un hombre en el que se podía
confiar. Si el presidente de Estados Unidos se asomara hoy
al alma del presidente ruso (Putin II, el de 70 dólares el
barril) vería que está muy negra, tan negra como el
petróleo. Observaría que el líder de Moscú ha utilizado
las ganancias inesperadas del crudo para tragarse
(nacionalizar) la enorme compañía petrolera rusa, Gazprom,
varias periódicos y cadenas de televisión y toda clase de
empresas rusas e instituciones antaño independientes”.
Pero también se ha tragado vidas humanas, como puede
observarse del enorme auge de las mafias y bandas de
sicarios afectas al gobierno que no han tenido empacho en
apretar el gatillo contra la periodista crítica de las
políticas petroautoritarias de Putin, Anna Politkovskaya y
el envenenamiento en Londres por una exposición al gas
Polonio 210 del exespía, Alexander Litvinenko.
O sea, que no se trata solo del ciclo alcista de los
precios del crudo y de ofensivas brutales contra la
libertad y la democracia, sino que, llegado el caso, el
petroautoritarismo no tiene remilgos en recurrir a los
métodos que tanto hicieron por inmortalizar Stalin, Hitler,
Mussolini, King Il Sung y Castro.
La pregunta es: dado que, según Friedman, la aparición de
un ciclo alcista en los precios del crudo genera una
acción casi automática contra la libertad y la democracia
en los petroestados ¿podría decirse que de igual manera
cuando la espiral se desinfla y los precios caen a los
niveles donde comenzó el auge, se desencadena una reacción
inversa, una tendencia a favor de la recuperación de la
libertad, la democracia y el estado de derecho?
O sea, que, puesto que los precios se han desplomado más
de un tercio desde mediados de julio cuando alcanzaron el
pico de 78 dólares el barril ¿es razonable esperar que de
continuar un descenso tan vertiginoso, en un momento de la
caída, regresen las fuerzas moderadas y reformistas, se
enfrenten y derroten a los petroautoritarios y se inicie
una recuperación del terreno perdido en términos de estado
de derecho, espacios de libertad e instituciones
democráticas?
Seguramente que sí, pero no en simultáneo, ni a través de
políticas idénticas o parecidas a aplicar en los tres
petroestados, ya que mientras Putin y Ahamadinejad han
tenido que dirigir los inmensos recursos petroleros, el
primero, a atender las urgencias de un país de casi 200
millones de habitantes, y Ahmadinejad a otro de casi 100,
Venezuela tiene apenas 26 millones de habitantes y ello le
ha permitido a Chávez acumular unas reservas
internacionales que, según fuentes oficiales, están en 37
mil millones de dólares, pero que fuentes independientes
fijan más bien en unos 50.000 millones de dólares.
Y ello le permitiría, en caso de un inevitable regreso de
las vacas flacas, resistir un poco más la sequía.
Pero a diferencia de Rusia e Irán que cuentan con
economías diversificadas al extremo de que solo en gas
tienen el primer y segundo lugar en el mundo en reservas
probadas y no asociadas al petróleo, Venezuela es una
economía dramáticamente monoproductora de crudos y
expuesta a perder significación política y energética en
cuando los precios y la oferta de combustibles vuelvan a
la normalidad.
El otro problema es que mientras Rusia es un país que hace
15 años eligió la vía del capitalismo y la democracia para
recuperarse de la catástrofe que por 70 años le significó
el sistema socialista y comunista, por lo que el putismo
podría tomarse como un paréntesis en una tendencia
irrefrenable e inevitable hacia el futuro; e Irán es una
autocracia mercantilista con un respeto a la propiedad
privada establecido en el Corán; Chávez quiere restaurar
la fracasada utopía marxista en todos sus términos, se
siente una suerte de Juliano, el Apóstata y ha anunciado
un programa de estatizaciones, nacionalizaciones y
expropiaciones que pronto le permitirán tomar la posta de
relevo de Cuba en la marcha hacia la miseria, el
crecimiento cero, la paralización, y el hundimiento en la
corrupción y la incompetencia propias de los regímenes
estatólatras y colectivistas.
O lo que es lo mismo, que sin precios altos del petróleo
pero socialismo, la tragedia venezolana tomará un parecido
espeluznante con las sociedades totalitarias del siglo XX
que por el solo hecho de ser posibles, ya generan una
reacción de terror como para cimbrarle el espinazo a
cualquiera.
Pero también podría significar lo contrario, que el
empobrecimiento a corto plazo del jeque caribeño y
tropical, lo fuerce a comprender que no se puede
retrotraer un país a la Edad Media por que las arepas
cocidas en fogón y con leña saben más sabrosas.