Puesto
que Hugo Chávez lleva 8 años diciendo que es el líder
máximo, comandante en jefe, timonel, conductor, jinete,
auriga y arriero de la revolución bolivariana, entonces
debería también encabezar la lista de los culpables por la
debacle que acaba de convertirla en un capítulo trunco,
risible y desechable de la historia de Venezuela y América
latina.
Y no solo por una razón piadosa, de esas que rezan que, en
caso de naufragio, el capitán debe ser el último en
abandonar el barco y el primero en rendir cuentas, sino
por algo más funcional, como es el hecho de que estando la
nave averiada pero no hundida, debería rápidamente cambiar
de conducción… aunque sea para mantenerse a flote.
Sobre todo en circunstancias de que fue Chávez, y solo
Chávez, el autor del mamotreto reformista, quien escribió
de su puño y letra el hórrido artículo sobre la
“reelección indefinida”, truculencias tales como la
“geometría del poder”, y fin de las autonomías regionales
que pasaban a ser sustituidas por mamparas controladas
desde Miraflores y bautizadas con el remoquete de
“concejos comunales”, sin contar que después de la
reforma, ni el derecho a la propiedad, ni a la libertad de
expresión, ni al debido proceso eran derechos individuales
y ciudadanos, sino concesiones del autócrata, el único
propietario que quedaba constituido en el país.
O sea, todo un regreso a las dictaduras militares
responsables de la quiebra de la república durante la
segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX,
condimentada ahora con la experiencia totalitaria de signo
marxista que, no solo estatiza la política, sino también
la sociedad y la economía.
Pero no fue solo eso, sino que para poner en autos a los
electores venezolanos sobre lo que les esperaba, Chávez
pasó los 11 primeros meses del 2007 atropellando,
insultando, acosando, persiguiendo, amenazando, ofreciendo
la demostración más cabal que se le conocía sobre el mundo
torcido, extraviado, sociópata y delirante a donde lo han
conducido 8 años de ejercicio casi omnímodo del poder.
Los generales y héroes de la independencia venezolana y
colombiana, José Antonio Páez y Francisco de Paula
Santander, Radio Caracas Televisión, la Iglesia Católica
en la personería de sus más altas dignidades, los
estudiantes universitarios, oficiales de la FAN como el
general, Raúl Badúel, el rey Juan Carlos de España, y los
presidentes de Chile y Colombia, Michelle Bachelet y
Álvaro Uribe, fueron uno a uno incorporados a esta “lista
de Chávez”, que bien podría recordar “las de Stalin”, o
“la de Schindler”.
Pero quizá lo peor de este anno terribilis de Chávez y el
chavismo fue extremar la conversión del partido de
gobierno, del gobierno mismo, de los poderes públicos, de
instituciones como la FAN y el Banco Central, en una
suerte de corte de adulantes, de adoradores del caudillo y
súbditos de su majestad, cuyo único mérito se tasaba por
su capacidad para doblarse, rendirse, someterse, mientras
se deshacían en loas al hombre fuerte, al conductor.
Y así se reconvirtió Venezuela en una república bananera,
o monarquía africana cuyo único empeño era quemar etapas
para que a finales del año en curso Hugo Chávez pasara a
coronarse como presidente vitalicio con opción a
establecer una dinastía.
Y en esta aventura lo sorprendió la derrota del 2
diciembre, cuya responsabilidad Chávez está escabuyendo,
barajando, escamoteando, sin duda que para atribuírsela a
otros y no aceptar que es un pésimo comandante, líder,
timonel, auriga, arriero, que no solo debe ser separado
del cargo, sino juzgado por sus fracasos.
Si no, es imposible que el “proceso” no se vea sometido
dentro de poco a otra catástrofe, ahora si para hundirse y
pasar a la historia de Venezuela y el continente como el
intento de retrotraer el país al siglo en que los
caudillos y las montaneras se distinguían por su
venezolanofagia.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |