Sería
interesante que tanto el presidente de Cuba, Fidel Castro,
como el de Venezuela, Hugo Chávez, explicaran a sus
seguidores por qué si para Castro los acuerdos entre
Estados Unidos y Brasil para el aumento de la producción
de etanol “significan la internalización de un genocidio”,
y para Chávez “hay razones éticas para oponerse a la
producción de etanol”, Cuba y Venezuela firmaron el 28 de
febrero pasado en La Habana “un acuerdo marco para la
instalación en Venezuela de 11 plantas de etanol y el
desarrollo de la producción cañera con esos fines”.
La noticia apareció en el diario oficial “Granma” del día
siguiente y merece recordarse, no solo porque está
respaldada por una foto donde aparecen el escasamente
visible vicepresidente Raúl Castro, y los ministros de
Energía y Petróleo de Venezuela, Rafael Ramírez, y el de
Inversión Extranjera y Cooperación Económica de Cuba,
Martha Lomas, sino igualmente por una entusiasta
declaración donde se afirma que “dicho acuerdo forma parte
de los empeños conjuntos por preservar el medio ambiente,
reducir el consumo de combustibles fósiles y fomentar
fuentes alternativas de energía”.
Pero antes del acuerdo de La Habana, las estatales
petroleras PDVSA de Venezuela y Petrobras de Brasil habían
firmado en agosto del 2006 otro acuerdo para “el
abastecimiento de etanol a largo plazo como sustituto
fiable de gasolina” y siempre bajo el patrocinio del
presidente Chávez, quien en un encuentro de empresarios
brasileños y venezolanos presidido por Lula y Celso Amorín
y celebrado en Caracas el 5 de febrero del 2005, se
refirió en términos elogiosos, y hasta exultantes, a la
producción de etanol. Oigámosle:
“Y sobre todo ese acuerdo para que Venezuela se integre
con Brasil en la producción de etanol. Vamos. Nosotros
necesitamos cerca de 30 mil, solo para el consumo interno
de gasolina necesitamos 30 mil barriles diarios de etanol.
Estamos usando algo, además, contaminante todavía, el
tetraetilo de plomo, importado todo, y no de Brasil, sino
generalmente del norte.
De modo que necesitamos cerca de 30 mil barriles diarios
de etanol para inyectarle a la producción de gasolina que
está por aquí cerca de 300 mil barriles diarios.
Después está la industrialización. Estamos, Lula,
instalando allá en los llanos de Barinas un Complejo
Azucarero, tecnología brasileña con apoyo cubano también,
la experiencia cubana, la experiencia brasileña y la
experiencia venezolana. Y allí mismo nosotros aspiramos
instalar la planta de producción de etanol en esos llanos
tan ricos. Además, me informan que necesitaríamos casi
duplicar la actual producción de caña de azúcar para el
proyecto etanol y nos ahorraríamos miles de dólares en
importación de insumos, entre ellos, tetraetilo de plomo y
otros más…”.
La pregunta es: ¿Cómo si entre el 2005 y el 2007 Chávez
dijo discursos y firmó acuerdos, primero con Brasil y
después con Cuba, para la producción de etanol, sale ahora
haciendo comandita con Castro para poner en el banquillo a
su socio en el mismo propósito, Lula da Silva y acusarlo
de que está “internacionalizando un genocidio” y actuando
“al margen de la ética”.
¿Pueden dos jefes de estado responsables de “la salvación
del mundo” cambiar de ideas tan repentina y abruptamente,
como si siempre las hubieran adversado y jamás se les
ocurriría apoyarlas? ¿Y qué se les dice ahora a los
equipos cubano-venezolanos que se fajaron durante meses y
años a estudiar y trabajar para la viabilidad del proyecto
que como en toda sociedad autoritaria provino de la
inspiración y sabiduría de sus jefes?
Porque es bueno recordar que solo en el proyecto del
Complejo Azucarero de los llanos de Barinas, el CAAEZ (“en
esos llanos tan ricos”), se despilfarraron 750.000
millones de bolívares (unos 300 millones de dólares al
cambio actual), en un central agroindustrial y azucarero
que nunca arrancó, que dejó en la estacada a miles de
campesinos que fueron animados a participar, y quienes se
desincorporaron por el estallido de un sonado escándalo de
corrupción donde salieron implicados un ministro, un
general, un coronel y un mayor del Ejército y un grupo de
asesores cubanos cuyo papel nunca estuvo claro.
