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Doña Revolución va al geriatra
por Manuel Malaver  
miércoles, 13 junio 2007


Parece cosa de brujería, pero en dos semanas a la revolución se le cayeron el pelo y los dientes, le salieron arrugas y jorobas, aumentó 30 kilos, tiene síntomas alarmantes de mal de Parkinson y ahora es una anciana tembleque que no se atreve a cruzar la calle a menos que manos piadosas la ayuden a evitar el tráfico y advertir los semáforos.

Envejecimiento prematuro que es más aparente que real, ya que si hace tiempo hubiéramos notamos que padecía de sordera crónica, que repetía como lora cuentos y fábulas oídos en su más lejana infancia dicen algunos que en Cuba y otros en Rusia y China; pero sobre todo, que desde que tuvo uso de razón se enamoró locamente de un viejo verde de 80 años que en ningún sentido podía satisfacerla, habríamos convenido que nunca había sido joven, que era un paquete de esos con que engañan en algunas islas del Caribe a turistas de la tercera edad, y que más temprano que tarde vendría un vientecillo, una frase, una minucia que la pondría en evidencia …y en su sitio.

Pero los petrodólares lo pueden todo y no puede negarse que contando en sus chequeras con todo lo que una mujer madura puede desear para continuar siendo atractiva, pues Doña Revolución la dio por coleccionar amantes, tuvo a sus pies empresarios, banqueros, poetas, cineastas, presidentes, jefes de estados, príncipes, reyes y emperadores en lo que no era otra cosa que un vulgar y escandaloso “acoso sexual” que se simulaba en hoteles 5 estrellas, torres de petróleo, limusinas, tanqueros, aviones privados, refinerías y bombas de gasolina.

Digamos que países y pueblos enteros se le rindieron, cardenales y obispos, sindicatos y corporaciones, escuelas de samba y equipos de deportivos, partidos políticos y gobiernos, revoluciones y universidades, porque es que era muy fácil guiñarle el ojo, insinuarle que había disposición para ir a los papeles, para que Doña Revolución se derritiera y empezara a repartir.

Y cómo no iba a ser así, si el amor de su vida, su príncipe azul, su alma gemela y complemento divino padecía de 80 años, estaba un día enfermo y otro también, tenía que hablarle por señas por que ya no le salía la voz y se dormía a toda hora con la duda de si volvería a despertar.

Pero nada que intimidara a la futura viuda, que en honor a su amado decidió hacer una réplica del país donde había nacido, crecido, vivido, gobernado y fenecido, un país con un solo periódico, una sola radio y una sola televisión, sin libertad sindical ni autonomía universitaria, sin militares apolíticos ni ciudadanos libres, sin propiedad privada, ni libertad de reunión y de movimiento.

Eso sí, con muchas cárceles, muchos cuerpos policiales, un presidente vitalicio y una futura sucesión dinástica donde todo quedaría en familia.

Y en esto andaba Doña Revolución cuando despertó una mañana oyendo una tormenta de gritos, de voces, brazos y puños airados que jamás había escuchado, o bien porque la sordera no la dejaba, o porque nunca se habían atrevido a gritar.

Y según trataba de entenderlos, comprendía que se expresaban en un lenguaje que no era para señoras de la tercera edad, para las que, como ella, jamás había sido joven, ya que se la pasaba tratando de hacer realidad un pasado aprisionado en el tiempo, de cuentos y fábulas que había oído en su más lejana infancia y solo podía regresar por la vía del esperpento, el adefesio y la caricatura.

Tiempo entonces de mirarse al espejo y reconocer que su tiempo había pasado, de encontrarse en una novela de Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”, o en un cuento de Rómulo Gallegos, El Crepúsculo del Diablo, donde un paisano se disfraza de diablo en el carnaval y aterroriza a los viandantes simulando que venía del mismo averno. Pero pasa el tiempo y con él, el atraso, llegan los tranvías, los teléfonos y la luz eléctrica y los transeúntes descubren que no puede haber diablos y nuestro disfrazado desaparece acosado por una poblada que no puede perdonarle su estafa e impostura.

Situación extrema que no tiene por que ser el caso de Doña Revolución, si es que va al geriatra y aprende a comportarse de acuerdo a su edad.

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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