La
imagen del empresario socialista siglo XXI, Guido
Alejandro Antonini Wilson, conduciendo un Ferrari 360
Spider de 300 mil dólares en el último Rally Gumball 3000,
sin duda que habla más del origen, naturaleza y destino de
la revolución bolivariana que todos los adefesios
publicitarios con que los “creativos” del régimen tratan
de vender contrabandos como esos de que “Con Chávez manda
el pueblo” o “Ahora Venezuela es de todos”.
Y la razón es porque, a diferencia de otras revoluciones,
la chavista nació y creció en la apacibilidad y rélax de
los cuarteles puntofijistas, entre simplezas como el
“Juramento del Samán de Güere” y el “Árbol de las Tres
Raíces”, en templetes de canciones protesta, rumbas de
salsa, toros coleados y juegos de béisbol, con whisky a
discreción y champaña también, sin presos, torturados, ni
perseguidos, en aquel clima, en fin, bonchón y permisivo
de la Venezuela democrática, saudita y petrolera donde las
conspiraciones no solo no se reprimían, se estimulaban
Pero no fue solo eso, sino que cuando Chávez y sus
revolucionarios resultaron encarcelados después de
rendirse durante la intentona golpista del 4 de febrero
del 1992, fueron juzgados en tribunales donde se les
respetó el debido proceso y garantizó los derechos
humanos, apoyados por personalidades, instituciones y
medios de comunicación sin ser acusados de golpistas ni
agentes del comunismo, pasitrotando 3 años en prisión no
distintos en general de los tiempos en que parrandeaban,
bonchaban y faranduleaban en los cuarteles, conspirando,
promoviendo la revolución y preparándose para el día en
que procederían a propinarle el arrebatón final a la
democracia venezolana.
Años de seguridad, confianza y distensión que no podían
concluir sino cuando el presidente Caldera dicta un
decreto sobreseyendo la causa de los conspiradores, envía
a algunos a sus casas para que empiecen a ejercer sus
derechos políticos, a otros a los cuarteles para que
continúen sus carreras, y barre el camino para que 3 años
después Chávez resulte electo presidente de la República.
De modo que no puede extrañar que una vez en el poder
Chávez y sus revolucionarios hayan continuado la vida
fácil, glamorosa y chispeante que les dio la Venezuela de
la Cuarta República, bajo el cobijo de gobiernos con una
amplia y eficiente cobertura social que concedía a sus
altos funcionarios las ventajas de actuar discrecional e
irresponsablemente, reforzadas ahora con un nuevo ciclo
alcista de los precios del petróleo que convirtió al
estado venezolano en el más rico de América latina.
Y que sus socios sean justamente esta nueva casta de
nuevorricos de la cual Antonini el del Ferrari 360 Spider
es un conspicuo representante, así como las decenas de
contratistas de PDVSA, los cientos de importadores de
alimentos y financistas involucrados en la operaciones de
compra y venta de los bonos de la deuda Argentina que ya
rutilan en las listas de los más ricos de este o los
próximos años.
Clase bifronte por lo que tiene de política y empresarial,
socialista y capitalista, revolucionaria y
contrarrevolucionaria, antiimperialista y proimperialista,
que pasa rápidamente del “Empresario global” de Gustavo
Cisneros al “Socialismo del Siglo XXI” de Heinz Dieterich,
de Bon Jovi a Alí Primera, del Papa Benedicto XVI a
Mahmoud Ahmadinejad, del príncipe Alberto II de Mónaco a
Pedro Carreño.
Y que no teme compartir con la élite revolucionaria y
bolivariana la afición por las marcas premium de carros,
yates y aviones, por los clubes, marinas y rallys,
mientras cantan “Las casas de cartón” y corean frases como
la que gritó Antonini a los agentes de aduana argentinos
que quisieron hacerle confesar de donde procedían los 800
mil dólares que llevaba en la famosa maleta: “Yo soy un
soldado”.
Pero -todo hay que no reconocerlo- que acepta compartir
los riesgos de tan duro oficio, como contrabandear
cantidades ingentes de dólares malhabidos por aduanas y
fronteras, trasladar armas y quien sabe si agentes
encubiertos, guerrilleros heridos e ilegales perseguidos
por países y regiones enteras, porque definitivamente, no
es lo mismo delinquir en un Ferrari 360 que en una
cacharra ensamblada en Cuba, Irán o Zimbawue.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |