Nada
volverá a ser lo mismo entre los presidentes de Brasil,
Lula da Silva, y el de Venezuela, Hugo Chávez, después que
el primero y su homólogo norteamericano, George Bush,
aparecieron en los medios la semana pasada dándose uno de
los brazos más sentidos, amistosos y solidarios que
recuerde la historia política de los últimos decenios.
Todo como si en el tiempo comprimido entre el 2001 y el
2006, fuera Bush y no Chávez quien prácticamente ha
actuado como agente de los negocios de Brasil en
Venezuela, dándole a la estatal petrolera, Petrobrás,
concesiones en la Faja Petrolífera del Orinoco y la
Plataforma Deltana que pueden redituar en el mediano plazo
hasta 20.000 millones de dólares, aparte de contratos a
transnacionales como Oderbrecht que, solo en la
construcción de la línea 4 del Metro de Caracas y el
segundo puente sobre el río Orinoco, obtuvo ingresos por
otros 10.000 millones de los verdes.
Porque es que ha sido Chávez, y no Bush, quien mantiene y
paga un puente aéreo entre ciudades del Norte de Brasil y
Caracas para la importación de gigantescas cantidades de
alimentos que la revolución bolivariana hace imposible
producir en el campo venezolano, cancelándolas con cientos
de millones de petrodólares que se han convertido en una
fuente inmejorable de financiamiento para los productores
del agro nordestino, mientras la otrora eficiente
agricultura nacional languidece y está a punto de
desaparecer.
De modo que, sin exagerar, es como si Lula en el
quinquenio que lleva gobernando, y conociendo, tratando y
haciendo jugosos negocios con Chávez creyera que Chávez es
Bush, y para recompensarlo aparece ahora en Brasilia
recibiéndolo en una visita oficial que ilustra con el
publicitado abrazo “de hermanos” y con una declaración
histórica donde se afirma que los Estados Unidos y Brasil
inician una “sociedad estratégica” que busca promover el
uso de los biocombustibles como energía alternativa y así
contribuir a disminuir la pobreza, exponenciar el
desarrollo y atacar la emisión de gases de efecto
invernadero, la lluvia ácida y el recalentamiento global.
En otras palabras, que el acuerdo privilegia la producción
de etanol para desacelerar la dependencia del actual
crecimiento de la economía capitalista de los combustibles
fósiles, y Brasil, que ya anduvo un largo trecho en la
producción de etanol, es el país señalado para ser el
epicentro, la potencia, la Meca de las energías
alternativas.
Hay un boom del etanol en el mundo, y los países que lo
promueven son justamente los que no tiene combustibles
fósiles o han agotados sus reservas de crudo y gas, y a
causa del desarrollo arrollador de la economía de mercado,
competitiva y la global, deben concurrir a los mercados a
proveerse de la energía que, de faltar, haría colapsar su
crecimiento.
El problema es que el mercado petrolero y sus derivados no
es libre, por cuanto los precios están cartelizados por la
OPEP y los productores de independientes, que han
convertido la manipulación de los precios en una
herramienta para enriquecer a los países productores,
mientras arruinan a los consumidores.
Y entre los carteles, destaca el papel de los productores
radicales, extremistas y fundamentalistas, quienes
proclaman que los precios del crudo deben ser usados como
un elemento de política que ponga de rodillas a los países
ricos, de modo de forzarlos al colapso de sus economías,
pues cada día se hará más difícil costear una energía tan
escasa, como cara.
De más está decir que el jefe de los radicales es Hugo
Chávez, el teniente coronel llegado a la presidencia de
Venezuela entre conatos de golpes de estado, elecciones y
referendos plebiscitarios que, después de 8 años en el
poder, le permiten rubricar un nuevo sistema político y
económico que no es exagerado etiquetar como de
“terrorismo petrolero”.
Chávez usa, en efecto, las reservas petroleras de
Venezuela y los gigantescos recursos producto del último
ciclo alcista, para gritar que es un jefe de estado
importante, de cuidado y aconsejable tomar en cuenta,
porque si no, puede dejar sin crudo a sus clientes, o
promover recortes de producción en la próxima reunión de
la OPEP para que los precios sigan por las nubes.
