No
es que me guste hacer leña del árbol caído, ni regocijarme
con las desgracias que por lo general son el pan de cada
día en este valle de lágrimas, pero que merecida la
golpiza verbal que le propinó el novelista mexicano,
Carlos Fuentes, al recién nombrado embajador de la
República Bolivariana de Venezuela en México,
Excelentísimo Señor, Roy Chaderton.
“El bufón del bufón” me acuerdo que fue lo más suave que
le dijo y todo porque Chaderton, en vez de iniciar su
delicada gestión aportando alguna idea que contribuya a
normalizar unas relaciones a punto de hundirse por la
llamada “diplomacia del micrófono”, no tuvo mejor idea que
tratar de arañar, darle pellizcones y agarrar por las
greñas al autor de “La muerte de Artemio de Cruz”, “La
región más transparente”, “Cosa Nostra”, “Gringo Viejo” y
“Contra Bush”.
Y adivinen por qué… Pues en absoluto por que Fuentes le
debe explicaciones a los demócratas venezolanos por haber
prologado un mamotreto que Chaderton seguramente lee con
servilismo de acólito, así como otros revolucionarios
chavistas, socialistas y boliburgueses que lo tienen de
consulta obligada: “Gustavo Cisneros: Un empresario
global”, a los mexicanos por sus relaciones no siempre
claras y harto ambiguas con los jefes del populismo
priísta, y a los cubanos por el tiempo que tardó en romper
con la cruel dictadura castrista que sigue siendo el lado
oscuro de la luna para algunos de los intelectuales más
celebrados del continente, sino porque el también ganador
del Premio Rómulo Gallegos “se rebaja y denigra cada vez
que habla mal de Chávez” y expresa “una actitud racista” y
de “odio oculto” hacia el presidente venezolano.
O sea, que puras interpretaciones de Chaderton de lo
“piensa” Fuentes de su jefe y patrón y ninguna referencia
a sus denuncias al militarejo que se ha disfrazado de
revolucionario y redentor para ir desovillando una las
dictaduras más turbias, taimadas, rocambolescas e
histriónicas que se pueda encontrar en cualquier historia
y en cualquier literatura.
Y deben ser estas denuncias y no lo de la “actitud
racista” y el “odio oculto” lo que hace alborotarle el
peluquín al embajador cuartarrepublicano que esperó
pacientemente por el regreso de un caudillo que le
inyectara coraje y confianza en si mismo para lanzarse por
la calle del medio y tratar de competir en un arte que es
estrictamente de genios: el de disparar epítetos mortales
con la eficacia de un arquero que debe en segundos
precisar un blanco que se mueve en la hojarasca y no deja
adivinar volumen, contorno, forma, ni contenido.
Y sin comprender que no se trata de lo que diga y haga
Fuentes, ni de lo que diga y haga Chaderton, sino de lo
que dice y hace Chávez, un revolucionario que nació a la
historia, no para ser colocado en los nichos y altares en
que pretenden alzarle el ejército de adulantes que gruñe a
su alrededor, sino en las tarimas y templetes de
espectáculos callejeros donde se canta, discursea, baila,
se dan lecciones de metalurgia, piano, balet, se revisa la
historia, se bautiza a expósitos, hacen autos de fe,
insulta, recitan los evangelios, a Bolívar, al Che
Guevara, toma, fuma, hacen tiros al aire y de vez en
cuando ocurre alguna que otra tragedia.
Y es este Chávez el que interesa a esta suerte de
psiquiatras de la política en que han devenido los
escritores responsables de América latina que reflexionan
sobre la especial naturaleza del subcontinente que vuela a
convertirse en una reputada universidad del pasado, en un
refugio de anacronías, en un parque de especies en
extinción con laboratorios y museos donde se puede
experimentar y ver qué es lo que sucede cuando se combinan
elementos harto evaluados, harto conocidos y harto
sufridos.
Claro que recargándolo de los tintes, sombras y escorzos
propios de un escritor que antes de Carpentier y García
Márquez, ya se había unido a Juan Rulfo en la primera
aproximación a ese realismo mágico continental que es
también un melting pot que moldea tiranos, brujos,
estafadores, carniceros y cómicos de la legua.
Técnica que también aplica pero grisándola, acidificándola
y acrilizándola en una colección de ensayos publicada hace
3 años, “Contra Bush” (Santillana Ediciones Generales.
2004) que es sin duda la reflexión más inquietante y
perturbadora “de un observador mexicano y latinoamericano
de la crisis política norteamericana y global provocada
por la administración de George W. Bush”.
