Es fácil
atribuir la atracción fatal entre los presidentes de
Venezuela, Hugo Chávez, y el de Argentina, Néstor Kirchner,
a que el primero oxigena (sin pedir factura) las malas
cuentas de las finanzas argentinas con petrodólares del
todavía en auge ciclo alcista de los precios del crudo
venezolano, y no a la identidad profunda que liga al
caudillo del cercano norte a su par del lejano sur, en
temas referentes a los liderazgos fuertes, la
insustancialidad de la democracia y la urgencia de torcer
el brazo, sino partírselo, al poderío político, económico
y militar de los Estados Unidos.
Todo lo cual, es cierto,
expulsa a Chávez y a Kirchner del infierno de la política
post guerra fría que obliga a los jefes de estado a
trabajar, producir resultados y dar cuenta de sus
gestiones a los electores, pero para refugiarlos en el
paraíso donde gobernar es tomar fusil y morral retóricos e
irse por el mundo a liberar cautivos, socorrer viudas,
proteger huérfanos, dar de comer al hambriento, vestir al
desnudo y preparar o hacer una revolución que estaría a la
vuelta de la esquina.
Mientras tanto, en las calles
de Caracas y Buenos Aires, en las ciudades, pueblos y
campos de Argentina y Venezuela, millones de pobres se
hacinan sin cobijo, pan, ni seguridad social, en el
espectáculo pocas veces visto de que, quienes los olvidan
y tienen en el peor abandono, son precisamente dos
redentores que no pierden oportunidad para lanzar bravatas
a favor de la justicia y la igualdad social.
Por eso no es exagerado
afirmar que tanto Kirchner, como Chávez, consiguieron la
fórmula perfecta para gobernar con resultados
diametralmente opuestos a los que proponen, pero rodeados
de multitudes que los aclaman, tienen como a sus
libertadores y se preparan a convertirlos en los
fundadores de las primeras monarquías dinásticas de la
historia post colonial de América latina.
Porque es que si nos situamos
en la perspectiva que en cuestión de meses convertirá a
Venezuela en una sociedad y un estado con un presidente
que podría optar por la reelección indefinida (detalle que
tiene a Chávez pensando en cuál de sus hijos menores, o
nietos mayores lo sucederá), y que la muy revolucionaria y
pizpireta esposa de Néstor Kirchner, Cristina, se prepara
a participar en las elecciones del año próximo como
candidata de una alianza entre una facción peronista y el
kirchnerismo que seguramente le garantizará el triunfo,
entonces aterrizamos en el escenario por el que las
patrias de Bolívar y San Martín ensayan a troquelar al
estado de derecho en un cascarón vacío donde cabe de todo.
Ya por lo menos Chávez logró
durante los 8 años en que ejerce en Venezuela una
presidencia que ha liquidado la independencia de los
poderes y aspira a transformar en vitalicia y hereditaria,
ser aceptado como caudillo armado y legislador, que,
aparte de ser el comandante en jefe de las fuerzas civiles
y militares, tiene facultades para anular leyes viejas y
redactar nuevas, tratar el propio texto de la constitución
vigente como si fuera la tarea de un niño de primer grado
que apenas aprende a leer y escribir, y bajar de los
cielos con las tablas de la ley, pero no una vez, sino
cuantas veces juzgue necesario.
O sea, que la utopía
constitucional venezolana se guiará de ahora en adelante
por los cambios de humor del caudillo civil, militar y
legislador, quien podrá de acuerdo a sus constantes
cambios de humor, redactar una constitución para cada
día…si le place.
No anduvo tan rápido el
caudillo patagón, pero no se piense que por falta de ganas
y vocación, sino quizá porque estando aun muy frescas las
heridas que la más perversa, criminal y feroz dictadura
militar sudamericana dejó en la Argentina, hay que andarse
con cuidado.
De todas maneras, y por sobre
estas diferencias que corregirá el tiempo, Chávez y
Kirchner comparten el mismo temperamento, son volátiles e
intemperantes por simplificadores, y con frecuencia se
muestran decididos a imponer “sus verdades” aun contra la
terquedad de las evidencias.
De ahí que no sean amigos de
la libertad de expresión, ni de los periodistas, ni de
nadie que tenga el coraje de interrumpirlos y
preguntarles: “Pero presidente ¿de dónde sacó usted esas
estadísticas”?
Siguen entonces las
descalificaciones, las amenazas, acusaciones como que el
atrevido “cumplía” órdenes de los dueños del medio y de
los imperialistas, o una respuesta que ha inventado Chávez
y conoce enorme éxito entre los presidentes autoritarios
que padecen por sistemas de gobiernos concentracionarios,
de reelección indefinida y vitalicios: “Bueno, periodista
esas son mis estadísticas, que tienen derecho a ser tan
“verdaderas” como las suyas. O sea, que yo tengo tanto
derecho a decir “mi verdad” como usted la suya. Y como
tiene que haber una, vayamos a las masas para que sean
ellas las que decidan”.
Solución que no estará ni mal
si no fuera porque Chávez tiene el poder para encadenar la
televisión y la radio en Venezuela hasta por 8 horas
diarias y desde donde puede difundir “su verdad” con una
ventaja que no se le habría ocurrido ni a Goebbles.
En cuanto a Kirchner es verdad
que no ha llevado las cosas a tanto ¿pero qué hay de la
actual visita de Chávez a Buenos Aires y cuya finalidad
mayor fue presidir un mitin convocado el viernes por
piqueteros argentinos para protestar contra la visita que
este fin de semana efectuó el presidente norteamericano,
George Bush, a sus colegas de Brasil y Uruguay, Luiz
Inácio Lula da Silva y Tabaré Vásquez?
¿Más que una protesta contra
el invitado, no era contra los invitantes? ¿Y cómo queda
la amistad y solidaridad de Chávez y Kirchner contra dos
presidentes hermanos como Tabaré Vásquez y Lula da Silva,
que no solo son socios de los protestantes en el Mercosur,
sino que son presentados como miembros fundamentales en
una santa alianza revolucionaria con la cual presuntamente
harán morder el polvo de la derrota al capitalismo, al
imperialismo y los Estados Unidos?
¿No gritaba Chávez hasta hace
muy poco tiempo “alerta, alerta que camina, la espada de
Bolívar por América latina”, como forma de anunciar que
los países sudamericanos habían retomado el camino de la
revolución y el socialismo y ya sería imposible desviarlos
del sueño de un subcontinente autárquico, etnocéntrico,
antiimperialista y socialista?
¿Pero cómo es entonces que dos
de los más importantes líderes de la región, Lula da Silva
y Tabaré Vásquez, recibían al jefe del imperio, al
terrorista y genocida George Bush y hacían oídos sordos a
las alharacas que Kirchner y Chávez estaban protagonizando
en Buenos Aires?
Bueno porque sencillamente la
izquierda y el socialismo en Sudamérica requieren otra
política que no sea la de los caudillos del Norte y el
Sur, la de los Chávez y Kirchner que simplemente utilizan
la necesaria urgencia de que los pobres mejores su suerte,
pero para establecer dictaduras dinásticas y vitalicias
como las que ya conocieron y padecen la Corea del Norte de
Kim Jon-IL y la Cuba de Fidel Castro.