Pero es que igualmente, y muy en especial en América
latina, el petróleo de Chávez, o los petrodólares que
llueven diariamente sobre sus bien forradas arcas, son
usados como el nutriente de un curioso sistema de premios
y castigos, según el cual, los amigos de Chávez pueden
contar con petróleo seguro, barato o regalado, y los
rebeldes, los que no aceptan “la amistad” de Chávez, son
sometidos al castigo del rigor de los precios de mercado.
Por eso, déspota como Chávez no se había conocido en una
región famosa por sus despotismos como es América latina,
ya que nadie se había aprovechado de un producto y de su
escasez para establecer un liderazgo a punta de barriles
de petróleo, y mucho menos, para dirigir el mismo a
promover un proyecto de sociedad anacrónica, inútil e
inviable que, además, sostiene, “es la salvación del mundo
y de la humanidad”.
No puede extrañar entonces que ante tal situación sin
precedentes, y llevada al extremo de que quien no comparta
las tesis de Chávez, Ahmadinejad, o de otros radicales de
la OPEP, corre el riesgo de quedarse sin luz y regresar a
los siglos de la tracción animal, es que más y más países,
más y más líderes mundiales están clamando por un esfuerzo
para que la humanidad deje de depender de una energía como
el petróleo, que, aparte de llevar al mundo desarrollado a
la ruina de seguir la actual espiral de precios, es el
caldo de cultivo donde prosperan unos sátrapas
enloquecidos a quienes la riqueza súbita hace concebir las
peores fantasías.
Que tal esfuerzo esté siendo liderado en América latina
por el presidente de Brasil, Lula da Silva, no es sino un
castigo adicional para Chávez, pues con un poco de menos
soberbia e inmadurez habría percibido que el gigante del
sur difícilmente no iba a aprovechar sus ventajas
comparativas en la producción de etanol después que el
venezolano le dio la lección de que, si se tiene la llave
de la energía, se puede jugar a ser tomado en cuenta en el
mundo, con entrevista de Bárbara Walters, incluida.
Pero es que, además, había otras cuentas por cobrar, como
es el hecho de que Chávez, a cuenta de “amigo” y “hermano”
rico y generoso estaba en más de un sentido fundando un
suerte de subimperialismo abusivo, caribeño y tropical,
según el cual, como la energía y los recursos están
escasos, pero yo los tengo y puedo suministrarlos,
entonces puedo darme el lujo de inmiscuirme en los asuntos
internos de los “ayudados”, presentándome en sus capitales
cuando me de la gana a mitinear y hacer la revolución, y a
acallarse, porque si se portan mal, no hay caramelos…mejor
dicho, petróleo.
Un ejemplo de esta modalidad de politiquear y de hacer
posible una nueva revolución, puede encontrarse en la
reciente visita de Chávez a Buenos Aires, y en la cual, de
pura rabia y despecho contra Lula y Tabaré Vásquez,
encabezó un mitin que también podría tomarse como un
concierto de tangos por lo llorón.
O sea, que cerrando los ojos y con un poco de imaginación,
podía oírse a Chávez en el estadio del Ferro lloriqueando
letras inmortales como aquella de Manuel Romero: “Tomo y
obligo, mándese un trago, que hoy necesito un recuerdo
matar, sin un amigo, lejos del pago, quiero en su pecho mi
pena volcar”; o aquella otra de Celedonio Flores: “Nada
debo agradecerte, mano a mano hemos quedado, no me importa
lo que hiciste, lo que hacés, ni lo que harás, los favores
recibidos, creo habértelos pagado, y si alguna deuda
chica, sin querer se me ha olvidado, en la cuenta del
otario( Bush) que tenés, se la cargás”, y una última, más
sugerente aun, de Félix Garzo: “Fumando espero al Lula que
yo quiero”.
O sea, que puro realismo mágico latinoamericano, pero con
un ingrediente que ni siquiera se le ocurrió al glorioso
octagenario García Márquez en su “Cien años de soledad, el
nuevorriquismo petrolero, socialista y revolucionario que
es otra razón para gritar: “!Viva el etanol, y muera el
petróleo!”.