Pero no fue solo el CAAEZ, sino la inclusión del “Proyecto
Agroenergético Etanol Combustible” dentro del Plan Siembra
Petrolera de PDVSA de abril del 2006, para, entre cosas,
“apoyar la independencia agroalimentaria”, “contribuir al
desarrollo productivo del Eje Norte Llanero”, y “dar
cumplimiento a compromisos internacionales como el
Protocolo de Kyoto”; y la providencia administrativa para
hacer realidad “la construcción de 17 plantas de
producción de etanol, con la disposición de que tanto como
320 mil hectáreas fueran definidas como nuevas áreas a
cultivar de 10.196 MDA de Etanol”, según la Gaceta Oficial
N° 345.718 del 27 de febrero del 2006.
Pero una vez más ¿qué le picó entonces a Chávez para
semejante cambiazo, para que después de tanto esfuerzo,
inversión y entusiasmo descubriera que “no es ético”
producir etanol y que en cuanto se reúna con Lula va a
disuadirlo de perpetrar tan despreciable crimen?
Pues sencillamente que el presidente Lula en ejercicio de
la soberanía a que lo obliga la constitución de su país, y
por recomendación de sus asesores en materia económica y
energética, decidió firmar dos acuerdos (uno en Brasilia y
otro en Camp David), con el presidente norteamericano,
George Bush, para impulsar la producción de etanol en
Estados Unidos y Brasil y dar inicio a una cooperación que
sin duda será fundamental en la sustitución de los
combustibles fósiles por energía más ecología, más
eficiente y no contaminante.
Pero es todo de lo que no quieren oír hablar los caudillos
líderes de la izquierda náufraga, residual, religiosa y
borbónica (“ni aprende, ni olvida”), y tal como si
enfrentaran a un réprobo, o estuvieran ante la comisión de
un pecado capital sin perdón en este ni en otro mundo,
salieron a condenar a Bush, a Lula y a la producción de
etanol “por antiética” y porque “internacionaliza un
genocidio”.
Y aquí cabe preguntarse si reacción tan irracional,
robótica y desproporcionada es exclusivamente por razones
políticas, ideológicas y teológicas y no porque los dueños
de la producción petrolera venezolana, los caudillos
Castro y Chávez, vieron de repente en Lula un competidor
en el mercado de crudos de los Estados Unidos y salieron
como buenos neoliberales a defender a dentelladas el nicho
que piensan es de su personal usufructuo.
A este respecto no debe olvidarse que se trata de un país
que consume 20 millones de barriles diarios de crudo, el
15 por ciento de los cuales sale del territorio
venezolano, y cuyos ingresos (el año pasado alcanzaron los
70 mil millones de dólares) garantiza la salud económica
de Venezuela y la terapia intensiva de Cuba, aparte de
gastos gigantescos en armas, equipos de represión policial
y la compra de lealtades a los “vivos” como Ortega, Correa
y Evo Morales que simulan acompañar a los caudillos en la
cruzada para hacer la revolución y derrotar al
capitalismo, el imperialismo y a los Estados Unidos.
De modo que si Lula y Brasil incursionan en el mercado de
los combustibles con una energía más barata, más eficiente
y más ecológica -y ahora con el apoyo de la plataforma
tecnológica de la primera economía del mundo- entonces
olvídense en el corto y mediano plazo de los ingresos de
70 mil millones de dólares al año, y de la compra de
armas, equipos de represión y lealtades.
Y también del chantaje energético o petroterrorismo con
que algunos presidentes radicales de la OPEP quieren poner
rodillas a la comunidad internacional, ya que si no
aceptan cruzarse de brazos ante las tropelías que llevan a
cabo en sus países, los amenazan con quitarles el
suministro de petróleo y gas.
Casos emblemáticos los de Chávez y Ahmadinejad,
convertidos en dos tiranuelos del oro negro que a partir
del auge de la producción de etanol deben ir pensando que
otro chantaje inventan ahora que la producción de energía
promete ser más diversificada, eficiente, no contaminante
y barata.
Claro, Ahmadimejad ya tiene montado el chantaje de la
bomba nuclear y quién sabe si Castro y Chávez se unen al
mismo… Nunca es tarde cuando el chantaje es bueno.