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En el país de los empleados del Estado
por Manuel Malaver  
miércoles, 14 febrero 2007



Una consecuencia de la ola de estatizaciones que, según declaraciones de altos funcionarios de la administración chavista, apenas comienza con las compras de CANTV y ELECAR, es que en poco menos de un año la nómina del Estado podría alcanzar hasta los 4 millones de empleados.

O sea, una cantidad que se acercaría al total de trabajadores formales e informales de la economía privada, pero situándose en la perspectiva de que, a la vuelta de un año, o quizá dos, la planta de empresas industriales, de manufacturas, comercio y servicios pase a ser constituida por puros y simples burócratas.

Ciudadanos que con un pésimo control de su actividad productiva (porque la empresa ahora no es capitalista, sino socialista y de justicia); sin actualización tecnológica, profesional, laboral ni de ningún tipo (porque esos son puros inventos imperialistas); y sobre todo, sin estímulos materiales como mejoras en los salarios, prestaciones sociales y calidad de vida (porque Lenin, Mao, Fidel y el Che dijeron que eso es vil metal y cochino egoísmo), verán sus días transformarse en una agobiante rutina, donde, sin otra preocupación que ir a retirar 15 y último lo que les toque de la cada día más menguada renta petrolera, solo tendrán tiempo para ver, impotentes, como se apaga el brillo y encanto de la vida.

Claro, todo eso sí no están inscritos en la nómina de las cadenas de trueque de las empresas de producción social, las cooperativas y fundos zamoranos, pues entonces no tendrían tiempo de nada, ya que los días se les escaparían acarreando cochinos para un lado, y trayendo pollos y gallinas para otro.

Productos de la dieta diaria o básica que cada día estarán más caros y escasos, ya que los camaradas que debían producirlos, como estaban hartos de comer cochinos los unos, y pollos y gallinas los otros, pues este año se las echaron al hombro y ahora habrá que esperar que mejoren los precios del crudo a ver si se pueden importar de Brasil, Uruguay y Argentina.

¿Y a quién quejarse y cómo, si los antes aguerridos y terribles camaradas sindicalistas, se reconvirtieron en mansos corderos que dicen que protestar es una desviación burguesa y que hay que apoyar y seguir en todo a quienes desde arriba, por puro amor, nos programan hasta los detalles más nimios e insignificantes del día a día?

Pura rutina, conformidad y desidia solo interrumpidas cuando hay que ir a un mitin, manifestación, caravana, o marcha a protestar contra el imperio que después de 15 años insiste e invadir la patria socialista y no entiende que sin luz eléctrica, sin comunicación telefónica, ropas, medicinas, comida, pero mucho trueque, aquí hay un pueblo digno y heroico que les propinará una fulminante derrota.

Entonces, digamos, que en cuestión de minutos, de segundos, es como si se soltara un resorte o dispositivo, y sin que se sepa cómo ni cuándo, los millones de soñolientos, los que tenían meses sin venir a trabajar, los enfermos, los descontentos, los indiferentes, se ponen en movimiento y ahora son una masa enardecida que grita sin parar: “Chávez seguro, a Rangel dale duro”, o “Cilia, traidora, Hilary es tu señora”, o “Jesse, bandido, eres nuestro enemigo”.

Aclaramos que estos nombres ahora tan vilipendiados, fueron hasta ayer no más los amados del líder, pero dicen que fueron comprados por el imperio, y, al parecer, se pasaron a sus filas.

“Si vos hubierais estado conmigo en Utopía…Serías el primero en admitir que jamás habías visto un país tan bien organizado”, se lee en “Utopía” de Tomás Moro, y la verdad es que por muchas cosas se podrá condenar la sociedad que quiere legarnos el presidente Chávez, pero jamás por su incapacidad para trasladar millones de personas de un estado a otro, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, digamos a votar, manifestar, o participar en maniobras y ejercicios militares para derrotar al enemigo.

Después, claro, hay que volver a la rutina, a ver pasar los días, a sentir el acecho de los millones de burócratas cuyo deber sagrado es programar a los ciudadanos, contarlos, chequearlos, movilizarlos, amenazarlos, castigarlos, premiarlos y pagarles sus 15 y último.

Mejor dicho: a fingir que les pagan, mientras ellos, por su parte, fingen trabajar.

Es el resultado de la hiperinflación, el trueque, el desabastecimiento, de la ruina creciente, inevitable y total de la economía… que es la vida.     
 

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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