Y donde escribe: “Carente de ideas propias, Bush se deja
influir por su entorno con gran facilidad. En materia de
relaciones con Cuba, no puede pasar por alto el celo
dogmático del subsecretario de Estado para Latinoamérica,
Otto Reich, más conocido como el Tercer Reich. No puede
negarle oídos al siniestro fantasma resucitado de la
condena judicial del Irán-Contra, Eliot Abrams, el
periforme promotor del ingreso de México y Costa Rica a la
guerra contra Nicaragua y al cual el digno representante
de Costa Rica ante la OEA, Guido Fernández, le contestó
con una sonora patada en el amplio trasero y ha sacado de
las sombras al afamado “Príncipe Negro” del belicismo
reaganista, Richard Perle”.
Pero sin que hasta hora uno solo de los miles de medios
norteamericanos de la derecha más conservadora se hayan
sentido atraídos para decir que Fuentes práctica una
“actitud racista” y un “odio oculto” contra Bush, y mucho
menos, los ministros, congresistas, diplomáticos,
embajadores y funcionarios de alto, mediano y pequeño
rango de la administración republicana que por razones de
historia y frontera hacen se México su segunda
preocupación.
Y ello no hace sino situarnos en lo medular del asunto,
que no es otra cosa que el escandaloso retroceso que mina
el tejido de la corriente de los usos y modos del gobierno
en Venezuela, devenida en puntilla de una casta de
generaletes y sus escribientes para quienes insultar,
mofarse, devaluar y carajear es mucho más que un síntoma
de desequilibrio mental.
Y para demostrarlo, los 8 años que lleva, Chávez,
insultando en escenarios de todo el mundo a presidentes,
ministros, embajadores, políticos, pintores, arquitectos,
ingenieros, escultores, periodistas, maestros de obras, y
a todo el que ha cometido el error de cálculo de no
aceptar que aquí ha nacido y gobierna uno de los últimos
detentadores de la verdad absoluta, un semidiós frente al
cual no queda sino callar y adorar.
Pero todo en circunstancias de que algunas de las verdades
que proclama y quiere imponer, como el llamado Socialismo
del Siglo XXI, sufrieron el fracaso de mayor ratting de la
historia mundial, pues fue visto por los miles de millones
de teleespectadores que siguieron por la televisión por
cable la caída del Muro de Berlín y del imperio soviético.
“Yo no respondo estupideces, porque el que pregunta
estupideces, es un estúpido” le dije recientemente a dos
periodistas, uno irlandés y otro inglés, que cometieron la
inocentada de preguntarle si la reelección que contiene la
actual reforma constitucional no conduce a la presidencia
vitalicia; y “cachorro del imperio” al expresidente de
México, Vicente Fox; “ladrón y corrupto como no se ha
conocido en la historia de América latina” al presidente
de Perú, Alán García; “imbécil y retrasado mental al
primer ministro inglés, Tony Blair; “diablo” al presidente
Bush, y “señora que a lo mejor tiene deseos no confesos
conmigo” a la secretaria de Estado, Condoleeza Rice.
Eso en cuanto a los internacionales, porque ya aterrizando
en Venezuela habría que escribir enciclopedias enteras
para notariar a este rey del insulto que recuerda lo más
grueso de aquel Pietro Aretino inventor del pasquín que
hizo estragos en las cortes del renacimiento italiano, o
pasajes del clásico “La Celestina” que dio origen a la
picaresca española.
Y todo sin que al Excelentísimo Embajador, Chaderton, se
le desarreglara una sola hebra de su atildado peluquín,
una sola línea de su Armani, un solo pliegue de sus
mocasines azul marino y con la lengüeta blanca de Hermes,
acostumbrado el mismo a ser insultado, ninguneado,
maltratado, como un arribista llegado a la revolución
desde las playas de ese puntofijismo que no hace
confiable, deseable, ni respetable a nadie.
Y si no que se lo cuente, José Vicente Rangel, caído en
desgracia por no haberse lavado del pecado original de
haber nacido políticamente entre civiles y partidos que
lucharon contra las dictaduras militares.
Pero que en todo caso no le ha desarrollado a Rangel
tendencias biológicas, psicológicas y éticas francamente
suicidas como las que demuestra Chaderton al exponerse a
que Carlos Fuentes termine la declaración de respuesta a
sus arañazos, pellizcones y halada por las greñas con esta
lapidaria frase:
“Al embajador le deseo larga vida, aunque en su caso esto
suene a maldición”.