Es
imposible no asociar al difunto senador norteamericano,
Joseph McCarthy, con Eva Golinger, abogada de su misma
nacionalidad que 47 años después del Comité de Actividades
Antinorteamericanas, intenta replicar en la Comisión de
Medios de la Asamblea Nacional aquella “Cacería de Brujas”
por la que cientos de periodistas, escritores, actores,
guionistas y directores de cine fueron interpelados,
denunciados y perseguidos bajo sospechas de ser agentes de
la Unión Soviética o militantes del Partido Comunista de
los Estados Unidos.
Cataclismo que se constituyó desde entonces en la marca de
toda situación en la cual un grupo de fanáticos validos
del poder busca aterrorizar a disidentes con una
investigación parlamentaria y es una mácula que pende de
la conciencia y el espíritu cívico del país fundador de la
democracia constitucional y republicana.
Pero al que no pueden evitar acudir las sectas que desde
la izquierda o la derecha tratan de poner un nudo
corredizo en el cuello de los adversarios que llaman
enemigos, dando origen a devastaciones morales, a cráteres
psicológicos y culturales que son la puerta de ingreso al
terrorismo generalizado y global.
Se vio durante “el sonido y la furia” de la Revolución
Cultural China, en los días sombríos en que Augusto
Pinochet sometió al Chile humanista y plural a sangre y
fuego, durante el juicio que a finales de los 80 en La
Habana llevó al patíbulo al general Arnaldo Ochoa y
algunos de sus seguidores, y en el Perú de Fujimori con
aquel celo judicial que, so pretexto de combatir al
terrorismo, transformó al país de los Incas en un galpón
de torturas, corruptelas y vladivideos
Digamos que la versión venezolana de la “Cacería de
Brujas” tiene un perfil más “Made in USA” y debe ser, no
tanto porque su auspiciadora es una coterránea de McCarthy,
como porque actúa desde una institución parlamentaria y
con la cobertura de organismos partidistas y cuerpos
judiciales y de la seguridad del Estado.
De la estructura, en fin, donde intercambian sus roles la
extrema izquierda y la extrema derecha, desde los tiempos
en que Stalin en Moscú y Hitler en Berlín perpetraban la
cadena de atrocidades que culminó en la Segunda Guerra
Mundial.
Y cuyo último coletazo fue aquel Comité de Actividades
Antinorteamericanas que presidió Joseph McCarthy, con la
participación e inspiración de dos de los canallas más
atroces de la historia: el abogado, Roy Cohn, y el
director del FBI, Edgar J. Hoover.
Síntesis los tres de un cuarto en cuestión, del hórrido
fiscal de los “Juicios de Moscú”, Andrei Yanuarevich
Vishinski, responsable, por órdenes de Stalin, del
asesinato de cientos de miles de militantes
revolucionarios, de Nikolai Bujarin, Alexei Rikov y C.G.
Rakovski, entre otros.
Y que es difícil creer haya reencarnado en Venezuela
después de algo más de medio siglo, sino fuera porque la
abogada Golinger lleva cinco años desempeñándose como
abogada-inquisidora de la revolución, descubriendo o
inventando pruebas, acusando a propios y extraños,
hablando de tribunales y banquillos de los acusados, como
traidora a su país de origen y agente de un país
extranjero, como vergüenza, en fin, de su gentilicio,
credo y profesión.
Y logrando la hazaña que no se propusieron, por imposible,
McCarthy, Cohn y Hoover, como fue ser recibida por los
congresistas de un país extranjero que la acogen,
financian, aplauden y protegen para que denuncie, persiga
y delate compatriotas por el único delito de no compartir
las ideas políticas de la señora Golinger y sus
protectores.
Se trata de 33 periodistas que, como aquellos “10 de
Hollywood”, han sido inscritos por Golinger en una lista
para ser interpelados, interrogados, y acusados como
agentes del gobierno de los Estados Unidos, por el solo
delito de haber asistido a seminarios de rutina, donde,
como en el resto de los países capitalistas y socialista
de América, Europa y Asia, participaban periodistas de
todas las tendencias políticas.
Y sin que fuera motivo de rechazo, ni de vergüenza para
nadie, pues de trataba de oportunidades excepcionales para
confrontar ideas, intercambiar opiniones y fraternizar
dentro de la diversidad y tolerancia que es el sello de
toda sociedad civilizada y democrática.
Comentando el final de la carrera de McCarthy después de
ser reducido al repudio, la soledad y el abandono por los
parlamentarios de ultraderecha, dirigentes del partido
republicano y altos funcionarios de la Administración
Eisenhower que lo habían apoyado, pudo decir, irónica, la
periodista y ensayista conservadora, Ann Coulter, que “la
única víctima real que se cobró el macartismo fue el
propio McCartty”.
¿No podremos decir lo mismo dentro de poco los venezolanos
de la abogada, Golinger?
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |